Desde hace varios meses, vengo siendo acosado por diversos problemas de salud, de los cuales uno de los más molestos es el dolor que me ocasionan la lumbalgia y las hernias de discos que me obligan a estar quieto. Estas, junto a los otros malestares, me sumieron en una profunda depresión, de la cual recién estoy saliendo. Hoy fue un día muy positivo, porque salí a caminar por la plaza de mi barrio y di 10 vueltas, las que equivalen a 4.000 metros, y no sentí ningún dolor. Fue como revivir. Volví a sentir la felicidad de caminar y sentirme activo. En tanto, otros problemas esperan mi atención. Respecto a la depresión, creo haberla superado; lo que no puedo lograr es calmar el llanto que me quedó impregnado. No puedo hablar ni escribir sin llorar, aun cuando mi interlocutor sea un niño, un adolescente, un joven, un adulto o un anciano, varón o mujer; ante todos ellos los frenos no me responden y lloro como un niño. Dicen que el llanto ayuda a mejorar la salud corporal y mental, y a lograr un equilibrio entre ambas, por eso, a mí no me avergüenza deshacerme en lágrimas. Si bien no estoy promocionándolo, el llanto es liberador, aunque, en mi caso, no tengo ya de qué liberarme. Me queda por resolver la faceta espiritual. Esa que “no se mira ni se toca”. El profeta Jeremías, fue célebre por el llanto. Según cuenta la Biblia, lloraba porque anunciaba la destrucción por parte de Dios, de la ciudad en la que habitaba, cautiva de sus culpas y sus pecados. Yo casi no puedo leer por ahora, a raíz del llanto. Supero a los niños, no me deshonra decirlo, por lo que quiero también compartirlo.
Daniel E. Chavez
Pje. Benjamín Paz 308 - San Miguel de Tucumán