Cartas de lectores: una cuestión de familia

26 Diciembre 2023

Esta vez mi comentario se encuentra referido a un deporte como es el tiro de escopeta y centrado en la vinculación de familia. Sucede que en el reciente otorgamiento del premio al más destacado deportista del año fue electo Joaquín Cisneros (h), un joven de 18 años que acumula diversos e importantes premios nacionales e internacionales y como tal accedió a un merecido premio. De igual modo aparece con su padre también llamado Joaquín Cisneros, que también acumula diversos premios en el deporte de la escopeta, provinciales y nacionales. En la nota de LA GACETA (19/12) se menciona también al abuelo del galardonado, Carlos Enrique Joaquín Cisneros, como el iniciador de la dinastía. Dice la crónica: “la mención de su abuelo Carlos no es casual. Él fue quien comenzó la tradición familiar en el deporte, siendo incluso campeón argentino de tiro al vuelo”. Entiendo que es una escasa mención para quien ostentó algo nunca repetido en el deporte de la escopeta: fue Campeón argentino en las 3 especialidades, Skeet, Pedana y Paloma, además de tener en su haber un Campeonato Panamericano en México y no poder en su atelier espacio para la innumerable cantidad de trofeos y premios ganados en competencias internacionales, nacionales y provinciales. Resulta imposible para mi memoria no recordar al “Tato“, como era su apodo cuando comenzó comprando en la armería “Luna“ su primera escopeta de un solo caño calibre 16 con la cual comenzó sus cacerías, y su primera perdiz abatida en las márgenes de lo que sería el dique El Cadillal, mientras yo pescaba tarariras. Era hermano menor de la que sería mi esposa, Blanca Cisneros, y junto a su entonces novia, Josefina Brainovich, recorrimos campos, ríos y lugares de este increíble paraíso que es el campo tucumano. De su matrimonio nacieron tres varones y una mujer. El segundo, Gonzalo, siguió la tradición y también obtuvo campeonatos y trofeos como el Campeonato tucumano y regional; fue subcampeón nacional de hélice, Copa Lambert como digno sucesor del “Tato”. Luego surgió Joaquín, que junto a “Joaquincito”, el reciente deportista del año, llenaron sus vitrinas de trofeos. El hijo mayor, Carlos Héctor, y mi hijo menor, Adrián, más conocido como “El Cuchi”, se dedicaron a la escopeta para la cacería de perdices, silbones y guaipos, más para el deleite del paladar. Permítasenos una alusión personal ilustrativa que puede dar la dimensión real de lo que fue una intensa amistad con el abuelo del galardonado. Recorrimos detrás de las perdices y los guaipos el este tucumano, diversos territorios de Santiago del Estero, Salta y Catamarca, generalmente después de las cosechas, siempre con un perro que era el verdadero guía de la caza. Ubicada la perdiz, el perro le seguía el rastro, sea en el campo, el pajonal o las cuchillas, subiendo o bajando en el terreno, hasta que la perdiz se quedaba quieta antes de emprender su raudo vuelo. El animal se quedaba quieto, paralizado, esperando que el cazador llegara y le diera la orden de acometer. La perdiz levantaba su vuelo y eran contados los segundos de los que disponía el cazador para apuntar la escopeta y abatirla. El perro tenía a su cargo buscarla, traerla suavemente en su hocico para entregarla como un trofeo al cazador. Las caricias de este por la labor cumplida era todo el cabal agradecimiento que el perro esperaba por la labor cumplida. Muchas veces el tirador erraba los dos tiros y la perdiz volaba su libertad. El perro ladraba su impotencia y el cazador pensaba: “Menos mal que el perro no sabe hablar”.

Benito Carlos Garzón

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