En un mundo donde la realidad virtual se vuelve cada vez más vívida y la inteligencia artificial se infiltra en todos los aspectos de nuestras vidas, la frontera entre lo natural y lo artificial se vuelve cada vez más difusa. El “hackeo” del cerebro, una frontera que alguna vez se consideró un terreno de ciencia ficción, ahora se está convirtiendo en una realidad tangible, con el potencial de redefinir lo que significa ser humano.
La historia de Gert-Jan Oskam (Leer en “La Nación”: “Volvió a caminar después de 12 años gracias a un revolucionario implante cerebral”) es un ejemplo inspirador de cómo la tecnología puede desafiar los límites de lo posible. Tras un accidente que lo dejó tetrapléjico, Oskam recuperó la capacidad de caminar gracias a un “puente digital” implantado entre su cerebro y su médula espinal.
Este avance, desarrollado por un equipo de neurocientíficos de la Universidad de California en San Francisco, utiliza inteligencia artificial para interpretar las intenciones de movimiento de Oskam y traducirlas en señales que estimulan su médula espinal. La historia de Oskam nos recuerda que la tecnología tiene el potencial de obrar milagros, permitiéndonos superar limitaciones físicas que antes se consideraban insuperables.
La no-ciencia ficción
Sin embargo, mientras celebramos estos avances, también surgen importantes dilemas éticos, legales y existenciales. La empresa Neuralink, fundada por el visionario, polémico, billonario y siempre entretenido Elon Musk, está desarrollando una interfaz cerebro-máquina que permitiría a las personas controlar dispositivos con la mente. Si bien este tipo de tecnología podría mejorar la calidad de vida de millones de personas, también plantea interrogantes sobre la privacidad, la seguridad y la autonomía del individuo. ¿Quién tendrá acceso a estas tecnologías? ¿Cómo se protegerán los datos cerebrales de los usuarios? ¿Qué impacto tendrá esta tecnología en nuestra percepción de la realidad?
Un caso reciente en Chile ha puesto de relieve la necesidad de regular estas tecnologías emergentes. Un ciudadano demandó a la empresa Emotiv Inc. por el manejo de sus datos cerebrales recopilados por un dispositivo llamado Insight. La Corte Suprema de Chile falló a favor del demandante, estableciendo un precedente importante para la protección de los “neuroderechos”. Este caso nos recuerda que la legislación debe adaptarse a los nuevos avances tecnológicos para garantizar que se respeten los derechos humanos.
En este contexto, la filosofía de la “Humanidad Aumentada” propuesta por Federico Lix Klett cobra especial relevancia. Esta corriente de pensamiento busca aprovechar las tecnologías para ampliar nuestras capacidades físicas y cognitivas, sin perder de vista los valores y principios que nos definen como seres humanos. Lix Klett, Rossi y Urueña proponen un enfoque ético y responsable del “hackeo” del cerebro, que priorice el bienestar humano y la justicia social.
Para navegar este nuevo horizonte, es fundamental un diálogo abierto y honesto entre científicos, filósofos, tecnólogos y la sociedad en general. Solo así podremos asegurarnos de que la tecnología se utilice para el bien común y no para erosionar nuestra esencia humanA.
Colaboración conjunta entre Marco Rossi, Federico Lix Klett y Alejandro Urueña, especialistas en distintos campos de Inteligencia Artificial, filosofía y derecho