La hija oscura está protagonizada por la sugestiva Olivia Colman, que encarna a Leda Caruso, una profesora de literatura inglesa de 48 años que va a pasar sus vacaciones en una paradisiaca playa griega. Leda intenta descansar y escribir cuando de pronto queda atrapada y obsesionada por una mujer (la bella Dakota Johnson) y su pequeña hija Elena con quienes comparte el parador de la playa. Mientras observa los juegos y mimos entre la madre y su niña, las escenas la retrotraen a su juventud y la relación que ella misma mantuvo con sus hijas pequeñas cuando era joven. Un día la pequeña Elena se extravía en la playa y es Leda quien la encuentra y la devuelve a su familia. Extrañamente conserva la muñeca de la niña manteniéndola oculta pese a la búsqueda angustiosa de los familiares que nos remite al objeto perdido, ese objeto perdido desde siempre, imposible de recuperar.
La atmosfera del film se vuelve oscura y agobiante intercalándose las escenas del presente y del pasado en donde es la pérdida la que aparece en su automatismo de repetición incesante. El desarrollo nos remite a una hija perdida por una madre. Pérdida de la niña en la playa, una muñeca perdida, pérdida de las hijas de Leda en el pasado, y también Leda perdida en la relación con su propia madre. Una hija perdida es la clave entonces de la película. The lost daughter (el título original) se traduce tanto como hija perdida y también como hija oscura. Es lo oscuro, lo inquietante de la perdida de una hija, lo que la directora nos transmite a través de los diálogos como en los sutiles gestos y miradas cargados de angustia, enigma y erotismo que realizan los actores.
La pérdida original
¿Cómo pensar esta cuestión de un hijo perdido para una madre, esos miedos y fantasmas presentes en toda maternidad? Lo que el psicoanálisis sostiene es que la humanización de todo sujeto se produce a partir de la separación del niño con la madre y de la madre con su criatura. Pérdida original que hace posible el nacimiento del sujeto y su inserción en la cultura. Para ello una madre debe tener un deseo más allá de su hijo, un otro objeto que la sitúa como deseante. Es decir que una madre tiene otro deseo que la causa. Esto produce una diferencia entre ser madre y ser mujer, estableciéndose una relación entre el deseo femenino y el deseo maternal en el que uno ausenta al otro. En tanto una mujer está habitada por un deseo femenino ya no será una madre-toda para su hijo.
Una mujer está partida. Partida entre un deseo que apunta a eso que la completa como madre, con su trabajo o profesión, que la hacen toda: toda madre, toda exitosa profesionalmente o socialmente. Y por otro lado un goce no-todo, goce femenino no-todo de la madre, goce loco, enigmático, silencioso, indecible, indescifrable. Estos dos goces muchas veces se articulan y una mujer oscila entre uno y otro, como cuando goza en la relación con su hijo y luego goza en el encuentro de los cuerpos con su pareja. Esto en su extremo puede derivar en un deseo inconsciente de la madre de no ocuparse de su hijo dando lugar a las distintas formas de abandono materno, ya sean estos reales o bien en el abandono amoroso de su hijo.
La división de toda mujer
Es posible que lo que conmueve al ver esta película sea tributario del conflicto que la misma pone en escena produciendo una identificación o bien rechazo del espectador. Lo que nos muestra es la división subjetiva en toda mujer entre su lugar madre y su lugar femenino. De este modo muestra algo más que la conflictiva relación de una mujer entre su maternidad por un lado y por otra sus aspiraciones profesionales como podría interpretarse. Lo que el film transmite está más bien referido a la división subjetiva de toda mujer entre su lugar madre y su goce femenino. Así produce una desmitificación del lugar idealizado de la madre-toda y la presenta como no-toda, aceptando su lugar como ser humano en su partición estructural. Es desde allí donde una mujer puede oscilar entre ambas posiciones, entre su deseo maternal y su goce femenino, o bien derivar en actuaciones que provocan abandonos reales o deseos inconscientes de hacerlo, con el sentimiento de culpa que provoca.
“Soy una madre antinatural” dice Leda en un momento del film revelando de este modo que no hay un instinto natural materno sino que de lo que se trata es del deseo de una mujer cuyo objeto es su hijo, pero que está partida entre ese deseo que la habita y un goce al cual no puede sustraerse, el goce femenino.
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Alfredo Ygel - Profesor de la Facultad de Psicología de la UNT, miembro del Grupo de Psicoanálisis de Tucumán.