LA GACETA en Malvinas: la posguerra convirtió a los isleños en los ciudadanos más ricos de América

Si en 1982 vivían principalmente de las ovejas en un esquema económico muy limitado, 40 años después los pobladores de las Islas exhiben el producto bruto por cabeza más alto del continente americano. A partir de enero, el salario mínimo por hora asciende a casi $ 11.000.

PUERTO ARGENTINO_STANLEY EN TIEMPOS DE GUERRA. Calles vacías en el pueblo principal de las Islas durante la Guerra  ARCHIVO DE LA GACETA PUERTO ARGENTINO_STANLEY EN TIEMPOS DE GUERRA. Calles vacías en el pueblo principal de las Islas durante la Guerra ARCHIVO DE LA GACETA
28 Marzo 2024

Irene Benito

Para LA GACETA

(Puerto Argentino/Stanley).- Sólo una década después de la Guerra de 1982, ese enfrentamiento entre la Argentina y Reino Unido que en las propias Islas Malvinas denominan “el conflicto” (“the conflict”), un artículo de la revista “Time” presentó a los isleños como los ciudadanos más ricos de América. La prosperidad empezaba a modificar la visión de los kelpers como pastores de ovejas y, en menor medida, criadores de vacas aislados en un archipiélago remoto, y a merced del viento y del frío. En 1992, el producto bruto interno per capita (PBI) alcanzaba los U$S 30.000: más de tres décadas después, ese indicador supera los U$S 100.000. En comparación, el PBI por cabeza de los argentinos estuvo en los U$S 13.650 en 2022, según el Banco Mundial. La misma fuente indica que aquel año los estadounidenses alcanzaron un PBI de U$S 76.320 y los canadienses, de U$S 72.260.

PUERTO ARGENTINO_STANLEY EN 1982. En aquel momento, el pueblo principal era extremadamente pequeño y el 40% vivía en el campo PUERTO ARGENTINO_STANLEY EN 1982. En aquel momento, el pueblo principal era extremadamente pequeño y el 40% vivía en el campo

Los pobladores de las Islas no abandonaron los rebaños, pero la producción de lana aporta una porción mínima de los ingresos. La fuente central de la riqueza de los kelpers ya no reside en el “camp”, es decir, las áreas rurales, sino en el agua. Es que las licencias de pesca del Gobierno de las Falkland Islands (FIG por su sigla en inglés), un negocio cuestionado por la Argentina con el argumento de que transgrede la delimitación de las zonas marítimas, aportan más del 60% de las ganancias de la población isleña.

El cambio en la matriz productiva y el incremento de la calidad de vida producido tras la Guerra es un tema ineludible en la conversación con los kelpers, según pudo comprobar LA GACETA durante un viaje de prensa de cinco países sudamericanos organizado por el FIG durante este mes de marzo. En las Islas existe “sobreempleo”: como las ofertas de trabajo superan ampliamente la demanda laboral, es común que los residentes tengan dos y hasta tres ocupaciones. Este fenómeno está incentivando la inmigración. Ello se advierte con facilidad en el sector de la gastronomía. Por ejemplo, Guillermo Baigorrí, un cocinero chileno-paraguayo llegó para trabajar en la hotelería y, después de algunos años, fundó The Narrows Bar, con el apoyo de su hermana Daniela Baigorrí. En aquel emprendimiento trabajan familiares y otros empleados latinoamericanos atraídos por el “Falkland way of life”.

LA DESOLACIÓN DE 1982. El paisaje del mar infinito en tiempos de la Guerra. LA DESOLACIÓN DE 1982. El paisaje del mar infinito en tiempos de la Guerra.

Para dimensionar por qué cada vez son más los extranjeros que sopesan la idea de pasar una temporada o, incluso, de instalarse en las Islas, basta con el siguiente dato: a partir de enero de 2024, el salario mínimo por hora es de $ 11.000 (8,5 libras de Falkland). Esto quiere decir que una jornada de ocho horas es remunerada por lo menos con $ 88.000. El salario mensual más bajo rondaría los $ 1,8 millones. Pero, como la mayoría acumula más de un trabajo, los ingresos son altos en general. Por supuesto que existen magnates en las Islas, pero toda desigualdad queda disimulada en una idiosincrasia apegada a la austeridad. Si la ostentación existe, esta queda reservada para el interior de los hogares.

Antes de avanzar en el tema de la conversión de los kelpers de pastores a emprendedores, va algo más acerca del presente de las ovejas célebres del paisaje malvinense. Una visita a las instalaciones de esquila de Pradera del Ganso Verde/Goose Green puso en evidencia hasta qué punto esta actividad suscita la adhesión popular: no sería extraño que perdure más por la cultura y la tradición locales, que por su valor económico intrínseco. Los rebaños contribuyen con alrededor de un 2% en el producto bruto interno de las Islas (en 2019 aportaba el 8%). En el Gobierno calculan que existen 430.000 cabezas ovinas distribuidas en 80 establecimientos, pero el número tiende a la baja lo mismo que la cantidad de pobladores rurales. En 1982, casi el 40% habitaba en el “camp” mientras que ahora el 90% reside en la única ciudad y la capital, Puerto Argentino/Stanley.

Fiebre por las rabas

La orden de tomar las Malvinas por la fuerza emitida por el dictador argentino Leopoldo Fortunato Galtieri y ejecutada el 2 de abril de 1982 cambió el destino de los kelpers, que son 3.662 civiles (el 15% de nacionalidades distintas a la predominante del falkland islander británico), según el Censo de 2021, último conteo oficial disponible. La influencia de los extranjeros comienza a pesar en la demografía si se considera que en 1980 la población apenas superaba los 1.800 habitantes.

LA GACETA en Malvinas: la posguerra convirtió a los isleños en los ciudadanos más ricos de América

Esta comunidad tan pequeña genera aproximadamente U$S 360 millones al año. Y el Estado, que es el principal empleador al proveer múltiples servicios públicos, tiene un presupuesto de 97 millones de libras de Falkland o U$S 122,7 millones. Como la administración pública es superavitaria, parte de sus ingresos proceden de las rentas que generan las inversiones de los ahorros. Se trata de una realidad inimaginable en 1982, cuando la economía básica de las Islas las hacía débiles y dependientes del Reino Unido, y, por ello, las autoridades británicas habían dado señales de que, dadas las circunstancias de escasez de recursos en la metrópolis, correspondía considerar las demandas de soberanía sobre el archipiélago formuladas por la Argentina.

La desolación y las estrecheces de las Malvinas recibieron a los soldados enviados a la Guerra por Galtieri. Dos meses y 10 días después, la victoria de Reino Unido hizo renacer el interés por la protección de las Islas y de los isleños, que en 1983 recibieron el estatus de ciudadanos británicos. La segunda señal fue la inauguración en 1985 de la base militar de Mount Pleasant, que costó aproximadamente 250 millones de libras esterlinas (U$S 315 millones). Este complejo no sólo sacó a los kelpers del aislamiento en el que se encontraban -al incluir la construcción del aeropuerto internacional hoy en funciones-, sino que los blindó contra cualquier otro intento de agresión. La autonomía material despegó en 1986, cuando el Reino Unido entregó al FIG la gestión y concesión de las licencias de pesca.

Cuatro años después de la Guerra empezó un negocio multinacional atado a las Islas. ¿Por qué? Porque el Gobierno dispuso la obligación de constituir una empresa con un socio local a quienes quisieran tirar las redes en el mar de las Malvinas. Hoy hay al menos una docena de compañías con sede en las Islas, la mayoría de ellas de propiedad o gerenciadas por kelpers, según el Falkland Island Newsletter de octubre de 2021. Estos emprendimientos pesqueros se especializan en la captura de dos tipos de calamar. Y aunque en las Islas se habla y mucho desde hace tiempo acerca de oportunidades de valor superlativo en la extracción de petróleo offshore, lo cierto es que “la fiebre de las rabas” ya hizo muy pudientes a los ciudadanos del Atlántico Sur. El “Falkland Island Newsletter” sostiene que hoy hay un 50% de chances de que los calamares rebosados consumidos en cualquier restaurante de una ciudad costera del Mar Mediterráneo europeo procedan de las aguas de las Islas Malvinas.

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