La política debajo de la alfombra

El testimonio de un ex gobernador en la Justicia terminó desnudando cómo la política que se dice ejercer por cuestiones altruista y de bienestar común se hace por dinero y por intereses personales.

La política debajo de la alfombra

“Soy un hombre muerto en vida”. La frase es lapidaria. Pertenece a un hombre que cuando estaba sentado en lo más alto del poder repetía: “lo único que me preocupa es que cuando deje de ser gobernador poder salir al centro a tomar un café”.

El dueño de ambas frases es hoy un hombre de casi siete décadas que está sentado en el banquillo de los acusados. La estrategia de él o de sus abogados es mirar de lejos el tema de la violación o del abuso. Para este empresario que gobernó Tucumán más que ninguno todo es una cuestión política. Y ahí aparece la primera definición de la política.

Sin entrar en las disquisiciones filosóficas, el diccionario afirma que la política es el “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los estados”. Es decir que si unimos ambos conceptos la administración de lo público tiene como fin perjudicar al otro. Por nada de esto juran los funcionarios en esos actos solemnes en los que prometen administrar el poder.

El acusado en la siesta porteña mira al juez y dice: “hoy vine a decir mi verdad para que no queden dudas. Yo no abusé de ella”. Como según él esta causa es por razones políticas en su testimonio (no respondió preguntas de la querella) volcó apreciaciones políticas.

Primero sentenció que en la vida pública todo se resuelve en la dicotomía amigo-enemigo. Por eso responsabilizó al diputado Carlos Cisneros, a quien calificó de mafioso, de haber movilizado todo lo concerniente a la denuncia. Y, luego definió a la política como un acto de despecho. Responsabilizó de lo que le estaba pasando a David Mizrahi y a la denunciante. Ella quería ser legisladora y él, intendente, indicó. Así dejó en claro que en política si no se cumplen los deseos de quien los pide, el poderoso que no los hace cumplir recibirá la violencia de que aquellos que lo idolatraban ahora lo defenestran. Pensar que el diccionario sugiere otras cosas. A todo esto y hasta aquí, usted lector o ciudadano de este mundo, ni aparece. No es tenido en cuenta. Pese a que su voto dicen que vale.

Cuestión de celos

En los últimos días de gobierno, José Alperovich caminaba los pasillos de la Casa de Gobierno con cierta nostalgia después de una docena de años en el poder. Tenía siempre un discurso campechano y seguía abrazando al que se le aparecía en frente, pero muchos le seguían temiendo. No era para menos, en esos 12 años los funcionarios hasta le pedían permiso para casarse. Por entonces, los más osados le preguntaban ¿por qué había decidido que fuera Juan Manzur el sucesor? “Juan va a ser un gran gobernador, mejor que yo”, era la respuesta. Ante el juez al que le juró decir la verdad señaló: “Cuando Manzur me saca todo tuve que empezar a inventar candidatos. Fue un momento de mucho estrés para todo el equipo”; ”Manzur empezó a tener celos cuando supo que yo quería ser gobernador. Me sacó los custodios y la combi. Me dejaron solo. De todos los dirigentes que yo tenía me quedé sin nada”.

Estas frases son increíbles. Dicen demasiado. Alperovich, que era gobernador elegido por el pueblo pasó a ser senador elegido por la sociedad tucumana pero Manzur, que había sido elegido por el pueblo, puede hacer lo que desee con el otro. Dice Alperovich que cuando le sacan todo tuvo que “inventar” candidatos, es decir que la política no se hace si no hay plata pública o beneficios públicos para pagar, sostener o lanzar candidatos. Pero además lo público parece manejar por intereses personales. Por eso sugiere los celos y lo importante que le sacó fue una combi, el avión oficial y los custodios, todas cosas de la Provincia. Incluso el avión, que no era de Alperovich pero que tampoco lo podía quitar Manzur. El avión además es claramente un transporte sanitario. Sin embargo, en este testimonio queda claro el desinterés de estos hombres públicos por la cosa pública. La política, en la basura. Después de oír estas cuestiones queda claro que ni para reciclaje se cuida la política. Todo es plata, rencillas personales y casi extorsiones.

Sus grandes inventos

Después de vivir esta semana que nunca más volverá, queda la sensación de que el ex gobernador tomó una decisión: “yo no voy a ser el chivo expiatorio de ‘la casta’ en Tucumán. En mi caída arrastraré a todos los que pueda”. Esta frase imaginaria y supuesta toma validez cuando Alperovich nombra a Manzur, al vicegobernador Miguel Acevedo y a muchos hombres que estuvieron rindiéndole pleitesía en el gobierno y en su casa (ahí empezaban los días durante su gobierno). No se refirió a todos ellos como grandes políticos, estadistas o autores de leyes importantes para que los tucumanos progresaran. Dio a entender como si fueran casi inventos de él.

Lo curioso es que no estamos hablando de hombres y mujeres que no saben de qué se trata. En realidad corresponde a gente que decidió los destinos de Tucumán y que no les importaba estar arrodillados ante el amo que les decía qué debían hacer, qué candidatura ocupar y cuántos beneficios económicos les correspondían según sus decisiones. No eran niños de escuela que hacían lo que decía la maestra aunque lo parecieran.

Alperovich sostiene que el “peronismo es cruel” y seguramente es verdad, al fin y al cabo lo estaba haciendo bajo juramento. La crueldad se refleja en que ninguno de las decenas de políticos que se enriquecieron aceptando las reglas de juego que aquel les imponía tuvieron la hidalguía de reconocerlo y hasta de acompañarlo. Huyeron como ratas por tirante; “me dejaron solo” repitió Alperovich, sin terminar de entender a la política que él mismo supo concebir y redactar incluso con forma de Constitución.

Lo más importante es que sacó a la luz la punta del iceberg (sólo la punta), lo cual suena a cierta advertencia al poder político local. Está claro: su estado de ánimo está empapado de resentimiento y no poco rencor. Lo que dice es estrictamente cierto en cuanto a que él construyó esos monstruos que luego lo terminaron devorando sin compasión.

Tanto Manzur como Osvaldo Jaldo -con el gobernador actual fue benévolo- eran dos figuras caracterizadas por cierta obsecuencia hacia Alperovich. Lo de Manzur era increíble. En muchas ocasiones daba vergüenza ajena, pero hay que reconocer que le dio resultados. Entró por una claraboya al Ministerio de Salud de la Nación y terminó olvidando a todos los que le fueron dando lugares que nunca esperó. Jaldo tenía una carrera política anterior pero es imposible olvidar aquel juramento en la Cámara de Diputados donde definió a Alperovich como el mejor mandatario tucumano de la historia. La “carrera’’ de Manzur se construyó enteramente en la rosca de la superestructura; la de Jaldo fue más desde la estructura clientelar y de punteros.

Hay en las declaraciones de Alperovich un doble componente: por un lado una estrategia judicial de “politizar’’ el juicio, mostrar que es todo una operación política promovida por quienes lo traicionaron o son sus enemigos, pero también son las palabras de un hombre despechado y traicionado. Por eso saca la basura debajo de la alfombra.

Es difícil separar los residuos. Tal vez por eso en Tucumán todo se mezcla. Hubo testigos públicos y privados de cómo la política se degradó. No hubo denuncias, más bien connivencia. No hubo una Justicia capaz de intervenir o tal vez de preguntar qué pasaba. La prensa más de una vez denunció algunas cuestiones, pero las mismas veces se la descalificó por tener intereses en la crítica.

Han pasado muchos años y ya todo parece historia. Sin embargo, la política se ha manejado como un próspero negocio que beneficia a muy pocos que reciben el cheque en blanco del ciudadano que vota. Eso ha quedado claro. Y a muy pocos les ha preocupado. No es un privilegio tucumano este sistema. Nunca han faltado los llamados nacionales para que se hagan las cosas que desde allá se ordenaban sin importar el pueblo tucumano. Nunca se había dicho nada. Esta vez en la encrucijada de la vida un hombre que tuvo más poder que ninguno en la provincia contó cómo eran las cosas. Y nadie dijo nada.

El ajedrecista polaco Johannes Zukertort sostenía que “el ajedrez es una lucha contra el error”. La política también. Y lo que se arriesga no es sólo el crédito y el descrédito personal, sino la vida de todos, de las “de negras noches y de blancos días” de todos. Este juego, a diferencia del otro, no es un asunto personal y no depende del destino sino de una confianza inteligente en uno y en otros. Eso es lo que se viene perdiendo hace mucho tiempo y cada vez es más difícil recuperar.

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