Monsieur Milei, burgués gentilhombre de la política

Monsieur Milei, burgués gentilhombre de la política

El señor Jourdain es “un nuevo rico”. Es el protagonista de la comedia “El burgués gentilhombre”, que Molière estrena a finales del siglo XVII en la corte del “Rey Sol”: el absolutista Luis XIV. Coherente con el título de la obra, Jourdain es un típico hombre de la burguesía francesa de aquella época, que ha heredado una fortuna de su padre, quien se dedicaba a comerciar harapos: era trapero. “Monsieur Jourdain” oculta ese oficio poco gallardo porque su aspiración es ser aceptado por la aristocracia. Contra sus planes conspiran su mal gusto inoxidable y su ignorancia legendaria. Así que no repara en gastos para “cultivarse”: tiene profesores de baile, música, esgrima y filosofía.

A este último se le presenta enfundado en una bata con figuras de ramas (su sastre le dijo que así visten en la mañana las “gentes de calidad”) y le confiesa su desvelo: quiere aprender “ortografía” porque se ha enamorado de una dama de abolengo y quiere escribirle. El filósofo le pregunta si quiere enviarle versos, lo cual Jourdain desestima. Así que su profesor le pregunta si se conforma con un texto en prosa. “No quiero ni prosa ni verso”, dice el “alumno”. Asombrado, el formador contesta que no hay otras opciones. Sorprendido, el protagonista pregunta cuál de esas dos variantes se emplea al hablar. “Prosa”, contesta el filósofo. “Pues a fe mía que hace más de 40 años que me expreso en prosa sin saberlo”, responde Jourdain.

Ahora que septiembre ha llegado y permite mirar agosto como un período cerrado, puede advertirse una inclinación muy marcada del Gobierno nacional hacia una serie de conductas y proyectos que desentonan con estridencia respecto de la prédica libertaria. Como si el presidente, Javier Milei, estuviera predicando un estilo político que -en el mejor de los casos- no sabe que lleva adelante.

Antecedentes

También era septiembre, pero de 2022, cuando el Senado dio media sanción a un proyecto prohijado por el kirchnerismo para preparar su retirada: la ampliación del número de miembros de la Corte Suprema de la Nación. La entonces vicepresidenta, Cristina Kirchner, enfrentaba el juicio por la causa “Vialidad”, por el cual sería condenada tres meses después a seis años de prisión (el fallo no está firme): fue hallada culpable de “administración fraudulenta”. Alberto Fernández venía de perder las elecciones de medio término, las de 2021. En julio de 2022 había renunciado Martín Guzmán como ministro de Economía. Su reemplazante, Silvina Batakis, duró semanas. En su lugar asumió Sergio Massa para ser candidato a Presidente en 2023.

En ese contexto, el kirchnerismo consiguió media sanción en la Cámara Alta para que el Superior Tribunal pasara de cinco miembros a 15. El proyecto que llegó al recinto proponía 25 vocales: uno por cada distrito de este país, más un magistrado de “yapa”. Argumentaban que, así, cada provincia estaría representada. El kirchnerismo malversó, inclusive, el concepto de federalismo. Pero hubo senadores que condicionaron su apoyo a que el número de jueces supremos fuera de 15. Así que los “K” enterraron el “relato” de un vocal por provincia y arremetieron. Porque lo que realmente se perseguía era el sueño de la “Corte propia”. Lo mismo que había concretado Carlos Menem, quien elevó a nueve el número de jueces cimeros para consagrar una “mayoría automática” afín.

Dos años después, el Gobierno de Milei baraja otra vez la propuesta de ampliar la Corte. Eso sí, como supo advertir Karl Marx en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, la historia se repite, pero la primera vez como tragedia y la segunda vez como una farsa. ¿Por qué quiere el oficialismo aumentar el número de magistrados? Porque es la condición “K” para apoyar la designación del juez Ariel Lijo en la Corte, postulación que mereció más de 400 impugnaciones: todo un récord de objeciones.

Justamente, Lijo es a la prédica “anticasta” de Milei como la bata rameada de Monsieur Jourdain: sólo puede ser recomendación de algún tahúr que se aprovecha del “mal gusto” o la ignorancia presidencial en materia de calidad institucional. Según un informe de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el elegido por Milei acumula 32 denuncias ante el Consejo de la Magistratura: un promedio de 1,6 por año desde que ejerce como juez. De las 89 causas de corrupción a su cargo, 26 siguen en período de “instrucción”. De estos 26 expedientes, 13 revisten ese estado hace más de una década. Las tres más longevas llevan 17, 18 y 26 años en el limbo. De las 89 causas totales, elevó apenas 14 a juicio oral. Es decir, sólo 15,7% de los procesos a su cargo.

Si para consagrar a Lijo el Gobierno está dispuesto a romper con los opositores “dialoguistas” (el PRO), y a negociar con los “K” una ampliación de la Corte (como durante el albertismo en fuga), entonces Milei está expresando algo que no se parece mucho a construir un país “libre de casta”.

Consecuentes

“La casta” sigue sin pagar el ajuste. En esa línea, agosto nos deja el veto total contra la nueva Ley de Movilidad Jubilatoria. Como se avisó, esa norma incorpora la inflación a la fórmula de cálculo de los haberes previsionales, que es la misma variable que el cuarto gobierno “K” eliminó. Ya antes, en su primera presidencia, Cristina Kirchner vetó la ley que otorgaba el 82% móvil a los pasivos que cobran “la mínima”. Entre ellos, a los 3 millones de nuevos jubilados que ella misma se encargó de incorporar al sistema previsional a pesar de que no tenían los años de aportes.

A las disrupciones se suma una práctica escandalosa para los orígenes y la naturaleza misma del liberalismo: el aborrecimiento oficial contra la libertad de expresión. Ahora, como antes durante el kirchnerismo, son legión los usuarios anónimos (una cultura propia del buen cobarde) que promueven linchamientos virtuales contra cualquiera que tenga la osadía de criticar al Gobierno de “las fuerzas del cielo”. El propio Presidente acostumbra, todos los meses, verter toda clase de exabruptos contra periodistas que no comulgan con las medidas de su gestión. Por cierto, la obsesión por consagrar el “discurso único” también se aplica contra los miembros del propio oficialismo. Ahora fue el turno del senador Francisco Paoltroni, echado del bloque oficialista del Senado por el delito de disentir. Sólo les falta reeditar la Secretaría de Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional para que la reminiscencia kirchnerista sea completa.

Por cierto, la vicepresidenta Victoria Villarruel rechazó por “improcedente” una nota que le pedía a ella concretar esa expulsión, lo que sólo corresponde a la bancada. Es decir, la nota contenía errores sintácticos y semánticos. Hasta el punto de que sus autores debieron corregirla con lapicera. Tal vez no estaba tan equivocado Monsieur Jourdain cuando porfiaba por aprender “ortografía”.

Por caso, que el burgués gentilhombre de la comedia de Molière hablase en prosa ignorando que lo hacía es inocuo frente al hecho de que la Argentina no abolió el populismo: cambió un populismo de izquierda por uno de derecha. Dicho de otro modo, Milei “hace” kirchnerismo sin siquiera saberlo.

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