Una de las primeras medidas que tomó Hitler cuando asumió el poder total en Alemania, después de la destrucción del Reichstag el 27 de febrero de 1933, fue la supresión de los partidos políticos mediante su iniciativa para la protección del pueblo alemán. Esto pasó hace casi cien años y tiene una actualidad dolorosa. Duele tener que citar a un personaje abominable, gestor de las maldades más perturbadoras del siglo XX, como un precursor de las ideas que cien años después se pondrían en práctica, desde los EEUU a la Argentina, desde Brasil a Chile.
Pero él anunció hace cien años el fin de la democracia. No es posible llevar adelante las ideas más fanáticas en un mundo de discrepancia política, donde haya crítica, donde haya derechos o justicia que respetar. Hitler dijo proféticamente: “Nuestro derecho debe servir en primer término al mantenimiento de esa comunidad popular. A la inamovilidad de los jueces por una parte ha de corresponder elasticidad del fallo en beneficio de la sociedad. No el individuo sino el pueblo debe ser centro de la preocupación legal”.
¿Hay algo diferente en la avanzada de la procesada y condenada Cristina Fernández en Argentina contra la Corte Suprema? El “Justicia Para Todos” del frontispicio del edificio de la Suprema Corte de los EEUU ¿no está en contra de los deseos de Trump de alzar el pueblo para impedir que asumiera el candidato elegido? ¿No es lo mismo que pasa ahora en Brasil donde los partidarios de Bolsonaro reclaman a las fuerzas armadas que tomen el poder para impedir que vuelva Lula como presidente? Tenemos que preguntarnos si no es justo que la democracia sea puesta en duda en el siglo XXI como forma ideal de gobierno. Al menos los hechos nos dan lugar para preguntarlo.
Los argentinos sabemos muchas cosas: sabemos de fútbol como pocos, sabemos de inflación como ningún otro país en el mundo, sabemos de golpes de estado como nadie. Bolivia nos gana en número, pero no en muertos ni en duelo. ¿Podemos contarles algo desde este país perdido que sirva de experiencia a los demás? Con seguridad, nadie nos escucharía si habláramos de economía, o de anticorrupción. Pero les podemos contar a todos lo que significa invitar a los militares a ser parte de la mesa de decisiones. De la estupidez de los que dicen que las fuerzas armadas sirven a la Nación y no piden nada a cambio. Eso puede ser en un país civilizado y con fuerzas armadas civilizadas. Pero es muy difícil que esa conjunción de conciencia democrática se dé entre los que tienen las armas en la mano. Ese ha sido un error típico e imperdonable en la mayoría de las democracias latinoamericanas. Llamar a las armas para que impongan el orden, restauren el poder a sus dueños legítimos. Es abrir la puerta al león para que mate al gato que araña las gallinas. Como tontería es más grande porque estima en derecho legitimar al que solo tiene un poder prestado, al servicio del pueblo al que debe servir. Les hace creer que tienen derecho a decidir. A partir de abrir esa puerta, solo servirá la ley de la selva. Del más fuerte o del más hábil para imponer su fuerza.
Un presidente de los EE.UU. incita al pueblo a levantarse contra el presidente elegido para evitar su derrota y retomar el poder por la fuerza. Una ex presidenta en una republiqueta se niega a reconocer a quien la sucedió por decisión de la gente y a entregarle la banda presidencial a su sucesor. Un impresentable, ex presidente de uno de los más grandes países del orbe, está comiendo pollo frito en los EE.UU. mientras su sucesor asume su mandato.
No perdamos la óptica ante el descalabro. La democracia está en nosotros. En las trincheras de los que miramos. Todavía hoy hay cosas que valen aunque no funcionen debidamente. No dejemos de creer en el Código penal porque se robe todos los días, ni en el derecho internacional porque Rusia se cree con derecho a invadir Ucrania. Alguna vez todos los culpables rendirán cuentas y no hablo de un futuro celestial. En poco o en mucho tiempo, todos verán sus nombres en la historia y no habrá espacio sino vergüenza para golpistas que incitan a invadir el Capitolio, o invadir Brasilia o hacer un juicio político a una Corte que no le haga el beneficio de la impunidad a quien se lleva el premio histórico a la corrupción.
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Alberto Zuppi – Doctor en Derecho. Ex secretario de Justicia de la Nación.