Conformación de nuevas estructuras “al crochet”

28 Agosto 2023

Carlos Duguech

Columnista invitado

Europa, ese continente del que provino una gran parte de quienes conformaron la corriente inmigratoria que pobló Argentina desde finales del Siglo XIX y la primera mitad del Siglo XX. La integraban, particularmente, italianos y españoles, sectores a los que se sumó el proveniente del Asia menor (de árabes y judíos). Europa era “el continente de la guerra”. La que comenzó en 1914 y se extendió hasta 1918, de tal magnitud por tanta destrucción y muerte, que fue bautizada -en su tiempo como “La gran guerra”. Un poco más de dos decenios después mutaron su nombre por el de “Primera Guerra Mundial” (IGM) por la fogata encendida desde la Alemania de Hitler en 1939 y que se extendería hasta 1945, como la Segunda Guerra Mundial (IIGM).

Cifras espeluznantes

Sumadas, las víctimas de esas dos conflagraciones mundiales se alcanza un número que hiere a muerte la conciencia humana, por lo desmesurado. Fuera de toda comprensión, aunque los historiadores coinciden sólo en un punto: es muy difícil, casi imposible, determinar el número aproximado de víctimas tanto militares como de la población civil en las dos guerras. Se anima, la mayoría de ellos, a proponer un número que, aun con tanta prevención sobre su exactitud, asombra y mueve al espanto frene a lo que es una guerra mundial: entre 60 y 80 millones de personas. Apelo, ya lo hice otras veces, a una regla mnemotécnica para tener en la memoria esa cifra y su significado, habida cuenta de que es imposible que un ser humano pueda ver, en un mismo sitio, y el mismo tiempo, a tres o más centenares de miles de personas. Si tomamos la cifra promedio (entre 60 y 80 mmillones), 70 millones, y sumamos el tiempo que duraron las dos guerras mundiales -10 años- diseñamos la regla mnemotécnica que necesitamos: un avión Airbus 380 puede transportar 509 pasajeros. Si por año se produjeron 7 millones de víctimas éstas son equivalentes a los pasajeros de 13.752 Airbus 380. Y un número increíble por lo inimaginable: haciendo las cuentas el resultado es que, durante 10 años, fueron cayendo por día, cada día, 37 aviones Airbus 380. Eso nos brinda conciencia de la pavorosa tragedia humana por los humanoides que la generan- casi, como si nada- desde los centros poder.

Por ello, ante tanta espesa historia de muerte, de destrucción, de “infiernos en la tierra”, Europa diseña una serie de atajos valientes y de exigencias para revertir esa tendencia que se origina en 1914 y finalmente desemboca -luego de algo más de dos décadas de paz temblorosa- en la IIGM. La que da su zarpazo por seis años a partir de 1939 en la gestión de la Alemania de Hitler. La culminación de aquel diseño, paso a paso, desde 1951, desembocó en el Tratado de la Unión Europea, suscrito en Maastrich (Países bajos, ex “Holanda”) que entró en vigencia el 1 de noviembre de 1993

El Tratado de Maastrich

No era ni provisorio ni diseñado por circunstancias que variarían con el tiempo. Tenía exigencias tales como que no todos los países pudieron acceder prontamente. Se exigían, para el caso, modificaciones de sus normas vigentes al interior de algunos países y adaptaciones de su legislación para que el ingreso pleno a esa Unión Europea no resultase ni traumático para cada país ni entorpeciera el desarrollo que se pretendía armónico para el conjunto. Cuestiones como política exterior y de seguridad debían ser comunes para todos los miembros. Una exigencia de hierro, nada menos, por lo visto. En cuanto a la moneda de cada país integrante el Tratado de Maastricht fijaba normas precisas para su uso así como los requisitos que debía cumplir cada país para adaptarla. Entre otros nobles principios se procuraba la protección de los valores comunes y, particularmente, la independencia de la Unión Europea (UE). La protección del medio ambiente ocupaba un aspecto esencial del compromiso de los países integrantes de esa conformación regional. Los aspectos comunes de ciudadanía, de defensa, eran esenciales y todo engarzado en los principios de Naciones Unidas, para “preservar la paz y la seguridad internacionales”.

Además de diseñar la libre circulación entre los países miembros en beneficio de sus ciudadanos, pasaporte único, se crea por etapas la moneda única (el Euro) y periodos para cada país miembro que deberá adaptar, la que venía siendo suya, al nuevo sistema de signo monetario. Una elaboradísima transición, necesaria para –finalmente- consolidar la moneda única. Es bueno destacar para tener idea de la naturaleza del tratado de Maastrich dirigir la mirada hacia dos aspectos esenciales: la inflación y el nivel de deuda pública de cada país con pretensiones de ingresar a la UE: la tasa media de inflación, durante un año, no deberá exceder en 1,5% de la corresponde a los tres mejores estados de la UE, nada menos Y otro aspecto riguroso del Tratado: la deuda pública del estado-parte no deberá superar el 60% del PBI; y el déficit del presupuesto no deberá exceder del 3% del PBI. Y no sólo esa exigencia estricta sino que hasta fija los márgenes de la tasa de interés: “no debe exceder en más de dos puntos porcentuales el de los tres Estados miembros con mejor comportamiento”. Y además, para ingresar en la UE, cumpliendo el Tratado de Maastrich, el tipo de cambio debe mantenerse estable dentro de los márgenes de fluctuación de las normas internacionales sobre la materia.

El “Brics”

Este acuerdo es otra cosa. Una conformación multi-países que nace en 2006 como BRIC a la que le dieron nombre con su iniciales Brasil, Rusia, India y China hasta que modifica su sigla identificadora como Brics con el acople de Sudáfrica, cinco años más tarde (2011). Puede afirmarse que difiere de todo lo que hasta hace unos años se entendía por sistemas integrados por razones economices, políticas y de cercanías, UE, Mercosur, Mercado Común Europeo, etc. La idea era la suma de países en desarrollo sostenido cuya potencia iba en aumento en el comercio mundial contando con integrantes como India y China (cuya suma de población representa el 35% de la mundial) y las de Brasil, Rusia y Sudáfrica que la elevan al 40%. Ese Brics, en todo sentido (particularmente el PBI y el volumen de producción y demanda, constituye un mercado de macro características, si bien las estructuras políticas de cada uno de ellos difieren entre sí. Las cuestiones ideológicas de un pasado no muy distante no impidieron el camino hacia convenientes convergencias sobre lo que interesa a cada integrante: el progreso socioeconómico de sus pueblos basados en el desarrollo de sus capacidades productivas y el crecimiento del comercio en todos los mercados posibles. De eso se trata, nada menos.

¿Y los Estados Unidos?

Durante la guerra fría -Estados Unidos vs. Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- se perfilaban cada uno de los contendientes sabiéndose que conformaban los extremos del eje occidente-oriente (capitalismo-socialismo) y, por detrás de ellos, los respectivos seguidores. Unos permanentemente, otros, a ratos. Y muchas veces las frustraciones de los objetivos políticos de cada parte interferían con la necesidad y voluntad de desarrollo de sus respectivos seguidores. Ahora puede percibirse en este nuevo modelo de asociación (Brics) con Argentina y otros países más a partir de 2024, un desembozado aunque pacifico diferenciamiento del “Occidente”, de los Estados Unidos.

Aventura este columnista que puede advertir el hilo fino de una madeja en poder de China que aspira a ocupar el lugar que dejó vacante la ex URSS frente a los Estados Unidos, tejiendo, con la aguja de ganchillo, los arabescos de un tejido al crochet.

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