Lengua española y periodismo

El error silencia el texto, destruye la difícil unión de lo suficiente con lo necesario, interrumpe la complicidad del lector con la lectura, difunde la negación y reduce el vigor de la palabra plena.

31 Marzo 2024

Por Alicia María Zorrilla

PARA LA GACETA - Tucumán

La decadencia social empieza también por la mala escritura, ofensa del intelecto, pues aquella ya no sostiene a un hombre, sino a lo que queda de él. Decía Georg Christoph Lichtenberg: «Un buen medio para acceder al sentido común es el esfuerzo por lograr ideas claras...». Podríamos detenernos a meditar acerca de estas palabras tan sensatas.
La prensa argentina oral y escrita es espejo de nuestro ser y estar en una sociedad heterogénea -muchas veces, carente de fuerzas- para la que la cultura y la reflexión han dejado de ocupar un lugar prioritario. Consideramos que los errores que se cometen al hablar y al escribir nacen de la libertad absoluta de no saber, pero también de una cómoda actitud pasiva. No somos recipientes que exudan palabras. A fuerza de belleza, debemos pensar para crear, pero esto cuesta. Ya ha dejado de ser frecuente. Y no solo debemos pensar palabras, sino también oraciones, hecho que torna más complejo el acto de la escritura.

Cada noticia revela un diálogo que consta de dos protagonistas: el periodista que escribe y el lector que, como su nombre lo indica, lee. Nunca más acertado el sintagma «periodista versus lector» o «lector versus periodista», pues la preposición latina versus significa ‘hacia’, no ‘frente a’ o ‘contra’ como la preposición española; entonces, el periodista hacia el lector y este hacia el periodista. Es una especie de ceremonia de ética entrega mutua, en la que no cabe la insensibilidad idiomática. El periodista debe tener un profundo conocimiento de la lengua que habla y escribe, y el lector culto y el que trabaja para serlo deben exigirle responsabilidad lingüística y cuestionar cuantos errores se deslicen en sus trabajos para que estos no se engasten en la sociedad.

Lo mismo se recomienda en la oralidad. Pero, en este caso, el yerro no corresponde al periodista televisivo, quien se acerca al policía para que lo informe sobre el incendio de una fábrica, y este le contesta con solemnidad y equivocado prurito de corrección:

-Estamos evaluando la causa de la provocación del fuego ígneo.

Y el bombero, que seguramente lo ha escuchado, completa sus palabras y, para no ser menos, dice con ceremoniosa paráfrasis:

-Se produjo el proceso ígneo a la madrugada.

¿Qué podemos agregar? ¡Espantose la muerta de la degollada! El policía dijo «Estamos evaluando la causa de la provocación del fuego ígneo» y no reparó en que, si la causa se desconoce, no puede evaluarse; en que el verbo evaluar significa ‘señalar el valor de algo, estimar, apreciar, calcular’, y en que provocación es un sustantivo realmente rebuscado dentro de este texto. Además, quiso enriquecer su versión de los hechos con un encendido pleonasmo: fuego ígneo, que es lo mismo que decir ‘fuego de fuego’. La oración sencilla, limpia, precisa debió ser la siguiente: Estamos investigando la causa del incendio. El bombero usó para emularlo un sintagma sofisticado: proceso ígneo en lugar de incendio.

Faltaba que él se considerara, con solemne sentido poético, ignipotente o ‘dominador del fuego’, pero aquí se apagaron sus llameantes bríos. Más osado fue un periodista cuando muy seguro dijo: Se incendió un incendio. ¿Qué habrá quedado después de ese siniestro?

La falta de seguridad en la expresión oral se manifiesta con las muletillas o tics verbales: a ver...; digamos; ¡más vale!; ¿me entiende?; ¿me explico?; nada…; no…; o sea; ¿qué onda?; ponele…; este…; ¿viste?; ¿vos decís?; obvio; ¿sí? Y cuando no sabe qué palabras usar, el periodista radial o televisivo acude a un poco, una muletilla constante, pobre y muy coleccionable:

Un poco el análisis que vos hacías es eso.

[De manera aproximada, el análisis que vos hacías es eso].
Fue un poco la respuesta que esperábamos (‘se aproxima a aquella’). Eso es un poco lo que critica tu amigo (‘más o menos’).

Eso es un poco lo que plantearemos en un corto plazo.

¿Por qué un poco dio esta declaración?

En esta última oración, el enunciado es completamente expletivo, innecesario; es una auténtica muletilla sin valor semántico. Además, pudo haberse evitado el verbo de apoyo dar (dio esta declaración) y emplear en su reemplazo declarar (¿Por qué declaró esto?).

El acto de leer revela la consagración de la escritura. La lectura de diarios debe entenderse como un homenaje del lector al periodista que escribe, y viceversa. Nuestro análisis corrobora que, en este viceversa, fenecen, a veces, muchos homenajes. El error silencia el texto, destruye la difícil unión de lo suficiente con lo necesario, interrumpe la complicidad del lector con la lectura, difunde la negación y reduce el vigor de la palabra plena. El error, en fin, es una forma de la mentira. Uno de los aforismos del poeta español Juan Ramón Jiménez hiende su aguijón en este tema: «Corregir no es agotar, no es matar; es completar, dejar vivo para siempre»; y en otro agrega: «Que en cada frase, en cada palabra, en cada coma, en cada punto de nuestra obra, a los que volvamos de pronto, nos encontremos sentada en paz a nuestra conciencia».

En conclusión, advertimos que el uso del español en nuestros diarios -aun dentro de un mismo diario- no es homogéneo, debe perfeccionarse. Para preservar la calidad idiomática, para que los textos periodísticos respondan realmente a los principios de la comunicación y difundan la belleza de la palabra, los periodistas «deben saber» escribir y «tienen que saber» redactar -repetimos que no son sintagmas sinónimos- para corregir con idoneidad. No corrige bien quien no escribe bien, y no redacta bien quien desconoce las normas que rigen el uso de nuestra lengua. Dice con acierto Luis Núñez Ladevèze que «la aceptación de normas es compatible con la creatividad individual» y más aún -agregamos-, con la responsabilidad que cada periodista tiene para con nosotros, que necesitamos comprender lo que escribe a fin de informarnos cabalmente y de vivir sin máscaras, y para con su lengua, de la que tiene que apasionarse día a día con la certeza de que la pasión implica etimológicamente ‘sufrimiento’.

Por eso, a pesar de la prisa con que deben entregarse las noticias, corregir lo escrito, pulirlo, es un acto de amor, significa despedir el artículo más enjundioso o la noticia más breve con un abrazo entrañable.

*Este es un fragmento de una conferencia ofrecida, la semana 

PERFIL

Alicia María Zorrilla es presidenta de la Academia Argentina de Letras. Tiene una licenciatura en Letras de la Universidad Complutense de Madrid y un doctorado en Letras de la Universidad del Salvador. También es presidenta de la Fundación Instituto Superior de Estudios Lingüísticos y Literarios LITTERAE.

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