Comunismo a la tucumana

Desconexión. Improvisación. Desentendimiento. Ignorancia. Apatía. Soberbia. Inmoralidad. Vagancia. Estrechez. Frivolidad. Actuación. Burocracia. Incompetencia. Incapacidad. Desatención. Malversación. Inutilidad. Fracaso. Otro fracaso. Más fracaso.

Las virtudes de la administración pública tucumana se acumulan como los escombros en Gaza. Más de 120.000 empleados cobran un sueldo de la provincia (Ministerio de Trabajo, 2017), a razón de 45.000 millones de pesos mensuales, más otros 30.000 asalariados en los 19 municipios, la mitad informales, más otras decenas de miles de trabajadores tercerizados por el Estado (recolección de residuos, servicios públicos, seguridad adicional y privada, salud derivada, barrabravas, punteros políticos, aplaudidores rentados, etcétera).

Son cifras aproximadas que se estima serían más elevadas, ya que el 43% de los empleados estatales no está resgistrado, es decir, en negro.

Existen otros 30.000 empleados públicos nacionales, ubicados en 189 organismos, como universidades, Anses, PAMI, Vialidad, Aduana, Justicia, bancos, fuerzas de seguridad…

En Tucumán existen además 250.000 jubilados y pensionados estatales.

Otras 80.000 personas están desempleadas, según el Indec.

En la vereda del frente, según el Laboratorio de Políticas Públicas para el Desarrollo Equitativo, de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNT, en la provincia hay apenas 181.000 empleos privados registrados, donde también están incluidos los tercerizados por el Estado y los proveedores de la administración pública.

Sobre una población de 1,7 millones de habitantes y donde poco más de la mitad está en condiciones de trabajar, hay muy poca gente que no depende directa o indirectamente del Estado: calculamos que son menos de 90.000, algo así como el 6%.

En Cuba, de los 4,4 millones de trabajadores que había en 2022, 1,4 millones se encontraban en el sector privado o autónomo, es decir el 31%.

Gigantes y tontos

Esta foto panorámica que hacemos, sin rigurosidad científica pero bastante aproximada a la realidad, nos muestra que Tucumán es más comunista que el país más comunista del mundo, en cuanto a personas con dependencia estatal.

Aunque a diferencia de la empobrecida Cuba, ese comunismo en Tucumán no se traslada a educación, ni a salud, ni a seguridad, servicios que sí están garantizados en la isla. En Cuba, el 62% de los empleados estatales cuenta con título universitario, por ejemplo. En Tucumán, ni siquiera a nivel de funcionarios se alcanza ese porcentaje. Y mucho menos en escalafones inferiores.

Comparación que estamos haciendo con uno de los países más empobrecidos de Latinoamérica, pese a que tiene tres veces menos inflación que la Argentina.

Este es el verdadero origen de la tragedia, parafraseando a Federico Nietzsche.

Supongamos que no es la cantidad lo que importa. Los países escandinavos lideran el empleo estatal en el mundo -exceptuando a las naciones socialistas como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte- y algunos llegan al 30% de trabajadores públicos sobre el total de la masa laboral, como Noruega, Dinamarca o Suecia. Aún así, porcentualmente los vikingos tienen menos estatales que Tucumán.

El problema no es el número, sino la eficacia. Tucumán tiene un Estado gigante, pero además tonto. Desconectado, improvisado, lento, ignorante, vago, inmoral, apático, burócrata, incompetente, inútil. Para colmo soberbio, ostentoso y frívolo.

Políticos millonarios que no saben hacer otra cosa que nombrar gente para seguir ganando elecciones. Una ecuación económicamente inviable, degradante y espantosa que, obviamente, no es ilimitada. Tiene sus días contados.

La casta no se detiene

El propio gobernador electo, Osvaldo Jaldo, le dijo esta semana a LA GACETA que esto debe detenerse. Basta, advirtió. Anunció que revisará todos los nombramientos y ascensos que realizó el manzurismo en los últimos seis meses y que los cancelará si no están probadamente justificados. Y lo reconoció un hombre que pertenece a “la casta” enquistada en el poder desde hace tres décadas.

Más allá de si cumplirá o no cumplirá con su promesa, Jaldo es contador y entiende que los números ya no cierran, que el despilfarro fiscal debe tener un fin porque la tragedia es inminente. Si no lo es ya, con la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza, las inversiones privadas en caída libre, con una infraestructura que se cae a pedazos y un contexto nacional al borde del colapso.

El discurso pseudosocialista del kirchnerismo que culpa por todo el desastre a la derecha y al sector privado ya no se sostiene. Al punto que los tres candidatos con posibilidades de acceder a la presidencia son de derecha. Más populistas o menos populistas, pero de derecha al fin.

Y el sector privado, la economía libre, el mercado, es igual en todo el mundo, aunque pareciera ser que en la Argentina están los empresarios más malvados del planeta, según el relato oficial de los últimos 20 años.

¿En Chile no hay especuladores? ¿En Colombia no hay evasores? ¿En Alemania no hay explotadores? ¿En Estados Unidos no hay lavado de dinero? ¿En España no hay narcotráfico? ¿En Inglaterra no hubo pandemia? ¿En México no hay inseguridad? ¿En Uruguay no hubo sequía? ¿En Ucrania no hay guerra? ¿En Egipto no hay inflación? ¿En Brasil no hubo Bolsonaro, la versión carioca del “ah, pero Macri”?

En Argentina hay todo eso pero mucho peor y nos dicen que nada es responsabilidad del gobierno.

¿El próximo presidente continuará con la farsa del “ah, pero Alberto”?

Jaldo dice haber entendido la situación y anunció que reducirá el gabinete, pero su pasado lo condena y le costará bastante demostrar austeridad, eficiencia, trabajo y más hechos que palabras. Es decir, hacer todo lo contrario que su antecesor, que pasará a la historia como la nada misma.

La intendenta electa de la capital, Rossana Chahla, también se subió al tren que huye del enojo popular, prometió ajustes en el municipio y avisó que está mirando a Córdoba, una de las ciudades más prósperas de la Argentina, donde fue recibida por el intendente Martín Llaryora, un peronista enfrentado al kirchnerismo.

Faltan ocho días para las elecciones nacionales que, lamentamos pronosticar, no producirán cambios ni a corto ni a mediano plazo, ya que el país arrastra dolencias crónicas de larga data.

Como en Tucumán, la enfermedad no se cura cambiando de médico si se sigue haciendo lo mismo, sino cambiando de tratamiento.

No puede haber tanta gente improductiva desangrando al Estado, cuando no enriqueciéndose. Tucumán estampó la peor versión del socialismo, que es el comunismo casi sin Estado.

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