RELATOS
ÚLTIMO TANGO EN WATERLOO
EDUARDO POSSE CUEZZO
(Vleer – Tucumán)
No es casual que el relato “Último tango en Waterloo” brinde el título para el reciente libro de Eduardo Posse Cuezzo. Porque el humo o la niebla de la guerra pareciera recorrer gran parte de los microrrelatos. Christopher Hitchens, en uno de sus libros de ensayos, menciona un antiguo proverbio: la vida de un hombre está incompleta a menos que haya experimentado el amor, la pobreza y la guerra. Estas tres condiciones están presentes en los microrrelatos, sin embargo, entre la literatura, la música y las impactantes pinturas de Donato Grima, las largas manos de la guerra son una presencia indeleble. De forma evidente, en las numerosas alusiones a la guerra de Troya que da origen a los versos de Homero y a la literatura occidental, y también en el último tango que sella la caída de Napoleón, en una batalla que también había comenzado con una danza, pero, esta vez, con las notas de un vals: la historia nos conduce a Wellington en el baile de la Duquesa Richmond, y la ficción agrega el tango final del Emperador. Los cuerpos se enfrentan en las tensiones de la danza.
A pesar de ello, creo que el autor nos conduce a otra guerra o batalla más sutil que, a diferencia de sus libros anteriores, ahora trata de abordar con algunos recursos del discurso jurídico. Los personajes tratan de ser testigos de algo que los supera y que no terminan de entender, al igual que le sucede al lector. Sus protagonistas procuran dar cuenta y testimonio, percibir los sucesos y ponerlos en palabras desde una mirada particular. Intentan con sus palabras, refrendar o recuperar las vidas de los otros, mientras, al mismo tiempo, tratan de mirarse a ellos mismos: vuelcan sus ojos hacia sus propias vidas. Y allí surge la duda en lo que se cuenta, porque tanto los relatos como los recuerdos son intangibles y fugaces.
Acaso sea esa la batalla que busca prefigurar Posse Cuezzo en sus relatos: la batalla con la escritura, con la palabra. Tal vez por ello, Roland Barthes afirmaba que es escritor aquel para quien las palabras son problemas y no meras herramientas. Desde “El sumerio y yo”, la escritura es una guerra, una batalla; es el oficio de enfrentarse, de encontrar y perder, personas, lugares e historias. Es el autor quien, de modo infructuoso, se afanará por “abarcar” la “existencia de los personajes”, para retratar la voz de figuras ocultas y silenciosas. Quizás mucho más que en sus libros anteriores, aquí el autor asume el oficio de lo breve, para ser un narrador que pasa, que mira y que espera.
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MÁXIMO HERNÁN MENA.