Milei, los Montoneros y el "principio de revelación"

Milei, los Montoneros  y el principio de revelación

Por Juan Ángel Cabaleiro

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Cuenta el investigador inglés Richard Gillespie en su libro Soldados de Perón: los Montoneros, que la cúpula de esa organización, con Firmenich a la cabeza, festejó el golpe del 76 en la creencia de que así el enemigo por fin se desenmascaraba y al pueblo no iba a quedarle más alternativa que unirse a su organización para combatirlo. En un enfrentamiento directo y frontal con las fuerzas armadas en el poder, el pueblo trabajador, con Montoneros a la cabeza, obtendría necesariamente la victoria. Ya había ocurrido antes, con la famosa expulsión de los Montoneros de la Plaza de Mayo por Perón, que Firmenich valoró positivamente un fracaso: aquel insulto de «imberbes» y «estúpidos» revelaba el verdadero carácter de los burócratas del gobierno y las limitaciones de la democracia, y empujaba a las masas peronistas al verdadero camino revolucionario. Pablo Giussani menciona en Montoneros, la soberbia armada, una especie de chiste que circulaba por aquellos años en torno a la llamada «tendencia revolucionaria»: que Firmenich, ya frente al pelotón de fusilamiento ordenado por Perón, seguiría explicándole al resto de sus compañeros que se trataba de otra genial estrategia del «viejo» para favorecer a los guerrilleros.

Con esta ceguera obtusa ante la realidad y este pensamiento delirante, Firmenich estaba apelando al «principio de revelación», el mismo al que echa mano Milei medio siglo después para festejar sus derrotas. El rechazo parlamentario de la ley Ómnibus y la masiva movilización en defensa de la educación pública son ejemplos emblemáticos: el presidente considera éxitos maravillosos a estos dos acontecimientos, porque ponen negro sobre blanco quién es quién en el panorama político, aunque sea el otro el que le haya propinado la paliza.

Maridos engañados

El principio de revelación tiene, con todo, un valor positivo, que es el de toda verdad ahora conocida y antes ignorada. El marido engañado prefiere saber lo que está ocurriendo en su matrimonio antes que seguir viviendo en una mentira, pero eso no significa que vaya a festejar la infidelidad o alegrarse de ella. La verdad que sale a la luz muchas veces es dolorosa o trágica; aun así preferimos conocerla, porque el valor de ese conocimiento está, bien entendido, en poder actuar en consecuencia, en poder tomar decisiones con los pies sobre la tierra. De lo contrario, el principio de revelación se convierte en una excusa para salir bien parado ante cada tropiezo, una estratagema de la que usan las pseudociencias al encajar mediante la retórica cualquier fenómeno de la realidad en sus predicciones. No hay forma de errarle ni equivocaciones que corregir cuando todo es, o bien un éxito, o bien parte del principio de revelación.

Incendio

Otro rasgo del principio de revelación es su supuesto carácter predictivo. Quien apela a él asegura que todo lo que ocurre, por malo que fuera, ya estaba contemplado en sus planes, y se adjudica el mérito de su anticipación. Milei ya sabía que la ley Ómnibus iba a ser rechazada y que las hordas universitarias saldrían a la calle, pero dejó hacer para que opere el principio de revelación.

En el cuento «Los bomberos», de Mario Benedetti, ocurre algo parecido: el protagonista, un «as del presentimiento» tiene admirados a sus amigos por su capacidad para predecir eventos. El más festejado ocurre cuando ve pasar un camión de bomberos y asegura que es su casa la que está ardiendo. Intrigados, toman un taxi y siguen de cerca al camión, hasta que finalmente descubren el nuevo gran acierto. El protagonista, jactancioso y ajeno a la catástrofe, se limita a recibir las felicitaciones de sus amigos.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro - Escritor.

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