El tiempo es tan efímero que no nos damos cuenta y se nos va la vida. En la lucha diaria muchas veces perdemos lo más importante: vivir el presente. No disfrutamos lo que tenemos, proyectando el futuro. Es una carrera contra reloj por alcanzar un ascenso en el trabajo, una casa mejor, cambiar el auto, las vacaciones y un sinfín de metas más. Nos perdemos el hoy, que es lo único que nos pertenece. No disfrutamos a nuestros hijos, no jugamos con ellos, no generamos lazos. Viven en su mundo y nosotros en el nuestro. Nos perdemos de disfrutar la dicha de compartir tiempo con nuestros padres y hermanos, los que tienen la suerte de tenerlos, porque nos ganó la virtualidad. Pero una llamada, un mensaje de texto o un WhatsApp no reemplazan abrazarlos, tomar sus manos, escucharlos, mirándolos a los ojos. Cuando el mundo de desmorona, los padres o hermanos son el lugar seguro. Mientras están, dejamos que el tiempo pase y postergamos la visita para mañana, la otra semana, el otro mes, el próximo cumpleaños. Sin pensar que nadie sabe cuánto tiempo tenemos. Y por no tener en cuenta ese detalle, muchas veces perdemos personas que amamos, sin haberles dicho nunca lo que significan para nosotros. Nos quedan esas palabras en forma de nudo en la garganta. Disfrutemos el presente, sólo el hoy nos pertenece, somos sólo instantes, la vida son sólo momentos. Procuremos que esos momentos sean buenos. Que cuando nuestro tiempo llegue, nuestro corazón esté lleno de amor y buenos recuerdos. El pasado quedó atrás, no podemos cambiarlo. Pensar en él nos sumerge en la tristeza y no valoramos lo bueno que Dios nos brinda. Debemos perdonar, perdonarnos y seguir adelante. Vivamos día a día y lo disfrutemos como si no hubiese un mañana. Amemos y dejemos que nos amen. Es lo único que nos llevamos, cuando partimos. Carpe diem.
Elisa Angélica Pombo