El lenguaje ante el desierto del olvido

Una madre que no puede recordar y una hija que lo hace en su lugar. Por Hernán Carbonel para LA GACETA.

NATALIA NEO POBLET. Sensibilidad que sana y destroza al mismo tiempo. NATALIA NEO POBLET. Sensibilidad que sana y destroza al mismo tiempo.
10 Septiembre 2023

Hay una madre. Una madre que ha sufrido un ACV isquémico sin parálisis y que olvida, pero que se recrimina ese olvido. Una madre a la que se le acabó el futuro, que habla solo si le preguntan, que jugando al solitario se siente menos sola, pero que tampoco pierde el humor: responde “en México y en bikini” si le preguntan dónde le gustaría estar en ese momento. Una madre que habrá dejado de ser la misma, como dejará de ser la misma, también, quien la narre. Donde hay una madre que olvida, entonces, hay una hija que recuerda; la memoria colectiva frente al olvido individual.

Ese presente continuo, esa cotidianidad entre una y otra, las diez cuadras y los 42 que las distancian. Y en medio de aquello, la aparición de la Covid: encierro, barbijos, dificultades para manifestar el afecto, peligros latentes. Luego del olvido, una nueva forma de la suspensión del tiempo.

Lo que demora el olvido, de Natalia Neo Poblet, es una celebración del amor, la empatía, el cariño, el acompañamiento al ser querido, todo aquello que significa desprenderse de sí mismo para estar en el otro, y con un nivel de sensibilidad que sana y destroza al mismo tiempo.

En medio, la reconstrucción del linaje, flashbacks, la quinta familiar, la niñez de la autora, fugaces apariciones del padre, la figura de Natu Poblet, símbolo de la librería Clásica y Moderna, que heredara de su abuelo y luego de su padre y que fuera faro cultural (a ella, por obra y gracia de su madre, le debe la autora su nombre).

¿Cuándo comienza a narrarse? El 1 de enero de 2019. ¿Cuándo termina? El 31 de diciembre de 2018. Las 150 páginas transitan años en esas pocas horas, como si todo se desarrollase en una atemporalidad (la atemporalidad de quien omite), en aquello que quedó varado. Frente a la carencia de memoria, el calendario: el último día del año, el primero, los cumpleaños, el día del amigo, el de las infancias, las estaciones del año. Otra vez, esa cotidianidad.

Lo que demora el olvido juega con varios registros: el presente inmediato, páginas de una sola línea, sueltas como aforismos, como latigazos (“Olvidar duele”); omite toda clasificación de géneros (es ensayo, texto autobiográfico, testimonial, diario personal, novela del yo); y rinde culto al lenguaje como única herramienta para pelearle a eso siempre a punto de escaparse: recuerdos que “ya no hablan la misma lengua”, hilvanar esa lengua “que se viene deshilachando”, un vocabulario que se arruga, un idioma que se construye de a dos. Dirá la madre: “¿Qué vas a escribir sobre mí si soy la mujer sin historia?”

Nos quedaremos sin el desenlace de esta historia, de esa madre, pero tampoco necesitaremos conocerla, porque todo está en esa última frase: “Te fuiste para estar en todas partes”.

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