Por Hugo E.Grimaldi
Con el dólar en un péndulo que lo ha llevado groseramente muy por arriba de los $1.000, retiro de depósitos de todos los colores, precios en disparada y góndolas vacías más la pobreza que no para de crecer, con la inseguridad en la puerta de cada casa, una educación paupérrima y abandonada a la mano de Dios, asco por la corrupción, sensación de país fundido, mucho temor hacia el futuro y dudas legítimas de la gente, llega la elección de mañana de la mano de la decadencia y la incertidumbre. Es un evidente fin de ciclo.
Roma no se hizo un día, se suele escuchar a la hora de solicitar paciencia, pero hay que decir también que tampoco su luz se apagó de la noche a la mañana. Todo fue un proceso de casi 300 años de degradación creciente en el que se amalgamaron las correrías cada vez más profundas de los invasores hacia el corazón político del Imperio, hasta desmembrarlo desde afuera, junto al tobogán moral que se posó como una nube negra sobre gobernantes y gobernados y los hizo postrar, minándolos desde adentro.
Con esas carencias y con la pasiva aceptación de quienes eran los “civilizados” que mandaban, la invasión y la toma del poder de los llamados “bárbaros” fue sólo cuestión de tiempo y así los romanos pasaron de ser dominadores a quedar en el rubro de los dominados. Lo más curioso del caso es que, como símbolo del round final, casi todos esos mismos elementos se hallan hoy nítidamente presentes en la sociedad de los argentinos.
La actual no es una decadencia producto del lujo y de los desbordes como la que azotó a Roma, sino que lo que ha muerto y ha dejado al mismo tiempo al colectivo colgado de las cuerdas y sin capacidad de respuesta, es el sistema casi monopólico de hacer política y el simultáneo de regular la economía desde la planificación y el gasto público, con creciente cobro de impuestos y desprecio manifiesto hacia el sector privado y su capacidad de inversión.
Esta práctica, de la que, con matices, no se salvan peronistas de cualquier ala ideológica, ni radicales, ni militares es la que ha guiado el barco durante casi un siglo y que, con algunos períodos de idas y de vueltas y con tres/cuatro hiperinflaciones de por medio, ha resultado ser perversa de toda perversidad. Igual que en la Roma imperial, el deterioro ha servido para generar un desmedido gasto del Estado que se fue acelerando año tras año mientras que, de paso, el desmadre sirvió para encubrir la corrupción a partir de un gasto infinanciable, de endeudamiento feroz, de la pérdida de Reservas a menos cero, de un dólar hacia los niveles actuales y de una emisión sin límites, todo ello sustento de la inflación y de la miseria que hoy todo lo invade y es humillación embrutecedora para la ciudadanía.
En esa tristísima línea, una valiosa encuesta de Poliarquía ha puesto en descubierto el pensamiento más profundo del cuerpo social y ha marcado hace unos días un comportamiento terminal de la mitad de ella en una respuesta por el “de acuerdo” que dieron los entrevistados a una pregunta ultrasensible: “¿cuán de acuerdo o en desacuerdo está usted con la frase ‘No me importaría que un gobierno no democrático llegue al poder, si resuelve los problemas de la gente?’”.
Cuando se preguntó teóricamente sobre el mejor sistema de Gobierno, 72% no tuvo dudas en decir “la democracia”, pero a la hora de la verdad la angustia pudo más que los principios. Con esa respuesta defensiva, seguramente muchos han buscado gambetear sus propias necesidades para mitigar en algo el agobio de la desesperanza. Lo cierto es que esa admisión tira especialmente por la borda nada menos que el grito de “¡Nunca Más!”, aunque esta vez sin uniformes de por medio.
El piso movido que se mueve dentro mismo de la sociedad se ha combinado ahora con la aparición de nuevos actores de la política que conviven con esa monumental caída de brazos de personas que, agobiadas por las circunstancias, serían capaz de saludar a cualquiera que llegue siempre y cuando le prometa sacarla del pozo, aunque no se sepa muy bien adónde se quiere ir.
Lo que queda en claro es que, más allá de la crisis, existe un profundo retroceso de valores en un tema que parecía superado. La admisión de los consultados entristece porque suena como una cachetada para la mismísima forma de gobierno de la división de poderes y la alternancia que prevé la Constitución Nacional. Sin dudas, se trata una muestra de egoísmo (o de pancismo) elevado a la enésima potencia que produce vergüenza ajena, aunque seguramente tiene fundamento en la desesperación.
Este es el deplorable estado anímico de buena parte de los sufragantes para encarar la elección de un nuevo Presidente y es muy probable que bajo esa presión, tal como se observa, las cosas finalmente no salgan del todo como se espera, algo que suele ocurrir cuando no se elige, sino cuando se opta por el mal menor, tal como parece que sucederá. En general, se termina votando a quien se percibe como el que roba menos el futuro.
Pero además, la fragmentación en el Congreso será un obstáculo de difícil solución que exigirá mucho más de la política y menos autoritarismo de todos los actores, aunque lo cierto es que ya hay nuevas grietas en ciernes fruto del enano populista metido en el seno de la sociedad, gen de todos los desencuentros, una opción maquiavélica fogoneada siempre desde arriba hacia abajo y lamentablemente comprada con gusto por buena parte de la ciudadanía.
Está claro que la angustia ambiente se ha volcado en los últimos años cada vez más en el “no” a la política, situación que se visibiliza cada vez que hay elecciones, con la abstención y el voto en blanco como bandera. Es una masa muy importante y heterogénea de gente que, de volver mañana a las urnas, seguro que tiene la llave de la elección, votantes a quienes están tentando las cinco fuerzas en competencia.
Tampoco es que los cinco candidatos que se van a alinear mañana en el cuarto oscuro son estadistas de primera línea, sino que cada uno tiene sus fortalezas y carencias, las mismas que los han convertido en lo que el saber popular caracteriza como “es lo que hay”. Ni los devaneos autoritarios, ni tampoco sus idas y vueltas con proyectos de dudosa ejecución que Javier Milei pone sobre la mesa, ni los planes que Patricia Bullrich dice que tiene la fortaleza necesaria para ejecutar, ni el cambio de carril que promete Sergio Massa, ni el cordobesismo a ultranza de Juan Schiaretti, ni las recetas diferenciadoras de Miriam Bregman son por sí solas garantía de nada. Pero, entre ellos habrá que decidirse con los dedos cruzados. Y habrá que acertar.
¿Qué sucederá el lunes? No habría que hacerse los rulos porque un día en el proceso que se viene será una gota de agua en el mar. De acuerdo al resultado habrá corridas, asalto a las góndolas y eventualmente renuncias o quizás no pase nada. A la hora de realizar comparaciones históricas y sólo como ejercicio, no habría que olvidar que tras la caída de Roma la cosa no floreció y que le siguió un período muy oscuro que se conoce como Edad Media, proceso histórico que se tragó a varias decenas de generaciones.