Por Prof. Susana Montaldo
Ministra de Educación de Tucumán
“La verdadera medida de una nación puede encontrarse en la forma en que trata a sus miembros más vulnerables”. (Gandhi)
Cuidar de los otros o de uno mismo es considerado un trabajo improductivo y, sin embargo, es el más importante y necesario. El nivel de desarrollo de una sociedad no depende sólo de la productividad, sino de las políticas y prácticas de cuidado que implementa una nación para con los más pequeños y vulnerables. Todo lo demás depende de eso: el sistema social, económico y político necesita de nuestro compromiso con el cuidado propio y el de los demás para garantizar su funcionamiento.
En nuestro tiempo, los niños, adolescentes y jóvenes viven una serie de realidades asociadas a la cultura del consumo: la violencia, las adicciones, el bullying, el incremento de los suicidios, el desempleo y la emigración hacia otros países buscando un futuro mejor. Estas realidades hacen necesaria la configuración de una pedagogía del cuidado, que pueda dar una respuesta urgente a estas situaciones y posibilitar una cultura del encuentro y de una sana y solidaria convivencia. Para que en la escuela aprendamos a cuidarnos unos a otros es necesario un saber estar y escuchar por parte de los educadores. Escuchar a los alumnos, a los colegas, a los padres, a nosotros mismos, a nuestros contextos.
Esto nos exige construir herramientas de escucha, de análisis, de presencia, de gestión en cada institución, que posibilite un abordaje integral de las problemáticas planteadas. Es decir, una red conceptual capaz de sostener un andamiaje pedagógico que busque generar nuevas prácticas educativas, tendientes a dar respuestas a la crisis existencial y social en que nos encontramos inmersos.
Las instituciones educativas tienen vocación de ser “escenario” del sujeto para ensayar y exhibir su acción y su palabra, es decir, para construir su propio discurso que le posibilite la configuración de su identidad y la pertenencia a un “mundo común, entendido como comunidad de cosas, que nos une, agrupa y separa, a través de relaciones que no supongan la fusión”, al decir de Hannah Arendt. Y en ese escenario, es fundamental la presencia de un docente que sea un verdadero semiólogo, es decir alguien que indaga en los discursos educativos, los signos que configuran los sentidos y significaciones que se atribuyen a las prácticas educativas.
La cultura del cuidado, como un paradigma, reclama un abordaje colaborativo que integre diferentes áreas: la comunidad, la familia y todo el entorno vincular de los sujetos. Supone alentar para que cada miembro de la comunidad educativa sea escuchado, informado, incluido, propiciando espacios de participación e intercambio, a través de experiencias significativas de comunicación. El cuidado reclama espacios afectivos, creativos y lúdicos.
¿Qué queremos para nuestros jóvenes? Una educación de calidad, centrada en los aprendizajes, que les posibilite el desarrollo de sus capacidades, su inserción y participación social y seguir aprendiendo durante toda la vida. Una educación que atienda a la erradicación de la pobreza y a la diversidad, considerando las diferencias o ritmos particulares de los estudiantes. Necesitamos dotar a los jóvenes de aquellos conocimientos y competencias que les permitan tener claridad para discernir con espíritu crítico la postura que quieren adoptar, y ejercer así sus derechos como ciudadano.
Todo ello exige sumar a la formación profesional de herramientas de escucha, de presencia, de gestión, que permitan un abordaje integral y fructífero. Un abordaje colaborativo que integre las distintas áreas del Estado, la comunidad, la familia y todo el entorno vincular de los sujetos. Es necesario un modo de trabajo flexible para adaptarse a cada comunidad basándose en su realidad, sus recursos y necesidades. Desde este enfoque, un espacio deportivo, artístico o laboral, puede ser un valioso aporte en la construcción de escenarios de cuidado en nuestras instituciones educativas.
La construcción de la cultura del cuidado en la escuela habilitará nuevas y saludables formas de acompañar las trayectorias escolares, respetuosas de sus necesidades, intereses, opiniones y modos de ser. Las propuestas pedagógicas, en este sentido, deberán involucrar a todos los actores de la comunidad: personal docente y no docente, familias, estudiantes y la comunidad más cercana. Ellos son los protagonistas de todas las acciones de cuidado que se desplieguen en la escuela.
El cuidado, desde un enfoque integral, apunta a la reconstrucción y al fortalecimiento del lazo social, objetivo fundamental de la educación. La sociedad actual, condicionada por las tecnologías de la información y la comunicación, nos exige reinventar lo vincular, idear nuevos modos de acercarnos que propicien el encuentro a partir de la presencia, la escucha y la palabra.
La institución escolar es uno de los espacios más valiosos para ofrecer y recuperar sentidos, resignificar el encuentro y la palabra, y poner en valor la afectividad y el cuidado. En ella, la participación y el protagonismo, el desarrollo de la autonomía, son ejes de una cultura del cuidado, que se puede promover a través de verdaderos entornos creativos de prevención, como espacios literarios y de juego, de teatro, de educación emocional, de creación de murales, de huertas, entre otros. Estas propuestas en clave pedagógica invitan a los estudiantes y educadores a habitar la escuela de un modo diferente.
Estos escenarios generan alternativas frente a los que propone la sociedad de consumo, ya que promueven el trabajo colaborativo, la expresión de las emociones, la circulación de la palabra, el movimiento del cuerpo, las dinámicas lúdico-creativas, la conexión con uno mismo y los demás, en síntesis, el fortalecimiento del lazo social.
Cuidar la “casa común”
Este nuevo paradigma del cuidado busca establecer una forma diferente de relacionarnos con la Tierra, una nueva forma de convivencia entre todos los seres, un nuevo pacto social orientado al respeto y la preservación de todo lo que existe y tiene vida. Tenemos que dar un salto hacia formas más cooperativas y de convivencia, reconstruir la tierra, nuestra casa común, para que todos podamos entrar en ella.
Por la explotación descontrolada de la naturaleza, corremos el riesgo de una catástrofe ecológica. Estamos ante un desafío educativo que nos lleva a replantear los itinerarios pedagógicos y a ampliar los objetivos de la educación ambiental. Si al comienzo estaba muy centrada en la información científica y en la concientización y prevención de riesgos ambientales, ahora debe tender a crear una “ciudadanía ecológica”, basada en una ética que nos lleve a habitar los espacios desde el cuidado, a crecer en responsabilidad y solidaridad, y a repensar la cultura del consumo en que estamos inmersos.
La cultura del consumo implica la existencia de procesos de identificación y diferenciación social a través de los objetos que se consumen y de la manera de consumirlos. Si la subjetivación se da a través del consumo, quienes no tienen la posibilidad de consumir corren el riesgo de quedar excluidos del proceso de subjetivación, de “no ser”. Frente a este paradigma consumista, que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado, se hace necesaria una educación que nos conduzca a sentirnos íntimamente unidos a todo lo que existe; así surgirá la sobriedad y el cuidado de modo espontáneo y la renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio. Se hace necesaria una nueva pedagogía, la pedagogía del cuidado.