A boca de jarro. Frase que se usaba mucho -cada vez menos- para expresar algo que ocurre de improviso, sin demasiadas intermediaciones. Significa beber directamente del jarro, de la jarra, de la botella, sin tazas o vasos mediante.
A boca de jarro hicimos un sondeo estos últimos días, más que nada entre jóvenes menores de 30 años, la mayoría conocidos, amigos, vecinos.
Los resultados de esta consulta callejera no nos sorprendieron: el 100% no sabía la totalidad de los cargos que se votan mañana, qué son exactamente las PASO, qué pasará después, o las implicancias legales (y reales) que tiene no concurrir.
Hasta el jueves, casi la mitad no tenía decidido su voto y tampoco estaba seguro si asistiría a las urnas. Sólo un par supo definir con precisión qué es un representante del Parlasur, incluso varios ni siquiera sabían que se votaba ese cargo, ni pudieron explicar la diferencia entre candidato y precandidato.
Sondeo a boca de jarro entre casi 20 personas de clase media, alfabetizadas, estudiantes, profesionales o trabajadores. Imaginamos cómo caería la vara de calidad en este boca de jarro entre sectores de menores recursos, sin estudios, desinformados y con carencias profundas.
No es la ignorancia la variable que más nos llama la atención, ni tampoco la que más preocupa. Es una consecuencia de la hiperinformación, trasciende a la política y afecta a todos los campos del conocimiento y de la vida cotidiana.
De hecho, desconocer los vaivenes del sistema electoral en Argentina puede ser hasta saludable, una especie de caparazón que nos protege de la toxicidad política.
En cambio, percibimos un aumento constante del desinterés, la apatía y el escepticismo año tras año, a medida que se suceden las elecciones.
Las cifras oficiales lo confirman. En 40 años de esta nueva democracia, del 83 a esta parte, no deja de caer la participación y de crecer la abstención, el voto en blanco o el llamado “voto bronca”, que en algunos comicios se materializó en opciones más excéntricas o extremas, de izquierda o de derecha. Y este año no será la excepción.
Mayoritariamente no se percibe a la política como una herramienta de cambio ni que sirva para mejorarle la vida a la gente. Lo único que ha detenido o demorado el derrumbe de la participación cívica fue el clientelismo, el acarreo, y el tráfico de influencias, empleos y cargos. Pero en las PASO de mañana este recurso poco transparente, costosísimo y que transita por la banquina de la corrupción perderá enorme protagonismo. Primero porque son internas, y segundo porque las arcas, sobre todo las estatales, ya están vacías.
Inversiones que vuelven
Para las elecciones provinciales de junio pasado, un candidato elaboró una base de datos de sus posibles votantes, en base a los circuitos, zonas de influencia y al relativo alcance de la propaganda. Recolectó en total 64.900 electores. Vendría a ser como su techo medible. Entre ese grupo repartió $ 7.000 a unos 40.000 posibles votantes, además de unos cuantos miles de bolsones con mercaderías no perecederas. En sólo esa etapa de la elección invirtió 300 millones de pesos, a lo que deben sumarse viáticos, logística, publicidad, impresión de votos, etcétera.
Obtuvo poco más de 16.000 votos, lo que le alcanzó para ser electo, aunque la ecuación le resultó bastante deficitaria. “Nos equivocamos feo; hicimos mal las cosas”, reconoció un operador de ese espacio. “Nosotros les dábamos 7.000 pero otros les daban 10.000. Por 3.000 pesos perdimos un montón de votos. Y el que diga que en Tucumán los votos no se compran miente; todos compran los votos, con uno u otro sistema, con plata propia o de “inversores” privados que aportan para la campaña”, detalló este operador.
Aseguran las matemáticas que dos más dos es cuatro, por lo que huelga decir que la política es un gran negocio. Aunque los puristas se escandalicen, la mercantilización de la democracia no es un fenómeno nuevo, sino que se remite hasta los griegos o los romanos, ni tampoco es un invento argentino, aunque así lo presenten los rasgadores de vestidos.
La diferencia está, quizás, en que este negocio democrático en otros lugares funciona, mientras que en distritos como Tucumán está quebrado y con pronóstico reservado.
Mañana habrá poco para repartir, porque tampoco hay demasiado para ganar. Los puestos gerenciales, esos que administran el dinero de verdad, ya se definieron en junio. Ahora sólo quedan algunas embajadas que cubrir, casilleros que tienen más utilidad en el tablero nacional y con vistas a los entramados provinciales del 2025 y 2027.
El genio silencioso
Casi todos conocemos al magnífico Isaac Newton. Físico, inventor, alquimista, teólogo, matemático y filósofo. Un inglés del Siglo XVII que descubrió las leyes de la gravedad y del movimiento (leyes de la dinámica); inventó el cálculo infinitesimal; hizo importantes aportes en la naturaleza de la luz y la óptica y ayudó a moldear nuestra visión racional del mundo.
Además fue un ejemplo de autosuperación. Desde que nació, con tan bajo peso que casi nadie esperaba que sobreviviera, hasta los muchos prejuicios y obstáculos que debió enfrentar en su vida, con buena parte de la ciencia en su contra.
Lo que pocos conocen es la faceta política de Newton. Fue electo como miembro del Parlamento británico en 1689 y cuenta la leyenda que pidió la palabra una sola vez en medio de los acalorados debates: fue para pedirle a un empleado del recinto que cerrara una ventana porque entraba una corriente de aire.
Nos vino a la memoria esta anécdota graciosa pensando en las elecciones que comienzan mañana y proseguirán en octubre, para reconfigurar la composición del Congreso de la Nación. ¿Cuántos Newton ocultos habrá en las cámaras de Diputados y Senadores?
¿Genios silenciosos que nunca hablan y son prejuzgados por su mutismo? ¿Por su aparente inactividad? Es de esperar que el lector apruebe esta ironía.
Dicen que Newton no participaba de los debates porque utilizaba ese tiempo para pensar y resolver grandes problemas. Mientras fue parlamentario estudió la hidrostática y la hidrodinámica y además revolucionó la construcción de los telescopios.
Como político hizo cosas importantes sin llamar demasiado la atención, sin levantar la voz. De esos que hablan poco y hacen mucho, lo contrario del perfil promedio del político argentino actual.
Por ejemplo, Newton propuso por primera vez en el mundo el uso del oro como patrón monetario. Buscaba enfrentar a los falsificadores, que abundaban en esa época, y controlar la inflación. Fue también uno de los precursores de lo que hoy se conoce como Banco Central.
Como Director de la Moneda mandó a muchos falsificadores a la horca. Un “mano dura” dirían hoy.
El oro, una solución científica para un problema político y económico. ¿Habrá pagado para que lo voten? ¿Habrá empapelado todo Londres con consignas como “Isaac, el candidato del pueblo” o “Isaac, el cambio que se necesita”? ¿Cuántos Newton elegirán los argentinos mañana? ¿Alguno descubrirá el oro contra la inflación? La respuesta casi seguro es no, pero ojalá nos equivoquemos, como se equivocaron con Newton cuando sólo habló para pedir que cierren la ventana.