La mirada ocupa un lugar central en los mitos griegos y romanos. Tiene, entre otras facetas, un rol protagónico en los personajes vinculados con el poder. Homero, el mítico autor del poema más antiguo de la literatura, la Ilíada, es ciego según la tradición. Y narra la guerra de Troya como un testigo privilegiado. Tiresias es acaso el adivino más célebre del panteón: es cegado por castigo divino, y en compensación recibe el don divino de la predicción. Es, a la vez, vidente y no vidente. Y nadie sino él sabrá ver la verdad acerca de las plagas que azotan a Tebas: Edipo, el rey, es quien ha dado muerte (sin saberlo) a su padre, Layo, el monarca anterior. Y quien, ignorando igualmente esa situación, ha tomado como esposa a Yocasta, quien es su madre. Edipo recibiera el castigo que él mismo legisló para cuando dieran con el asesino del rey anterior: marchar al destierro y -nada menos- arrancarse los ojos. Julio César es prevenido de que los auspicios presagian peligros en el “idus” de marzo. Fue asesinado el 15 de marzo de hace 2.067 años, tras burlarse de la profecía. “Los idus de marzo han llegado”, le dijo al adivino. No supo ver que el “idus”, en rigor, no había pasado...
No todas son tragedias, por cierto. Hay un mito romano que no sólo se centra en la mirada: su efigie está definida por ella. El protagonista es Jano. Y encarna el epítome del estadista. Era tan significativo que aquella cultura consagró el primero de los meses en su honor. Enero (así como “janeiro” en portugués, y “january” en inglés, y “ianuarios” en latín) deriva de su nombre.
Su representación como un hombre que tiene dos rostros expone que él gobernaba el presente mirando, al mismo tiempo, el pasado y el futuro. Cuando Júpiter destierra a su padre, Saturno encuentra cobijo donde Jano y le obsequia el don. Entonces es sabio para decidir y justo para gobernar. A Jano se le atribuye la invención de la agricultura, para que su pueblo no pasara hambre. Aquellos romanos funcionales logran, con las cosechas, mucho más de lo que necesitaban. Así que a Jano se le asigna también el invento de la navegación, para comerciar lo que sobraba. Por cierto, él hizo evolucionar la economía para llevarla más allá del trueque e inventó la moneda, según el mito. “Las monedas romanas de bronce más antiguas llevaban en el anverso la efigie de Jano y en el reverso una proa de barco”, registra Pierre Grimal en su Diccionario de Mitología Griega y Romana.
Claro está, se trata de tradiciones ancestrales. Y nada como la realidad argentina para desautorizarlas. Ayer, por caso, fue el último día hábil de la gestión de un Presidente que, en su discurso de despedida, ratificó que fue incapaz de mirar el presente que ha consagrado, el pasado reciente de sus actos y las futuras consecuencias de su administración. Huelga decirlo, no fue sabio para decidir. Mucho menos fue justo para gobernar.
“Funcionando”
“Me voy con la tranquilidad de haber puesto todo lo que tenía que poner para ayudar en este tiempo. Me voy con la tranquilidad de que estamos dejando un país que está funcionando. El que me sucede no recibe un país que al año siguiente tiene que pagar U$S 19.000 millones y, al otro, U$S 18.000 (millones), como el que me tocó a mí. El que me sucede no tiene que recibir 10 puntos de desocupación: recibe la tasa de desocupación más baja en muchos años”, manifestó Alberto Fernández el miércoles, durante su último día en la Casa Rosada. La síntesis es desconcertante.
Su noción de que entrega “un país que está funcionando” es poco menos que inverosímil. Alberto Fernández recibió un país que presentaba un cuadro social complicado: uno de cada tres argentinos era pobre tras la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019). El dato oficial del Indec fue 35,5%. El cuarto gobierno kirchnerista empeoró esa situación. Según el organismo, la pobreza ascendió al 40,1% en el primer semestre de este año. La cifra fue actualizada esta semana por el Barómetro de la Deuda Social, de la UCA: ya afecta al 44,7% de la población. Es pobre uno de cada dos argentinos.
Es tan brutal este legado que el todavía mandatario nacional sólo atinó a ensayar una balbuceante descalificación del Indec… en su propio Gobierno. Pretende que la gente tiende a mentir en los relevamientos porque, de haber un 40% de pobres, el país ya habría “estallado”. Curiosamente, la desautorización de las estadísticas que pretende Fernández es selectiva. La caída de la tasa de desempleo qué él resalta (el último índice es del 6,9%) es también un dato del Indec.
La inflación que deja el cuarto gobierno “K” es, igualmente, brutal. Según el Indec, la inflación de octubre fue del 8,3%. Se suma al 12,7% de septiembre y al 12,4% de agosto. Es decir, que la Argentina “que está funcionando” registra, en 90 días, una tasa de inflación que, el resto de los países de la región (salvo Venezuela) demora entre tres y cinco años en acumular.
Ayer, el Centro de Almaceneros y Comerciantes y Minoristas de la Provincia de Córdoba estimó (una semana antes que el Indec) la inflación de noviembre en 14,6%. De ser así, el acumulado de este año se encaminaría al 164%. Porque esa misma entidad proyecta para este último mes una variación en el Índice de Precios al Consumidor del orden del 23%. Todo lo cual, por supuesto, redundará en mayores índices de pobreza, ya que en la Argentina la medición de ese flagelo social es netamente monetaria. Es decir, es pobreza según los ingresos y según el costo de la canasta familiar.
Eso sí: en este desmadre, lo que no estuvo funcionando fue la CGT. Al radical Raúl Alfonsín le asestaron 13 paros generales. Doce de ellos “contra la política económica” de esa gestión (1983-1989). Al gobierno de Alberto Fernández no le declararon ni una sola huelga. Debe ser que para los guapos del sindicalismo argentino, más miseria, más inflación y un 30% de los trabajadores viviendo en la pobreza, pese a tener empleo, es la materialización del Paraíso en la Tierra.
“Me tocó a mí”
Por supuesto, las dimensiones de la pobreza son mucho más amplias. Esta semana, por cierto, se conoció descarnadamente los datos de una de esas variables: la educación. El resultado de las pruebas PISA, practicadas en 81 países, dejó a la Argentina en el lugar 66 por el desempeño en matemáticas de los alumnos: el 73% de los chicos no alcanzan los niveles básicos. En las materias “Lectura” y “Ciencias”, la mitad de los alumnos de nuestro país tampoco alcanzan los estándares mínimos. El país, en ese caso, ocupo el puesto 58. Las futuras generaciones de la sociedad del conocimiento sufren una pobre formación en las escuelas de la Argentina que está “funcionando”.
Coherentemente, la autoevaluación que practica el aún Presidente de la Nación respecto de su gestión también presenta severas lagunas, justamente, en materia del análisis de las cifras. El titular del Ejecutivo Nacional se compadece de sí mismo al aseverar que el Gobierno venidero no deberá enfrentar los compromisos de pago de deuda externa con el Fondo Monetario, como sí debió hacerlo él. La aserción presenta un problema: no tiene nada que ver con la realidad. En rigor, a julio pasado, la deuda de la Argentina con el FMI era de U$S 43.500 millones. Es decir, se siguen debiendo prácticamente los U$S 44.000 millones que tomó Cambiemos. ¿Por qué? Porque el cuarto gobierno “K”, más que “pagar”, casi todo lo refinanció. Mayormente entre el primer semestre de este año y todo 2022, la actual gestión le pagó unos U$S 33.400 millones al FMI, pero casi todo provino de los desembolsos del mismísimo FMI en el marco de la renegociación acordada por el Frente de Todos. Hoy Unión por la Patria. Es decir, el cuarto gobierno kirchnerista. O la versión actual del peronismo.
“Tranquilo”
Por fuera de las cifras, queda la primera aserción de Alberto Fernández. La de que se va “tranquilo” porque lo “puso todo”. Durante la pandemia, dijo que priorizaría el cuidado de la sociedad por encima de todo. Sin embargo, puso la ideología delante de la ciencia. La Argentina rechazó las vacunas “Pfizer”, para las que tenía prioridad dado que se testearon aquí, y prefirió las de Rusia y las de China. La demora costó miles de vidas. En paralelo, puso un “Vacunatorio VIP”. Por ahí pasaban funcionarios, amigos y familiares. Los jóvenes de “La Cámpora” fueron inmunizados mucho antes que los ancianos, los niños con comorbilidades y, por supuesto, el mismísimo personal de la salud.
Fernández también puso las fuerzas de seguridad y a la propia Justicia a perseguir a quienes no estuvieran encerrados. Más de 100.000 causas se abrieron en los tribunales federales contra ciudadanos pescados “in fraganti” cuando salían a comprar pan. Ni hablar de los que no pudieron despedir a una persona amada. Mientras tanto, el Presidente de la Nación puso un salón de fiestas en la mismísima Quinta Presidencial de Olivos para agasajar a “la querida Fabiola”.
En este “país que está funcionando”, Martín Insaurralde sigue siendo intendente de Lomas de Zamora en uso de licencia, porque no es ningún crimen declarar $ 600.000 de sueldo (unos U$S 600) y veranear en Marsella, navegando por el Mediterráneo en un yate cuyo alquiler diario equivale a seis años de una jubilación mínima, tomando champaña que cuesta por botella lo que un pensionado gana cada 30 días. Y regalando relojes de Rolex, pulseras de Cartier, collares de Tiffany y carteras de Luis Vuitton, por arriba de los U$S 10.000 cada obsequio. Eso sí, a los vocales de la Corte Suprema de la Nación les promueven un juicio político porque anular el manoseo kirchnerista del Consejo de la Magistratura es imperdonable. Que la vicepresidenta Cristina Kirchner sea condenada a seis años de prisión, en primera instancia, por administración fraudulenta, es perfectamente tolerable. Ahora bien: que haya jueces ejerciendo el control de constitucionalidad es inadmisible…
Los ojos de Jano
Jano, aquel mítico estadista que miraba todas las dimensiones del tiempo para gobernar, es asociado con la edad de oro para su pueblo: un tiempo de honestidad absoluta y de abundancia plena. Léase: la honestidad garantiza la abundancia en el origen de nuestra civilización.
¿Cómo cree Alberto Fernández que será recordada la etapa de su Gobierno en nuestra historia?