Pudo haber jugado al fútbol, pero eligió el rugby y terminó siendo figura en los “naranjas” y Los Pumas

El veloz wing de Tucumán Rugby y del histórico seleccionado tucumano repasa momentos inolvidables de su carrera y traza contrastes entre Los Pumas de antes y los de hoy.

PRESENTE. Gabriel Terán Nougués disfruta del encuentro con amigos y también se le da por despuntar el vicio del golf. Actualmente, tiene 13 de hándicap. PRESENTE. Gabriel Terán Nougués disfruta del encuentro con amigos y también se le da por despuntar el vicio del golf. Actualmente, tiene 13 de hándicap. Foto: Diego Aráoz (La Gaceta)

El wing tucumano volvió sobre sus pasos, recogió la pelota y cruzó la cancha en diagonal eludiendo en base a velocidad y cambio de paso a todos los rivales que salieron a su encuentro, para terminar apoyando en medio del aplauso generalizado.

El relato describe una espectacular acción de try que tuvo lugar en 1986 en cancha de Lawn Tennis, en un amistoso entre el seleccionado Provincias Argentinas y Grizzlies, combinado de la costa Oeste de EEUU. El protagonista fue Gabriel Terán Nougués, quien gracias a su velocidad y cambio de paso construyó una conquista que levantó al público de su asiento y que él mismo atesora como uno de las postales grabadas a fuego en su memoria.

Hoy, con 62 años, el recordado velocista y tryman de Tucumán gusta de revivir algunos de esos momentos a través de los recortes de diarios y revistas que fue juntando, que sube a Instagram para resguardarlas del amarillento paso del tiempo y que constituyen su única conexión con aquel pasado glorioso, ya que en el camino fue regalando todo lo que tenía.

- ¿Por qué?

- En esa época estábamos acostumbrados a no tener nada. En el club te pagabas todo vos, y en el seleccionado a la camiseta la tenías que devolver, sino te la cobraban. Y de golpe, cuando fui a Los Pumas, me pasé como tres meses mirando toda la ropa que me daban. Era impresionante, eran bolsos y bolsos. No sabía qué hacer con toda esa ropa, así que decidí regalársela a mis amigos. La última camiseta se la di al club, y ahí está. La sensación de gratitud de mis amigos me reconfortaba más que tenerlas.

En realidad algo le queda, y lo lleva en la billetera. Es el carnet que lo acredita como uno de los casi 900 jugadores en la historia que han alcanzado el máximo rango al que puede aspirar un jugador de rugby en Argentina: el de Puma. La cédula detalla su número (Puma #423), su club de origen (Tucumán Rugby), su puesto (wing) y la fecha, lugar y rival de su test debut (18 de junio de 1988 en Buenos Aires, contra Francia). Todavía lo acompaña el logo del yaguareté, que en 2023 fuera reemplazado por el de un puma, una decisión de la UAR que trajo bastante polémica. “No me gusta. Igual, es normal para alguien de la vieja época. Los de ahora quizás lo encuentren innovador”, opina.

- ¿Cuál es tu mirada sobre el rumbo del rugby argentino? ¿Te quedás con lo que fue o te subiste al tren de la modernidad?

- Lo que a mí me gusta es diferente a lo que pasa hoy. Hay un híbrido entre amateurismo y profesionalismo en el que se han desvirtuado algunas cosas. Se pone mucha plata en el desarrollo de la parte profesional, pero a nivel amateur se ha perdido mucho en la competencia. Esa es mi mirada, no digo que sea bueno o malo. Porque si vos le decís a un chico hoy que hay que recuperar el seleccionado tucumano, te mira extrañado, porque no ha vivido lo mismo que nosotros. Había una linda escala de méritos: si jugabas bien en tu club, llegabas al seleccionado tucumano. Si jugabas bien ahí, te llamaban a un seleccionado del Interior o de un Provincias Argentinas. Y si te destacabas ahí, podías llegar a Los Pumas. Y todo eso que aprendíamos lo volcábamos después en nuestros clubes.  

Oro naranja

Gabriel fue parte de la etapa más gloriosa del rugby tucumano, aunque estuvo cerca de no serlo por culpa del fútbol. De hecho, la redonda le costó quedarse afuera de la Naranja en el 82, el año de su debut. “Los entrenadores Willy Lamarca y Nicolás Rizzo me habían convocado para el partido contra Counties, de Nueva Zelanda. Pero yo era muy futbolero, y esa misma mañana me fui a jugar a la pelota con unos amigos en el ingenio Concepción. Entré de arquero, para no arriesgarme, pero en un momento me entusiasmé y salí a jugar. En un momento levanto la cabeza y lo veo llegar a Willy. No me dijo nada, pero en el partido me mandaron al banco y no me pusieron. Y a la semana, me llamó Rizzo y me dijo que muchas gracias, pero que ya no me iban a tener en cuenta. No me dijo por qué, pero yo sabía que era por eso”, recuerda.

Y ahí fue cuando el fútbol casi se lo lleva. “Yo soy de San Martín, pero tuve la chance de jugar en Atlético. Me reuní con el presidente ‘Pichi’ Argüello, y con el entrenador, el ‘Chamaco’ Rodríguez. Si bien era difícil jugar en el primer equipo, porque había mucha menos rotación de jugadores que ahora, estaba todo acordado para empezar a entrenarme. Y un par de días antes me llama Alejandro Petra, que había agarrado el seleccionado junto a Luis Castillo y Manuel Galindo, y me convocó para jugar contra Los Pumas. Me dijo que iba a ser titular. Ahí tuve que decidir entre el rugby y el fútbol. Aunque en realidad no hubo mucha opción. Mi viejo me dijo: jugá al rugby y estudiá. Nada de fútbol. Así que debuté contra Los Pumas y metí un try. Fue la única vez en la historia que Tucumán le ganó a Los Pumas”, subraya Terán, a quien el futuro le daría razones de sobra para pensar que el camino elegido fue el correcto.

- ¿Te quedó la espina de haber jugado más al fútbol?

IMPLACABLE. Gabriel hacía la diferencia con su velocidad y su técnica. Por eso, fue varias veces el máximo tryman del Anual, y con mucha distancia. IMPLACABLE. Gabriel hacía la diferencia con su velocidad y su técnica. Por eso, fue varias veces el máximo tryman del Anual, y con mucha distancia.

- No. Dicen que uno se vuelve sabio cuando se cansa de hacer macanas. Yo soy de mirar el lado lleno del vaso. Las experiencias que tuve fueron fantásticas. No soy de los que se para a preguntarse qué hubiera sido. Lo que me pasó es lo que me tenía que pasar y había que aprender de eso. Tanto de lo bueno como de lo malo. Por eso no soy de lamentar lo que me perdí o dejé de hacer. Miro para adelante. Siempre traté de ser auténtico. Eso te aleja de muchas personas, pero los que quedan son los que valen. Yo no cambiaría nada de lo que he vivido. Aparte, me conocen en todos lados gracias al rugby.

- Es que te tocó una época irrepetible...

- En el 85, me convocaron a un seleccionado del Interior para jugar un amistoso preliminar del test entre Los Pumas y Francia, en Ferro. Nos pasamos toda la semana en el Cenard, amontonados en un cuarto enorme. El tema es que llovió todos los días, y había una cláusula según la cual si llovía no se jugaba el preliminar para no arruinar la cancha, así que estuvimos toda la semana para nada. Eso generó enojo en las uniones del Interior. Y cuando fueron las finales del Argentino en Buenos Aires, la UAR pagó para que las delegaciones del Interior viajaran en avión y se hospedaran en el Sheraton de Retiro, que era una cosa espectacular. Claro, nosotros no estábamos acostumbrados a eso. Como la UAR era Buenos Aires, porque aún no existía la URBA, ellos siempre tenían ropa, botines y viajaban en avión. Nosotros no teníamos nada, viajábamos 14 horas en colectivo y a veces lo teníamos que empujar. Y lo curioso es que en ese viaje lo tuvimos de manager a Serafín Dengra, que como había ido a jugar rugby profesional a Europa, no podía jugar en Argentina por dos años. Al final le ganamos a Buenos Aires y fuimos campeones argentinos por primera vez.

- Y ahí empezó la locura...

- En el avión de vuelta, el piloto nos felicitó por el altavoz y nos avisó que en Tucumán nos estaba esperando una caravana tremenda. Había camiones de bomberos, era una locura. Te conocía todo el mundo, nos llevaban a todos lados. Yo me subía a un taxi y no me querían cobrar. Iba a comer a La Leñita y tampoco me dejaban que pagara. Y cuando íbamos a jugar a otra provincia, era impresionante la cantidad de tucumanos que viajaban. Ir a ver los Naranjas era “el” programa. Éramos locales en todos lados. Claro, esa locura no la vivieron las nuevas generaciones.

- Difícilmente haya habido otro equipo tucumano con ese impacto internacional, ¿no?

- En el 88 fui uno de los cuatro argentinos elegidos para jugar en Resto del Mundo, era un partido en Países Bajos. Iba en el tren París- Amsterdam junto al entrenador de Francia, Jacques Fouroux, y los jugadores Patrice Lagisquet y Eric Bonneval. Ellos me tiraban monedas y me gritaban “Tu-cu-mán, Tu-cu-mán”. Para que veas la trascendencia que teníamos ya en esa época.

- En alguno de esos viajes, ¿te ofrecieron ser profesional?

- Sí, me hicieron una oferta cuando estuve en Europa, pero dije que no. Yo estudiaba Agronomía y me quería recibir. Cuando empecé a viajar por el rugby, mi viejo me dijo: mirá Gabriel, vos viajá y disfrutá, que yo te voy a bancar. Lo único que te pido es que estudies y te recibas. Así que cuando ya me faltaba un año para terminar la carrera, renuncié a giras para enfocarme en el estudio y recibirme. Era una muestra de lealtad hacia mi viejo. Y no era fácil, porque había muchos espejitos de colores. Además, en esa época ser profesional no era lo que todo el mundo piensa. No es que eras Messi viviendo en una mansión con pileta; estabas tirado como un tejo en un sucucho, lejos de tu casa. Te digo más: con Los Pumas íbamos al hotel Ayacucho Palace, estábamos tirados y no nos daban bola ni los perros. Pero acá salíamos en el diario y la gente pensaba: qué afortunados.

- ¿Y cómo ves a los jugadores de hoy?

- Se forman más dentro del gimnasio que afuera. Antes era al revés. Ojo, no digo que una cosa sea mala y la otra buena, pero sí siento que el rugby amateur ha ganado mucho porcentaje de obligación en detrimento de la diversión. Hoy hay un 80% de obligaciones contra un 20% de diversión. Y por eso está perdiendo contra alternativas como el fútbol de Las Cañas. Ahí se entrenan una o dos veces por semana, juegan un partido y después tienen fiesta, música, bebida. Se divierten más. En cambio el rugby es muchísimo gimnasio y está todo muy prefabricado. Los jugadores tienen a seguir más instrucciones y no tienen mucho margen para aprender a tomar decisiones. Por eso salen muchos jugadores iguales y pocos distintos.

- No sos de mirar atrás, pero ¿te quedó alguna deuda pendiente?

- Si hubiera querido llegar más alto o estar más tiempo en la elite, tendría que haber dado más de mí. Y yo necesitaba satisfacer otras cuestiones, como el estudio y el trabajo. No sólo por mí, sino por mis padres, que me bancaron todo, porque en esa época no se ganaba plata con el rugby. Siempre cuento que, cuando jugábamos en Los Pumas, andábamos en giras por Hong Kong, hospedados en hotel cinco estrellas con teléfonos en los baños, pero volvía a mi casa y le tenía que pedir plata a mi vieja para ir en colectivo al centro. Al auto no me lo daban ni locos. Así que cuando fui a una gira con Los Pumas a Francia, me guardé los viáticos que me daba la UAR porque mi viejo me había habilitado algo de plata para el viaje, y con eso me compré un Ford Taunus 74 usado. El tema es que lo hacía arrancar y me chupaba un tanque de nafta, así que al poco tiempo lo tuve que vender y me compré una Zanella 50 colorada, que a esa sí la podía mantener. Mirá el contraste con lo que es hoy un jugador de Los Pumas.

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