“Bien. Estoy bien. Todo va bien”, repetimos como loros cada vez que nos preguntan sobre el trabajo, la familia, pareja o intimidad. Es una respuesta cortés, automática, pero al volver a casa y respirar el silencio algo se detiene.
En cuántas ocasiones habremos fingido bienestar sólo para terminar siendo como en “Pagliacci”, un payaso que disfraza su dolor (“Vesti la giubba”) para continuar con el show, la rutina, la vida…
En esa diferencia entre sentirnos felices y autoconvencernos de serlo circula la positividad tóxica. El concepto ha sido bastante popular en los últimos años y refiere a la tendencia de menospreciar nuestras experiencias emocionales negativas; forzándonos a ver siempre el lado positivo.
“Poseer una mentalidad positiva resulta un valioso mecanismo de defensa y terapéutico para sobrellevar cualquier problema o mala pasada; y hay gente que se destaca por mostrarse genuinamente felices. Sin embargo, el sentimiento resulta nocivo cuando la alegría no nace de nosotros sino que nos obligamos a sentirla y rechazamos la tristeza, la frustración, el dolor o cualquier malestar interno como si no existieran”, explica el psicólogo Carlos García.
Esta actitud evitativa afecta nuestra salud mental y trae como consecuencia cuadros de depresión y ansiedad. Además de perjudicar el desarrollo de resiliencia y aumentar el consumo de alcohol o tabaco.
“Un problema frecuente es que muchísima gente se siente avergonzada o culpable por sentirse mal. Sobre todo porque con las redes sociales, el marketing y los estereotipos absorbemos una idea de éxito en la cual debemos ser perfectos, empoderados e intentar remar nuestras desgracias a cualquier costa. Entonces, resulta necesario mostrarnos optimistas siempre y suprimir las emociones penosas que causa una pérdida, pelea o rompimiento”, acota García.
Exigencia y corazón
¿Cómo detectar el cruce de límites? El terapeuta enfatiza el uso constante de frases de reparación inmediata en vez de darnos espacio para reflexionar sobre lo ocurrido y habilitarnos a llorar, gritar, patalear o descargar la congoja.
Algunos diálogos comunes de este calibre son: “aún hay mucho por lo que sentirme agradecido”, “el universo nunca otorga más de lo que podemos soportar”, “las cosas suceden por una razón”, “agradezco el aprendizaje” o “podría ser peor”.
También aparecen las meta emociones. Esto implica cubrir aquello que sentimos de expectativas u otras emociones. Por ejemplo, podemos estar tristes o desesperados porque consideramos que no somos lo suficientemente felices o tenerle miedo al miedo.
“En este sentido, un error habitual al intentar salir de una situación caótica o lastimosa es fijarnos objetivos enfocados en las emociones. Proyectamos metas como ser felices, no enojarnos, controlar los celos, etcétera en lugar de establecer comportamientos o acciones que nos conduzcan a ellas”, comenta el psicoanalista Gerardo Pacheco.
Carga negativa
Mientras algunos mantienen una coraza para el corazón, en el extremo opuesto existe una bruma pesada -idéntica a la positividad exacerbada- que lastima nuestro equilibrio: las quejas. “Para aliviar la carga emocional y comunicar nuestros conflictos es elemental, pero la mayoría interpreta esto como una carta abierta para quejarse al punto de que el pesimismo se convierte en costumbre”, expone García. Al pasar años en esa sintonía está demostrado que los niveles de tolerancia y empatía disminuyen.
“Una vez activado el botón de queja nuestra mente se vuelve susceptible al enfoque negativo y quizás opere en nosotros el sesgo de confirmación. Esta tendencia nos lleva a interpretar la información o hechos nuevos que nos ocurran de forma que confirmen nuestras ideas preconceptivas. Para el caso, si afirmamos tener un día malo o desafortunado, cualquier noticia o acto pequeño va a ser entendido dentro de este parámetro”,
Por otra lado, en lugar de la queja pasiva (exponer los pesares como la solución) el profesional recomienda optar por la crítica constructiva. En esta el diálogo es apenas el primer paso y lo que importa es focalizarnos en buscar soluciones para remediar el pesar.