El ajedrez sangriento entre israelíes y palestinos

El ajedrez sangriento entre israelíes y palestinos
09 Octubre 2023

Carlos Duguech

Analista internacional

La tentación de un paralelismo entre el singular ataque a las Torres gemelas de Nueva York (11 de septiembre de 2001) y la invasión terrorista de los grupos armados de Hamas desde Gaza, al sur de Israel, tiene un factor esencial de referencia: la sorpresa. Por un lado, los Estados Unidos, la superpotencia, mostró después del “11S” que sus “deberes” de seguridad” fueron catalogados como aplazo. Y los de Israel también hoy, siendo el país más asegurado y protegido del mundo con un sistema de seguridad que incluye un muro o “barrera de seguridad” de más de 700 kilómetros, iniciado en 2005. Comenzaba su construcción en ese entonces mientras se desplegaba la rebelión palestina en lo que se llamó segunda Intifada. Si bien la barrera de contención se desplegaba en parte de la “línea verde” (1949) que ejercía de frontera virtual de Cisjordania, también se adentraba en territorios destinados a los palestinos en la resolución 181(II) de “partición” de la ONU, de 1947. Territorios ocupados militarmente luego de la Guerra de los Seis Días” (1967).

Expuestos así esos aplazos, la vulnerabilidad dejó puertas abiertas para el terrorismo, que no conoce de reglas ni de leyes que pretenden -a su manera- morigerar las consecuencias de toda guerra. Tales los “protocolos de Ginebra” y otras normas con parecidos propósitos vinculantes.

Interpretaciones

Transcurridos 76 años, nada menos, desde una de las más famosas resoluciones de las Naciones Unidas (ONU) que, en noviembre de 1947, establecía para la Palestina del Mandato -que ejercía Gran Bretaña por imperio de la ex Sociedad de las Naciones, en 1920- nos hallamos frente a un diagrama de relaciones entre dos partes: Israel, estado constituido y aceptado como miembro pleno de ONU (en su segunda petición, de 1949) y un “virtual” estado en dura y complejísima gestación llamado Palestina.

Dos partes de un mismo problema de origen que, sin embargo, son tan diferentes que una puede incumplir casi todas las resoluciones de la ONU, de su Consejo de Seguridad (vinculantes) y la otra, Palestina, que no termina de conformarse como “nación”.

Después de los Acuerdos de Oslo, que no lo fueron tanto como se expresaron, los palestinos organizados sólo recibieron lo que en la jerga habitual en el mundo de las indefiniciones se menciona como un premio consuelo.

La Palestina (nación) sólo alcanzó la denominación de “Autoridad Nacional Palestina” (ANP). Ni mucho ni poco. Nada, en el derecho internacional. Por ello mismo -vaya incongruencia- sólo es observadora en la ONU, que la parió  en el “parto de las siameses”, mientras que Israel es miembro pleno.

Aunque es uno de los miembros plenos del organismo internacional que le dio status de nación es el  que más incumple sus resoluciones. Particularmente las vinculantes del CS. Las denominadas 242 y 338 que ordenan (1967 y 1973, respectivamente) que debe Israel “retirarse de los territorios ocupados en el reciente conflicto” (se refiere al de la “Guerra de los Seis Días”). Y no se retiraron. Salvo de Gaza, esa franja equivalente a la sesentava parte de la provincia de Tucumán. La densidad de población es una de las mayores del mundo: 5.000 habitantes por kilómetro cuadrado.

Mientras el tiempo fluye diseñando los hitos de la historia de las relaciones entre israelíes y palestinos, mejor sea dicho: entre el gobierno de ultraderecha de Benjamín Netanyahu y la casi caricaturesca entidad denominada, como de compromiso y por concesión del ocupante sobre el ocupado, Autoridad Nacional Palestina, la distancia entre la Resolución 181 de la ONU sobre “partición de Palestina” y la realidad no se la podrá visualizar ni con el inconmensurable recurso  de la IA.

Alguna vez, el 1° de diciembre de 2003, se presentó el Acuerdo de Ginebra en relación al conflicto palestino-israelí durante una convocatoria de la que participaron personalidades políticas internacionales, pero no hizo mella en la caparazón dura y resistente de lo que dio en llamarse según desde dónde se lo hacía: conflicto palestino-israelí o conflicto israelo-palestino. Ese acuerdo era de buena factura, posible.

“Lo ilógico de Hamas”

Esta expresión la utilicé en dos ocasiones: como título, en El Nuevo Herald (Estados Unidos) en 2018  y como referencia en LA GACETA (2022).

El sentido surge nítido: la resistencia terrorista del grupo islámico de Hamás empecinado en una acción para derrotar a Israel. El pigmeo, en términos de equipamiento y organización guerrera y el gigante que es uno de los ejércitos mejor pertrechados en armamentos, equipo humano y tecnología y  capacidad de inteligencia  del mundo. Por eso, lo “ilógico de Hamas”. Saben que no pueden pero insisten. Ilógico desde todo punto de vista. Producto de un fundamentalismo que cada vez está más lejos de la realidad. Cada vez más irracional.

¿Conflicto centenario?

Nadie podrá asegurar que, habiendo ya transcurrido 76 años desde la Resolución 181 (II) de las Naciones Unidas sin que pudiera cumplirse sobre aquello que fue el núcleo (dos estados,  uno judío y uno árabe y la ciudad de Jerusalén con régimen internacional especial) no se llegue a los 100 años sin solución.

Ese es el nudo gordiano de un conflicto donde todos meten mano.  Por ejemplo el “Cuarteto para la paz en Medio Oriente”, conformado por la ONU, la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia. Esa heterogeneidad, y sumados los intereses propios y no generales de los Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia, dicen a las claras de la inviabilidad del “Cuarteto”.

Impacto mundial

La profusa información desde tantos medios del mundo sobre el sorpresivo y criminal golpe de Hamas en el sur del territorio israelí el sábado último hace innecesario consignarlo en esta columna que sí centra su mirada en ideal, lo racional, que no siempre es lo imposible.

Y lo ideal, y razonablemente justo, sería que Netanyahu, ese recurrente primer ministro de Israel o el presidente de ese país, Isaac Herzog, dijeran al mundo y a los palestinos que su nación está dispuesta a un plan de retirada de los territorios ocupados militarmente desde 1967. Y que está lista para una cumbre con representantes palestinos y  con la asistencia y garantía de Naciones Unidas, y en la sede de esta organización o donde ella indique.

Sólo eso. Sería como abrir la válvula de una caldera pronta a explotar.

Netanyahu, cuestionado

Es conveniente predecir que con el deteriorado gobierno y liderazgo de Benjamín Netanyahu lo escrito más arriba pueda lograrse. Más bien es de suponer, hay razones de peso para ello, que Netanyahu caiga en desgracia y deba renunciar o ser removido de su puesto.

Su plan de reforma del sistema judicial generó una repulsa que se extendió hasta un límite impensado: el 11 de marzo último, en un hecho inusitado, renuncian empleados de la embajada de Israel en Londres.

Difundieron un documento donde expresan: “Somos ex empleados de la Embajada de Israel en Londres. Incluimos ciudadanos británicos, israelíes y con doble nacionalidad. Somos antiguos redactores de discursos de embajadas, funcionarios de prensa y asuntos públicos, funcionarios de seguridad, administradores y personal de apoyo. Todos nosotros estamos orgullosos de haber trabajado en la Embajada ayudando a representar los intereses del Estado de Israel ante el público británico. Hoy, sin embargo, no podemos, en buena conciencia, llevar a cabo los roles que alguna vez nos enorgullecieron de desempeñar. En medio de la crisis provocada por la coalición extremista de Israel, no creemos que la Embajada sea más un lugar donde los intereses del Estado judío y democrático de Israel puedan ser representados de manera efectiva”.

Luego de señalar distintas contradicciones de ministros por sus conductas deshonestas cierran con  un párrafo que lo dice todo: “Pero no se puede fortalecer de manera creíble la relación entre Israel y Gran Bretaña sobre la base de la solidaridad entre los estados democráticos mientras se trabaja para este gobierno. Un gobierno que busca sacar a Israel del campo de las democracias liberales. Un gobierno que al impulsar ‘reformas judiciales’ eliminaría todas las protecciones de los derechos civiles que disfrutan los ciudadanos de Israel, pisoteando los valores de la Declaración de Independencia de Israel”.


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