Por Fabián Soberón

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Un aliento fundamental inunda la tarea de Jack Kerouac: escribir la vida. Claramente el autor quiere dar cuenta minuciosamente de las experiencias vitales ligadas a los viajes, los paisajes, las conversaciones, los encuentros, los amigos, los vagabundos que cruzan en las rutas, los amores, el sexo y las drogas. En esa búsqueda de escribir las peripecias y los pensamientos existe una voluntad de documentar lo fugaz, la materia huidiza de la vida. Y no se trata de una voluntad etnográfica sino más bien de una escritura relacionada con el amor por lo azaroso de la existencia juvenil. Existe una conciencia de que lo que se vive está construido sin un orden previo y que es necesario disfrutar de la acidez y la dulzura que surgen en el vaivén espontáneo.  Este gesto es central y dota a la novela de un tono documental que excede el trabajo con la ficción. Podemos suponer que el autor ha imaginado personajes y situaciones y que esta elaboración ficcional está ahí para dar cuenta del hueso duro de lo real.

Dean, el gran profeta beat

La idea de la narración novelesca que cruza la autobiografía con la ficción ya está en Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline, y también el vértigo de la prosa que intercala, ex profeso y con énfasis, los vocablos de la lengua oral. El propio Kerouac reconoció la influencia del francés maldito. Como en la novela de Céline, En el camino está cargado de dementes y desquiciados: “nuestro grupo de locos se lanzaba hacia delante”. Pero hay uno que ocupa el centro: Dean Moriarty (Neal Cassady), el “gran profeta” de la generación beat. La novela traza un perfil de Dean como vagabundo, descarriado, alcohólico, desaforado y excepcional caso de outsider. Dean es una especie de desorientado recorrecaminos que sigue el pulso de su deseo y que lucha contra las reglas de una sociedad conservadora. La indagación existencial de Dean no tiene un sentido prefijado y ese laberinto sin centro es una utopía para los amigos que lo siguen, como si se tratara de un dios sin religión. Se podría decir que a partir de la admiración el narrador elabora una constelación de personajes que giran en torno al “santo” delirante Dean (“el idiota sagrado”) y que conforman algo así como un árbol hecho de locura, desenfado, descontrol y búsqueda incesante y demencial.

Locura

De alguna manera, Sal compone una genealogía de la locura de Dean. Cuenta brevemente la vida del padre y conecta el desquicio de Dean con el de su progenitor. Uno de los síntomas del extravío físico y mental se cifra en los actos delictivos: “Dean creció, empezó a frecuentar los billares…; estableció un record de robo de coches en Denver… Desde los once a los diecisiete años pasó la mayor parte del tiempo en reformatorios”. “Me gustaría que Dean no estuviera tan loco”, confiesa el narrador.

La novela está montada en los múltiples viajes entre el este y el oeste estadounidense. Casi como si fueran maniáticos de la carretera, Sal, Dean y los otros amigos recorren los caminos como si allí se cifrara el sentido evanescente de la vida. Los pueblos, las rutas, los senderos, los bosques, las ciudades, las casas, las calles y los personajes se entrecruzan en el relato y conforman un mundo disperso y azaroso que busca dar cuenta de la vida como viaje, la vida entendida como un arrebato.

Bebop

En 1949, Sal decide ir solo a Denver a buscar trabajo. Aguanta un tiempo recorriendo las calles, solitario, y recordando los años de sus amigos en el pasado. Se harta de esa vida y decide regresar a San Francisco. Sal vuelve a la “ciudad más excitante de América”. Dean lo recibe en su casa y le cuenta que no está bien. Está casado con Camille, uno de sus dos amores, y tiene una hija pequeña. Dean extraña a Marylou, su otro amor. Le cuenta que la fue a buscar y que la encontró abriendo las piernas a los marineros del puerto. Marylou se dedica a la prostitución. A raíz del exceso con las drogas, Dean tiene visiones místicas. En el elixir alucinógeno, comprende sus misiones en la vida    

En varios pasajes de la novela, el bebop tiene un lugar como fetiche y como expresión de una filosofía existencial. El bebop fue un estilo de jazz moderno que surgió como reacción al conservadurismo de las Big bands y como una forma experimental de interpretación en la que los solos instrumentales eran más libres, con notas agudas y con un trabajo de armonía diferente al jazz convencional. Los nombres celebres del bebop (Dizzie Gillespie, Charlie Parker, Miles Davis) están referidos con una pasión musical y vital.

La desilusión

Dean está pendiente de encontrar a su padre en cualquier ciudad. Ve un grupo de vagabundos al lado de la ruta o junto a una hoguera y sospecha que uno de ellos puede ser su padre. Podría ser cualquier persona con pantalones mojados, con sangre en el pecho y orejas sucias.

Entusiasmado por ver a su primo Sam Brady, cree que podrá hablar de su infancia con Sam y tiene expectativas sobre el paradero de su padre. Pero el primo no quiere saber nada de él. Incluso le dice que su padre no existe para ellos. Esta escena muestra a Dean como alguien abandonado por su familia y también como un mentiroso o un lunático. Salvo lo que piensa Dean desde su percepción extraviada, nadie cree que el padre pueda estar vivo.

En los diversos recorridos entre el este y el oeste de Estados Unidos, Dean, Sal y sus amigos levantan muchos vagabundos en las rutas. Sal dialoga con los desquiciados de las rutas como si viera en ellos un ejemplo a seguir. Entre otros, se cruza con Mississippi Gene, el muchacho que se quedó con su camisa, el vaquero que le contó su vida y los chicos jesuitas que había leído a Santo Tomás.

Sueño y decadencia

En los años 50, Estados Unidos ocupa el centro de la escena económica mundial, se consolida el sueño “americano” y se convierte en el modelo de país próspero en un escenario en el que Europa debía recuperarse de la crisis ocasionada por la Segunda Guerra. En este marco de éxito capitalista Kerouac escribe una novela que se burla de ese modelo y que muestra las grietas del  estado de bienestar. Los vagabundos, las putas, los hombres desahuciados, las casas destruidas son solo una muestra de la destrucción o de la impugnación del sueño “americano”. Sal se duerme en las butacas del cine y no advierte que los empleados barren la basura: “Estuvieron a punto de barrerme a mí también. Esto me lo contó Dean, que observaba desde diez asientos más atrás. En aquel montón estaban todas las colillas, las botellas, las cajas de cerillas, toda la basura de la noche. Si me hubieran barrido Dean no me habría vuelto a ver. Hubiera tenido que recorrer todos los Estados Unidos mirando todos los montones de basura de costa a costa antes de encontrarme enrollado como un feto entre los desechos de mi vida, de su vida, y de la vida de todos”.

Quizás por eso del libro se desprende una energía vital nietzscheana y una tristeza beat, una melancolía inseparable del sopor ante la fugacidad de la vida.

Aunque el narrador se empeña en destacar la alegría asociada al vértigo y al sexo libre, en algunas páginas deja traslucir una impresión sobre la vida que parece más el eco de un blues que el ritmo frenético de una pieza rápida de bop. En una noche con Terry, “la mexicanita”, Sal reflexiona: “tenía mi propia vida, mi propia y triste y miserable vida de siempre”.

© LA GACETA

Fabián Soberón - Escritor.

Dean Moriarty*

Por Jack Kerouac

Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos. Acababa de pasar una grave enfermedad de la que no me molestaré en hablar, exceptuado que tenía algo que ver con la casi insoportable separación y con mi sensación de que todo había muerto. Con la aparición de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera. Antes de eso había fantaseado con cierta frecuencia en ir al Oeste para ver el país, siempre planeándolo vagamente y sin llevarlo a cabo nunca. Dean es el tipo perfecto para la carretera porque de hecho había nacido en la carretera, cuando sus padres pasaban por Salt Lake City, en un viejo trasto, camino de Los Angeles. Las primeras noticias suyas me llegaron a través de Chad King, que me enseñó unas cuantas cartas que Dean había escrito desde un reformatorio de Nuevo México. Las cartas me interesaron tremendamente porque en ellas, y de modo ingenuo y simpático, le pedía a Chad que le enseñara todo lo posible sobre Nietzsche y las demás cosas maravillosamente intelectuales que Chad sabía. En cierta ocasión, Carlo y yo hablamos de las cartas y nos preguntamos si llegaríamos a conocer alguna vez al extraño Dean Moriarty.

* Comienzo de En el camino.

Perfil

Jack Kerouac nació en Lowell, Massachusetts, en 1922. Es el escritor más destacado y emblemático de la Generación beat. En 1940 se matriculó en la Universidad de Columbia pero pronto abandonó los estudios para ingresar a la marina mercante. En Nueva York conoció a Allen Ginsberg, William Burroughs y otros futuros miembros del movimiento beat. Viajó con Neal Cassady por Estados Unidos. Su primera novela publicada, El campo y la ciudad, se editó en 1950. En el camino, la más celebrada, en 1957. Murió, a los 47 años, por una hemorragia interna causada por cirrosis, en San Petersburgo, Florida, en 1969.