Por sí o por no: ¿Vas a usar el celular en las escuelas? Esta disyuntiva es una discusión profunda en la vida escolar española. Padres, madres, hermanos, gremialistas, docentes, especialistas y funcionarios discuten el tema. El debate se centra en si los móviles suman o restan en el aprendizaje y en la vida social de los estudiantes.
No es un artilugio para sacar unos pesos más, ni para extorsionar ni una trampa para castigar a algún sector determinado. El intercambio de ideas sale de la experiencia propia de los hogares donde el celular es un hijo más que ha salido un poco descarriado. Esos dislates se analizan en el mundo.
Quim Monzó, columnista del diario La Vanguardia, amplió aún más la cuestión. Ahora que las autoridades educativas han determinado que los aparatitos no aparezcan ni en los institutos ni en las escuelas, el escritor se pregunta si no habrá llegado el momento de dar un nuevo paso y vetarlos en las calles? Ya hay antecedentes: un pueblo japonés (Yamato) y la localidad de Sein-Port, en Francia. Quim cuenta en su columna que se ha hecho un plebiscito en esa pueblo francés y el 54% ha decidido que no sólo no se usen en las escuelas sino tampoco en las tiendas y en la mismísima calle.
Parecen cuestiones de locos. Aquí se esgrime el uso del plebiscito como un arma mortal para que el Presidente pueda hacer lo que quiere hacer y por lo que un 56% de los argentinos lo votó. El referendum es visto como el yeso con el que se pretende curar la quebradura de una sociedad que no se pone de acuerdo.
Tampoco nuestros debates tienen ni la profundidad ni la calidad necesarias para reflexionar. Cada uno se para ante sus ideas y se pertrecha cual soldado en la trinchera para ver cómo hiere, cómo agrede y cómo le tira dardos de palabras envenenadas a su oyente, que hace tiempo ha dejado de ser tal para convertirse en un enemigo y cuando mejor, en un opositor o contrincante.
La forma en que el presidente de la Nación Javier Milei se ha dirigido a los diputados de la Nación está muy lejos de los valores propios que debería tener una sociedad libre que vive una democracia. No todos los políticos son corruptos como no todos los periodistas son ensobrados ni todos los papas son representantes del demonio en la tierra.
Esta semana que nunca más volverá a ocurrir, los tucumanos siguen preocupados por los mismos temas, pero como las soluciones también suelen ser las mismas todo se repite sin que una mano creativa haga magia.
La inutilidad de los gobernantes y de los empresarios han conseguido destruir el transporte urbano de pasajeros. Sin embargo esta semana se ha celebrado el mantenimiento de los boletos gratuitos para estudiantes. La intendenta Rossana Chahla puso el dedo en la llaga al advertir que está muy lejos de ser gratuitos porque toda la sociedad los paga. En la Capital se denominarán Boleto Educativo Municipal. Más allá de estas sutilezas que sirven para diferenciar criterios políticos, la realidad es que el servicio lo hicieron polvo en dos décadas. A la dirigencia y a los empresarios no se les cayó una idea para superar esa crisis. Salvo pedir más plata a la provincia o a la Nación no se los ocurrió nada. Todos fracasaron.
Suena casi burlesco que el gobernador y otros dirigentes promuevan este boleto en favor de los estudiantes cuando ellos en la parada nunca saben a qué hora llega ni si los llevará a destino y por lo general están atentos a ver si habrá paro o no. Lo grave es que ya ni es un tema de discusión en los hogares. Está reducido a la vida pública porque en los hogares se acepta la decrepitud del sistema. No es como los celulares en España donde todos tienen algo que decir.
La primera consecuencia de este fracaso es que la ciudadanía recurre a otros medios de transporte. Es tan simple como respirar, pero los empresarios que supieron vivir décadas de este negocio se ahogan. Los funcionarios de transporte, legisladores, concejales, intendentes y gobernadores no logran que les llegue oxígeno para elucubrar alguna idea. Así vivieron los tucumanos el último tiempo. Entonces no les queda más remedio que recurrir a la bicicleta y al taxi, los que pueden.
Cuando las puertas de los autos no quedan en la mano del pasajero, el ciudadano se sube a vehículos que verdaderamente dan pena. Después de definir el destino por lo general empieza uno de los diálogos más pesimistas. Los taxis se convierten en verdaderas calesitas del lamento. Nada positivo y un rosario de quejas acompaña el viaje en un sitio que no es digno de ser considerado un transporte público. Sin embargo, es el símbolo de la pobreza. En esa retahíla de lamentos y disgustos sale la palabra Uber. La aplicación que se va imponiendo en los países más desarrollados es el nuevo caballito de batalla de los taxistas que ven cómo los pasajeros terminan subiéndose a esta app antes que a sus vehículos. Y, no obstante, pretenden nadar contra la corriente.
Tampoco hay mucha imaginación para salir de esto. La primera, al igual que la de los empresarios de ómnibus es ir a quejarse a la autoridad. Eso pasó esta semana porque fueron a la municipalidad a pedir más controles para los Uber que no dejan de ser ilegales pero también una realidad insoslayable. Los ciudadanos utilizan este sistema.
En el municipio saben que este es un problema que cada día traerá más inconvenientes, sin embargo consideran que debería tenerse en cuenta al ciudadano y en todo caso buscar que el taxi ofrezca un servicio mejor y tal vez más positivo. La competencia parecería ser la política elegida.
Rejas invisbles
Ahogados en estos vasos de agua, se entiende entonces, por qué un hombre sin mucha instrucción, pero con mucha calle, es capaz de tener en vilo a policías a jueces y a gobernantes. Como si nada, Miguelón ha declarado que ha coimeado funcionarios en la cárcel, que ha pagado favores por 5 millones de pesos y no tiene empacho de salir a amenazar a fiscales. Esos temas también han empezado a ser importantes y centrales en la vida de los tucumanos.
“La guerra del oflador”
En la provincia la discusión política sigue acurrucada en la cuna de las traiciones y de las trapisondas, no de la independencia. La serie “La guerra del oflador”, segunda temporada, está más vigente que nunca, pero corre por los canales sombríos. El gobernador Osvaldo Jaldo sostiene que los rumores sobre su salud y las pisadas en falso tienen un ventilador que las hace volar con soplidos manzuristas.
La decisión de apoyar la gestión de Javier Milei es una apuesta a largo plazo, pero a corto parece tener un desgaste mucho mayor del que esperaba el propio gobernador.
Lo curioso es que el debate se da por las conveniencias de mantener conforme a la Nación para que ésta no acogote a la Provincia. Al fin y al cabo es un juego de extorsiones. Nada nuevo bajo el sol. Desde Fernando Riera en el gobierno de Raúl Afonsín pasando por todos los gobiernos que siguieron tanto en la Provincia como los que pasaron su inquilinato en la Casa Rosada hicieron lo mismo.
Por eso ahora cuando el Presidente de la Nación ataca violentamente a los gobernadores no está haciendo nada diferente a lo que se venían efectuando sus antecesores. Tal vez la falta de modales y la agresividad marquen diferencias. La improvisación y la falta de imaginación es una característica inesperada de esta nueva gestión.
La Argentina no ha podido superar aún el combate entre Provincias y Buenos Aires. Desde que nació se repite y ningún esclarecido ha podido superar esa dicotomía. El resultado ha sido el empobrecimiento, la corrupción y el desmoronamiento del país a nivel mundial.
Así como los españoles ven en el celular un problema ya debería ser hora de que los verdaderos líderes argentinos empiecen a superar esta grieta de 200 años para superar las extorsiones.
Nuestro Juan Bautista Alberdi tan mencionado y tan incomprendido en la actualidad supo decir que “las causas de la anarquía y la guerra civil que afligen constantemente a los pueblos argentinos… no vienen de la raza ni de la forma republicana de gobierno… El mal no está en la forma, está en un vicio que enferma el fondo y la sustancia misma del gobierno. Es la confiscación del bien de la nación por una sola localidad… Cambiad si queréis la forma de gobierno, sustituid la monarquía a la república, cambiad las personas de los gobernantes, poned la capital donde queráis, sustituid la federación por la unidad o la unidad por la federación, haced todos los cambios imaginables: si dejaís en manos de la provincia de Buenos Aires y para su servicio exclusivo toda la contribución de aduana que en su puerto pagan los argentinos de todas las provincias, dejáis en pie la guerra civil, porque dejáis en pie sus causas”.