Día de la Soberanía: "El federalismo está signado por la gravitación de Buenos Aires; esto trae muchos dolores de cabeza para gobernar"
El historiador Roy Hora analiza la gestión de Milei a un año de la victoria en el balotaje y los desafíos del país en un contexto marcado por la dificultad de hacer pronósticos.
El Día de la Soberanía Nacional es una oportunidad para reflexionar mucho más allá de las implicancias de la Batalla de la Vuelta de Obligado de 1845, hecho que la efeméride propone recordar en este último feriado XL del año. En diálogo con LA GACETA, el historiador Roy Hora dice que piensa el concepto en relación a las asimetrías que atraviesan a nuestro país. “Me gustaría que la idea de soberanía también esté asociada a la capacidad de nuestro Estado de ofrecerle a todos sus ciudadanos, independientemente de donde viven, un conjunto de bienes públicos que los pongan en un piso de igualdad. Esto también es soberanía territorial”, afirma.
Hora es doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, investigador principal del Conicet, docente en la Universidad Nacional de Quilmes y autor de casi una decena de libros que enfocan diferentes dimensiones de la historia política, económica y social del país. El más reciente es “La moneda en el aire”, publicado en 2021 junto al economista Pablo Gerchunoff. Ha redactado decenas de artículos académicos y también interviene regularmente en la discusión pública.
A un año de la victoria de Javier Milei en el balotaje, el investigador analiza con un lente histórico crítico la llegada del libertario a la Casa Rosada, su vínculo con los Estados Unidos del flamante Donald Trump, las similitudes con Carlos Menem y Juan Domingo Perón, la configuración política del país, el rol de la oposición y se anima a perfilar lo que viene pese a que considera que atravesamos un contexto dominado por la incertidumbre.
¿Cómo piensa el concepto de “soberanía”?
En nuestro país, el nacionalismo territorial es una fuerza cultural potente, muy arraigada. Queremos que en Malvinas flamee la bandera albiceleste, cuidamos nuestras fronteras. A mí me gustaría que, además de estas formas del control del territorio, seamos más sensibles a otras dimensiones del problema de la soberanía. Por ejemplo, me gustaría que todos los argentinos, cualquiera sea el lugar en el que vivan, en Chaco o en Recoleta, tengan el mismo horizonte de posibilidades. Eso demanda, entre otras cosas, un desarrollo federal más homogéneo, apoyado en políticas públicas más ambiciosas y financiadas de manera equitativa. Una red de comunicaciones que una todos los puntos del país, un sistema educativo potente, que minimice las diferencias en la calidad de la oferta que reciben chicas y chicos de los distritos más prósperos y los que viven en regiones pobres o poco pobladas. Y que nos indignemos no sólo cuando alguien dice o escribe “Falklands” en vez de “Malvinas” sino también cuando le damos la espalda a la promesa de igualdad territorial que está inscripta en nuestra Constitución.
Se cumple un año de la victoria de Javier Milei frente a Sergio Massa. ¿Qué novedad aportó al paisaje histórico?
Muchas novedades, al punto de que es difícil encontrar paralelismos en la historia argentina. Creo que el momento que más se le parece es la llegada de Perón al poder tras su victoria en las elecciones del 24 de febrero de 1946. Porque vino desde afuera, desde el cuartel, con un discurso que hoy llamaríamos anti casta, y porque supo explotar el malestar que dominaba a los trabajadores luego de una década mala, de estancamiento de los salarios. Impugnó a la clase dirigente y al orden socioeconómico que ésta había creado, o al menos tolerado. Hasta acá las similitudes, porque también hay enormes diferencias.
¿Cuáles?
El mundo hoy es distinto, más complejo, más incierto. Y Milei tiene más restricciones. Pese a su discurso anti casta, Milei no tiene más remedio que negociar. Perón tenía las manos más libres, porque cuando fue elegido presidente el país estaba en dictadura, y eso significa que se renovaban todos los cargos electivos. Peron hizo una gran elección, que le permitió gobernar con mucho poder institucional: puso gobernadores en casi todas las provincias, tuvo mayoría en ambas cámaras del parlamento, y con eso le alcanzó y le sobró para sacar a las patadas a los integrantes de la Corte Suprema. Por eso tuvo tanto margen de maniobra para imponer su agenda. En cambio, Milei desembarcó en la Casa Rosada con un programa extremadamente radical que tiene que funcionar en el marco de un sistema político que le pone muchas limitaciones, y sólo avanza gracias a que tiene un acompañamiento social muy significativo. Junto al desprestigio de la “casta” política, junto al hartazgo por tantos fracasos, esta es su carta de triunfo. Y hay que decir que ha logrado cosas que hace un año casi nadie consideraba posibles, como la contracción del gasto público y la baja de la inflación. No estoy seguro de que esto alcance para sentar las bases de un ciclo de crecimiento sostenido que contribuya a resolver los problemas de fondo de la economía argentina. Pero por el momento a él le alcanza, porque la baja de la inflación produce mucho alivio. Y porque enfrente no tiene nada creíble.
¿Cómo analiza a la oposición peronista?
El mundo peronista está muy desorientado. En la última década y media el peronismo ha experimentado más derrotas que victorias. Desde 2011, tanto con Cristina Fernández de Kirchner como con Alberto Fernández, sus votantes han sufrido, y su visión de la Argentina gira en el vacío: el partido más identificado con la idea de justicia social no ha podido ofrecerle a las mayorías nada palpable en términos de bienestar. Este fracaso se refleja en una contracción de su núcleo de apoyo aún cuando, por supuesto, Cristina conserva la lealtad de un tercio de los votantes de la provincia de Buenos Aires. Ella lidera ese peronismo, arraigado en las clases populares del conurbano, pero es a la vez una figura muy desgastada y un obstáculo para cualquier proyecto de renovación de esta fuerza. Encarna un proyecto sin futuro, sin una visión realista de los problemas económicos del país, sin un norte productivo, que se sostiene gracias a la polarización con Milei. Es arcaico y huele a rancio, pero con lo que tiene impide toda renovación. Y se sostiene también porque Axel Kicillof, que se ha anotado en la carrera para reemplazarla, tiene dificultades para mostrar algo distinto. Lo que propone el gobernador de la provincia de Buenos Aires es “componer nuevas canciones”, pero que van a ser tocadas por la misma orquesta. Por otra parte, las demás facciones peronistas, sobre todo las del interior, no tienen gravitación política suficiente como para ofrecer una alternativa. Y por ahora parece que tampoco tienen dirigentes que se animen a probar suerte.
¿El sistema político está centralizado?
Sí, desde muy antiguo, y esto se acentuó con el papel desempeñado por el sistema de medios de Buenos Aires. En nuestra historia, los hechos políticos más relevantes siempre suceden en Buenos Aires. Entre Ríos en el siglo XIX, con Urquiza, y Córdoba en el XX, con el Cordobazo, produjeron iniciativas que tuvieron impacto en la dinámica política nacional. Hace tiempo que no sucede. Es difícil construir a las figuras políticas del interior como líderes nacionales. El Partido Justicialista hoy necesita renovarse, pero su historia sugiere que es difícil que ese proceso venga del interior. Esto sólo sucedió con Menem, pero para que este riojano se convirtiera en líder justicialista tuvo que vencer a Antonio Cafiero, gobernador de Buenos Aires y dueño del partido, en la elección interna de 1988. Menem se animó, y le ganó no solo en el interior sino en el propio conurbano, que era donde se libraba la pelea de fondo. Me cuesta mucho imaginar a un líder del interior que hoy le gane una elección a Cristina en el conurbano, y esto marca los límites de cualquier proceso de renovación. En el interior se están produciendo y se van a seguir produciendo fenómenos de cambio productivo muy importantes, que nos hacen entusiasmar con la idea de una Argentina con más motores de desarrollo: minería, Vaca Muerta, litio, vitivinicultura, algo de agricultura. Pero todo eso no está sostenido sobre una estructura política alternativa que le dé solidez a una apuesta peronista por el crecimiento. El peronismo es demasiado dependiente políticamente de lo que pasa en un radio de 50 kilómetros de la Plaza de Mayo. Su destino y su cruz es estar atado al conurbano. Al menos por ahora es así.
Eso está relacionado con lo que mencionaba sobre la idea de soberanía…
Sí, Argentina es el octavo país más grande del mundo, y tiene infraestructura pobre y muchas asimetrías. Y su federalismo está signado por la enorme gravitación de la provincia de Buenos Aires, sobre todo en el plano demográfico. Buenos Aires es cinco veces más grande, en riqueza y población, que los dos distritos que le siguen en importancia, Córdoba y Santa Fe. Un municipio del conurbano, La Matanza, tiene más habitantes que toda la provincia de Tucumán. Sólo 5 provincias están más pobladas. Esto trae muchos dolores de cabeza para gobernar, para hacer buena política pública. Esto se agrava porque nuestras instituciones fueron diseñadas para que hubiera diálogo entre las distintas fracciones de la clase dirigente. Y eso hace tiempo que no sucede. El costo es la parálisis institucional.
¿El famoso “consenso” del que tanto se habla?
Sí. No es necesario que haya un consenso sustantivo sobre la orientación de la política pública. Pero sí hace falta más acuerdo sobre la necesidad de que las instituciones de la República funcionen, porque eso hace a la calidad de la democracia, a la mejora de la política pública. Hoy lo vemos con la Corte Suprema: hace tiempo que hay que cubrir vacantes y la clase dirigente no encuentra la manera de acordar sobre candidatos idóneos. Lo mismo pasa con la designación de funcionarios que requieren parlamentarias mayorías especiales. El cargo de Defensor del Pueblo está vacante desde hace más de 15 años. La Constitución de 1994, elaborada y sancionada en un momento de mucho diálogo, imaginó una clase dirigente que no tenemos, un tipo de discusión política más colaborativa y menos agonal. Pero desde hace 20 años tenemos polarización, primero en los años K y ahora con Milei. Esto significa que, más allá de la discusión sobre si la violencia retórica de Milei es sólo estilo, sin consecuencias sobre la calidad de la democracia y las interacciones cotidianas entre los ciudadanos, lo cierto es que acentúa viejos problemas. Gritando y acusando de ratas a los legisladores no se logra el clima que es necesario crear para que nuestras instituciones trabajen de manera más eficiente.
A raíz de la victoria de Trump y su reciente encuentro con Milei se habla mucho sobre el vínculo con Estados Unidos. ¿Qué dice la historia de esa relación?
Tiene dos caras. Por una parte, es una relación marcada por la tensión, porque durante gran parte del siglo XX nuestro país se veía como líder de América Latina, y en varias ocasiones le marcó límites a Estados Unidos. Pero como, a la vez, cada vez los necesitamos más, el acercamiento era inevitable. Perón llegó a la presidencia acusando al embajador norteamericano de ser el jefe de la oposición, con “Braden o Perón”, pero, en su segunda presidencia, le puso la alfombra roja, pidiendo más inversión extranjera. Poco después, Arturo Frondizi también le abrió los brazos al capital norteamericano, al que veía como esencial para poner en marcha su proyecto desarrollista. Pero el que se lleva el premio mayor fue Menem, al que le tocó gobernar después del derrumbe de la Unión Soviética, cuando Estados Unidos lo era todo. Dudo que Milei vaya tan lejos como Menem, que promovió un alineamiento sin fisuras, de “relaciones carnales”. Me parece que, aun si quiere ir a la cama con Trump, le va a resultar difícil.
¿Por qué?
Todavía no sabemos cómo va a ser el gobierno de Trump, que tiene que atender dos frentes: los ultra ricos de Silicon Valley, que reclaman un capitalismo sin fronteras y sin estado, y sus votantes populares que quieren más proteccionismo, y que la plata de los contribuyentes se gaste en Estados Unidos. Y esto sucede, además, en un mundo más inestable y más complejo que el que le tocó a Menem. Con George Bush, la globalización reflejaba la primacía norteamericana. Nada ni nadie se le oponía. Hoy existe China. Hay, al menos, dos polos de poder, y habrá tensiones políticas y pujas comerciales. Y no podemos quedarnos con una sola pareja de baile. La Argentina necesita la ayuda financiera de Estados Unidos, una buena relación con el Fondo Monetario Internacional, pero también necesita comerciar con China, que es un destino central para nuestras exportaciones. Milei tiene que moverse en un mundo más difícil que Menem. No se puede pelear con ninguno. Va a requerir mucha sintonía fina, más fina que la que se advierte en la muy estrecha relación que está construyendo con Trump y Elon Musk. La relación con el dueño de Tesla seguramente le sirve a Milei para proyectarse como figura global de la nueva derecha, pero no estoy tan seguro de que a la Argentina le resuelva sus problemas.
¿Qué observa hacia adelante?
La profecía es un terreno difícil, y no sólo para los historiadores. Siempre fue así pero esto se acentuó en las últimas décadas. El mundo cambia a gran velocidad, en muchos planos. Tras el derrumbe del comunismo, Francis Fukuyama predijo el fin de la historia y tuvo que desdecirse al rato. Por eso sólo diré algo muy acotado, sobre el escenario argentino en el corto plazo. Hasta las elecciones de la primavera de 2025, Milei quiere que no haya olas. Va a tratar de mantener el escenario lo más estable posible porque sabe que con lo que tiene le alcanza para salir primero. Y me parece que lo va a conseguir.
¿Por qué le alcanzaría?
La promesa de estabilidad sigue siendo una promesa que paga. Por supuesto, con menos inflación surgen con más fuerza las demandas de crecimiento. Hay mucha gente más aliviada, que siente que el suelo ya no tiembla bajo sus pies. Pero descubre que ese piso no es de mármol sino de tierra apisonada, que no sólo está pobre sino que es pobre, y eso la incita a ir por más. Pero por el momento no encuentra alternativas mejores que Milei. Mira a la oposición y ve fragmentación, confusión y propuestas poco atractivas. Mira hacia el kirchnerismo y lo ve claramente instalado en la vereda opositora pero sin nada nuevo que ofrecer. Y después ve que un sector importante de la dirigencia política, desde el PRO a la UCR, no sabe bien dónde posicionarse, cuáles tienen que ser sus prioridades, y a qué distancia de la Casa Rosada se tiene que ubicar. Por esto, pienso, por un tiempo más Milei y Cristina van a seguir funcionando como los grandes faros cuya luz nos orienta en medio de la oscuridad. No son los mejores faros, no son los que a mí me gustan, pero son los únicos que hoy tienen la luz encendida.