¿Podrían existir los gigantes?

¿Podrían existir los gigantes?

La respuesta es simple: no. Y eso ya lo sabía Galileo Galilei; la Naturaleza no puede hacer crecer un árbol ni construir un animal por encima de cierto tamaño conservando las proporciones y empleando los mismos materiales. La única forma de solucionar el problema es cambiar las proporciones relativas porque, según descubrió Arquímedes, si aumentamos de tamaño un sólido cualquiera, su superficie aumentará proporcionalmente al cuadrado de sus dimensiones (largo, ancho y alto) y su volumen, al cubo. Dicho de otro modo, si multiplicamos por dos el tamaño de nuestra vecina, como en la película de dibujos “Monstruos contra alienígenas”, la superficie total de su piel aumentará cuatro veces y su volumen, ocho.

A este problema unamos otro de no menor calado: moverse por la superficie. A mayor gravedad, mayor sensación de peso. Eso implica que si los seres humanos hubiéramos aparecido en un planeta con 10 veces la gravedad de la Tierra nuestros huesos deberían ser más gruesos si quisiéramos que sostengan el peso del cuerpo. Pero eso juega contra nosotros, porque si los huesos son mayores, su masa será mayor y, por tanto, seremos más pesados. Esto obliga a que nuestro sistema muscular sea verdaderamente potente para poder movernos, lo que implica que tenga más masa. Estamos ante todo un círculo vicioso: el gigante necesita más masa para mantener su estructura y moverse y eso mismo es lo que impide que lo haga.

Sin embargo pese al impedimento físico de su existencia existen “gigantes” producidos por cuestiones hormonales aunque sus alturas, de los que se tiene fehaciente existencia, nunca alcanzan los tres metros. Además hubo una serie de descubrimientos de huesos gigantes en el siglo XIX que terminaron siendo burdos armados para engañar al público. Una antigua memoria de Bernal Díaz del Castillo cuenta que durante la conquista de México Hernán Cortés envió al rey de España un fémur del tamaño de un hombre pero no quedan rastros de su existencia. Tal vez Hernando Magallanes se haya tropezado con los últimos individuos de una raza de gigantes. En junio de 1520, cuando su flota ancló en Puerto San Julián, en Argentina, el explorador se topó con unos gigantes de más de dos metros que llamó patagones porque llevaban mocasines de cuero, con los que sus pies parecían “patas”.

La acromegalia y el gigantismo son el conjunto de alteraciones que aparecen como consecuencia de un exceso en la acción de la hormona del crecimiento, ya sea en la etapa adulta (cuando ya ha cesado el crecimiento óseo) o en la etapa infantil (cuando todavía se está en fase de crecimiento), respectivamente. Aunque no existe un límite claro entre una persona normal de talla elevada y un gigante, una altura que supere los 2,25 metros se considera gigantismo. En la foto podemos ver a Manuel Camacho, el gigante boliviano de 2,22 metros que visitó nuestra provincia en julio de 1936. Camacho vivió en Argentina y murió en Junín en 1953 a los 54 años; se decía que había llegado a hasta los 2,40 metros.

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