Angustia social: más allá de Milei, es la inflación que erosiona la vida

Por Hugo E. Grimaldi.

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13 Enero 2024

La dinámica que representa la inflación, concepto maldito y paralizante que se ha posado una vez más sobre la Argentina, ataca no sólo lo material de la ciudadanía sino también su coraje, en muchos casos deteriorado por la frustración de sentir que ha vivido equivocada por décadas, pero también por el miedo de estar cavando un pozo que, con las nuevas autoridades, se siente cada vez más profundo. La inseguridad de ánimo, capaz de mover decisiones o de borrar convicciones puede comenzar a convertirse pronto en cosa corriente.

Así, la suba general y descontrolada de los precios ya viene desencadenando reacciones emocionales, desde la frustración hasta la ansiedad, ya que las personas enfrentan la tarea de adaptarse a la explosiva evolución de los importes. Por lo tanto, la inflación es un drama que no sólo se mide en términos de números, sino que también tiene un brutal impacto psicológico al crear una sensación de pérdida de control sobre el dinero y las decisiones financieras. El primer paso es lo que ocurre actualmente, ya que la nominalidad vuelve loco al consumidor.

Es poco edificante también observar cómo, en estos días de tanta angustia, el oficialismo y la oposición kirchnerista buscan sacarse de encima las obligaciones y pasarle, a como diere lugar, la pelota de la responsabilidad al otro bando. Desde lo económico, las estadísticas ayudan a calibrar la realidad como promedio, pero a la hora de la verdad está en saber cuánto menos se puede comprar hoy con la misma plata de otros tiempos o, a la inversa, qué porcentaje del ingreso que cada uno percibe representa el valor de tal o cual producto.

De modo menos sofisticado, lo que en el fondo abruma es saber si con lo que entra en cada caso (sueldo, jubilación, plan social, ganancia de un comercio, changa, etc.) se llega o no se llega a fin de mes. El ingreso es un precio que, si sube menos que la inflación, obliga a privarse o a desahorrar o a pedir prestado o a no pagar las deudas. Quizás enero se haya hecho menos complicado por el medio aguinaldo, pero lo cierto es que la capacidad de compra ha empezado a flaquear, lo que anuncia para dentro de algún tiempo el consabido parate productivo.

En los supermercados, ya no hay casi precios menores a $1.000 y transitar entre las góndolas se ha convertido en toda una experiencia para un par de generaciones que no han vivido los traumas de la sucesiva aparición de ceros al final de cada importe, cada vez a mayor velocidad. En estos primeros tiempos de reacomodamiento mental, ver que la plata se deshace entre los dedos no sólo afecta al bolsillo, sino que golpea cualquier espíritu.

Además, la velocidad de la actual crisis económica tiene un par de componentes diferentes a otros episodios anteriores que desembocaron en procesos hiperinflacionarios, como son la pobreza objetiva de las familias en primer lugar y la alta dependencia del Estado, causa y consecuencia de la historia que la ciudadanía buscó dejar atrás mayoritariamente en los tres turnos electorales. Otra terrible novedad, que ensombrece aún más el momento, es que las Reservas Internacionales hoy son negativas, lo que implica la pobreza objetiva del país.

Cuando en octubre pasado se hicieron las elecciones, la carrera entre la inflación y el poder adquisitivo del salario ya indicaba que los precios venían subiendo por el ascensor algunos escalones por encima de los ingresos que, a los tropezones, lo corrían cada vez más de atrás.

Seguramente, por consejo de Cristina Kirchner, estudiosa de la correlación entre ingresos y votos para los oficialismos en cada turno electoral, Sergio Massa le obsequió a la Argentina un hermoso “plan platita” que ha marcado un 2023 escalofriante en términos de inflación: 211,4%.    

Así, en todo el año pasado, el IPC superó el doble  acumulado en 2022 (94,8%) y se llegó al valor más alto desde 1990, cuando la suba de precios de ese año llegó a 1.343,9%, en el final de la hiperinflación. Más terrible estuvieron el año pasado los precios de los alimentos (251,3%), el rubro más crítico porque es allí donde gasta la mayor parte de sus magros ingresos quienes son más pobres. Y eso, que había controles de precios y el Estado decía que estaba presente.

Así, inflación y pobreza fueron el cóctel de catástrofe electoral para un kirchnerismo en retirada, que se aferró a los desaprensivos manotazos de ahogado del ministro-candidato con su “plan-platita” y le prendió fuego a la mecha del polvorín que está explotando hoy. Por obstinación (o si se es más piadoso, quizás por vergüenza) hoy nada de eso se reconoce desde las filas del peronismo, ya que todo la crítica se concentra en la inmediatez del 10 de diciembre hacia acá, como si la apelación a la historia sólo sirviera cuando el relato se remonta al crédito con el FMI que tomó Mauricio Macri.

Lo concreto es que todos los desaguisados económicos del gobierno anterior están pegando de lleno de momento en los índices actuales, números que ya tendrán tiempo de nutrirse de las decisiones que viene tomando el actual gobierno o en los eventuales tropiezos legislativos o judiciales que tenga. Por ahora, la curva de las responsabilidades tiene más componentes kirchneristas que libertarios, aunque ya llegará el día de que la proporción se invierta. La inflación de diciembre es aún pura inercia de las peligrosas decisiones que tomó Massa, probablemente pensando en que lo que iba a suceder con él en el Gobierno iba a ser igual que lo que se vive actualmente, pero que como se iba a cubrir con el peronismo en el poder, todo iba a ser mucho más manejable.

Esa suba alocada de precios, que hoy todo lo nubla, es lo que le da marco a un proceso mucho más profundo, el de la desregulación y la liberación de energías que tratan el Congreso (DNU y leyes económicas) rumbo a una eventual estabilización que, tal como se la presenta, será de largo aliento y aún no ha llegado a hacerse carne en la gente. Más allá del temor a lo disruptivo y a lo paralizante que resulta el camino elegido por el presidente Javier Milei, la mirada popular aún observa los resultados demasiado lejos y vé que a sus eventuales beneficios los va oscureciendo de a poco el día a día, a partir de la sombra que proyecta en la vida cotidiana la licuación de los ingresos.  

La respuesta a la gran pregunta que aún no se hace del todo la sociedad es cuánto tiempo tiene de crédito el actual gobierno para empezar a perder los favores de quienes confiaron y si la política de shock no ha comenzado a espantarlos. Desde ya que la respuesta es política y en esta tercera dimensión del problema que le presenta la realidad cotidiana a la gente, el Gobierno aún no parece estar del todo ducho. ¿Habrá resto para llegar al menos a la mitad del río, cuando el plan de estabilización se ponga sobre la mesa? es la gran pregunta que lleva el horizonte a abril por lo menos, cuando entren los dólares de la cosecha.  

En este aspecto y aún con los consabidos reparos al segundo y con las podas que se le van a hacer a las primeras, la sanción de las leyes o el no rechazo del DNU en un Congreso que es minoritario para el oficialismo y que además tiene serias divergencias internas en cada bloque, serán vitales para allanar el camino político, más allá de que la situación social resulte cada vez más angustiante o que el kirchnerismo siga, por goteo, horadando la piedra.

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