El deceso intempestivo del Dr. Celedonio Gutiérrez nos dejó la sensación de perder algo de nuestra propia vida y “un vacío imposible de llenar”. Celedonio fue un ser de apreciables dones, cada vez más escasos: sinceridad, honradez , solidaridad, generosidad , atributos que desplegó en su paso por este mundo. Lo conocí en Tafí del Valle, donde desempeñó alguna vez el cargo de intendente, que dejo varias importantes obras, como la pavimentación al valle. Con antepasados ilustres en las duras épocas en que se forjaba la Nación argentina, personalmente recuerdo en mi época de estudiante un profesor al que decíamos “El Peludo” Gutiérrez, eximio docente de Derecho Procesal. Una anécdota nos permite describirlo mejor: íbamos a caballo con otro amigo desde Tafí del Valle, pasando por la Ciénaga y el río Ternera muerta, rumbo a Chasquivil, y propuso detenernos. Al costado se encontraba un gigantesco menhir con sus metros de altura y nos dirigimos a su proximidad. Allí dejamos nuestros acullicos y Celedonio tuvo un momento de recogimiento y silencio que todos imitamos. Los criollos que nos acompañaban hicieron la señal de la Cruz y luego de arrodillarnos brevemente, seguimos viaje en silencio, dejando atrás lo que los lugareños habían bautizado como “La Vieja”. Sabíamos, por las investigaciones de otro querido amigo también en el más allá, el Dr. Orlando Bravo, que los menhires eran, entre otras cosas, verdaderos relojes solares que marcaban con exactitud los solsticios y los equinoccios, esencial para las siembras y las cosechas de la agricultura, esencial para la alimentación de los primitivos habitantes del valle. En su club “El Yastay”, junto a su pariente e íntimo amigo Gonzalo Paz, familiares y amigos, Celedonio seguirá transitando los cerros tafinistos por toda la eternidad.
Benito Carlos Garzón