Carlos Duguech
Analista internacional
Por mucho que se esfuercen los organismos internacionales por el fin de toda guerra, las guerras de nuestro tiempo son una bofetada sangrienta, que se reitera. La Organización de las Naciones Unidas, que propone -desde la hora cero- ese ideal plasmado en su nombre que comenzó a forjarse en las estribaciones últimas de la Segunda Guerra Mundial, a sus casi 80 años de su fundación, es como un muro en el que se escriben y pintan los horrores de las guerras y los llamamientos por la paz entre naciones. Apenas un escenario desde donde se repite en sucesivas funciones una parodia de la tragedia griega, donde no se representan ni se pronuncian loas a heroicidades sino lamentos plañideros por las consecuencias de toda acción bélica. Casi nada más. Una de las palabras más usadas en los foros internacionales y en las organizaciones de la sociedad civil sobre las guerras es desarme. Instalada desde que se conoció el poder atómico derrumbado en Japón en 1945. Más tarde se amplió al rubro de las “armas de destrucción masiva”.
Las armas y equipos bélicos convencionales empalidecieron su protagonismo en las acciones guerreras y se fueron suplantando -en gran medida- por armas que significaban “más destrucción, más muertes” para el bando enemigo. Y con menor costo para el atacante.
Disuasión nuclear
Con la “proliferación” en nueve países de las armas nucleares la palabra desarme necesitó complementarse y devino en “desarme nuclear”, una aspiración concreta y expresada de mil maneras por una mayoría de países integran la ONU.
Otros nueve, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, los cinco del Consejo de Seguridad de la ONU (CS), más Israel, India, Pakistán, Corea del Norte imaginan y promueven su “derecho al arma nuclear para adquirir la capacidad de disuasión”. En buen romance: para poder amenazar, esa palabra con sentido bélico que no tiene la palabra disuasión.
Notoria la escalada en los términos del lenguaje bélico al punto de generar una expresión que, permite ser analizada desde lo ético y lo racional. Y hasta de lo lingüístico y de la salud mental, si se quiere. Ya por imaginar que entre contendientes armados se establezca la “mutua destrucción asegurada” M.A.D. en inglés (Mutual Assured Destruction) es remedar una sangrienta pelea callejera. Naciones, sin embargo. Superpotencias (por entonces Estados Unidos y la URSS) ambas con la más notoria capacidad nuclear en todas sus formas. Misiles balísticos y de crucero con ojivas nucleares. En suma, un “ingenioso” (“primitivo” suena más apropiado) sistema que se suponía “disuasorio” para el caso de que cualquiera de los dos iniciara un ataque. “En qué cabeza cabe si con ese sistema pierden los dos” diría un jubilado sentado en un banco de la plaza de su barrio, en cualquier lugar del mundo. Cabe en la cabeza de los prominentes “hombres de estado” de su tiempo, Estados Unidos y URSS. Ése fue el libreto de la obra teatral (“Guerra fría”) en cartelera que mantuvo en vilo al mundo no pocas veces. “Crisis de los misiles”, Cuba (1962), una de ellas.
Desarme nuclear
Muchas iniciativas sobre la materia. La más difundida e interpretada desde ángulos diversos es la que se dio en llamar “Tratado de No Proliferación Nuclear” (TNP). Argentina fue remisa, en su tiempo, cuando entró en vigor (1970) y se mantuvo crítica en tanto se argumentaba -con razón- que el TNP era discriminatorio. Finalmente lo suscribió en 1995, durante el gobierno de Carlos Menem. Lo de la proliferación era para el resto de los países (¡Oh, casualidad!, no para los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad). El de Tlatelolco, un tratado de avanzada para la proscripción de armas nucleares en América Latina y el Caribe, vigente desde 1967, fue firmado por nuestro país desde el inicio.
Hoy, el más trascendente de los tratados referidos a las armas nucleares es el que las prohíbe. Vinculante para los que lo suscriben y ratifican. Este Tratado nace en la ONU (2017) y entró en vigencia el 22 de enero de 2021. Argentina, único país de Latinoamérica que no firmó. Un débil e insostenible argumento: “El TNP es “suficiente”.
Encíclica Pacem in Terris
El Papa Juan XXIII sostiene en un extenso y documentado texto una posición sobre el desarme, con una precisión de conceptos técnicos imposibles de rebatir en tanto sostienen la necesidad de preservar un mundo de paz. Cita palabras de su antecesor, Pio XII: “No se debe permitir que la tragedia de una guerra mundial, con sus ruinas económicas y sociales y sus aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la humanidad”. En este rubro el amplísimo texto de la encíclica, como casi todas las teorías y propuestas sobre desarme nuclear, hace aguas en un aspecto esencial.
Pero… hay un “pero”: Nadie y nada posa su atención en el desplegado y fuerte sector de los involucrados en la producción de esos recursos bélicos. Las empresas, los accionistas, los directivos, los profesionales, los obreros, los empleados, los proveedores de insumos tecnológicos y financieros, al cesar toda la producción de un día para otro por el desarme sufrirían consecuencias gravísimas. Hay, sin embargo una salida, racional y consecuente con la vocación por el desarme nuclear.
Complejo militar-industrial
En el discurso de despedida del presidente Dwight Eisenhower (enero de 1961) advirtió: “En los consejos de gobierno, debemos evitar la compra de influencias injustificadas, buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y se mantendrá. No debemos permitir que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos”. Hoy el “hipermercado de la guerra” pone un sello de realidad a esas premonitorias palabras del ex presidente estadounidense.
La reconversión industrial
“Hubo un tiempo –el de Gorbachov, impulsando su Perestroika– en el que el carismático líder de la entonces URSS se animó a visitar al canciller alemán Helmut Kohl, de esa Alemania que tenía sus ojos y su accionar en el Oeste. ¿Para qué? Simplemente porque tenía en claro una situación que vivía su país, desgastado en grado alarmante para seguir a la par en la carrera armamentista liderada por los Estados Unidos y la OTAN. Fue entonces que le propuso a Kohl una fórmula de una simpleza que encierra, en sí misma, toda una filosofía de la sana convivencia. Le proponía que con los recursos financieros. alemanes y su avanzada tecnología se ocuparan de encarar un plan de reconversión industrial en la Unión Soviética. Esto es, que los complejos industriales destinados a producir para el sector militar todo lo necesario para estar a tono con una carrera armamentista que desangraba al estado soviético se adaptaran en un proceso de reconversión industrial.
Sería saludable entonces, sin dañar las economías y el desarrollo de esas empresas y sus financistas, que se diera la “reconversión industrial” en el sentido de volcar recursos y trabajos en favor de productos que hacen falta en el mercado de elementos que sirvan a la vida, a su desarrollo, al crecimiento armónico de las sociedades. Una reconversión industrial, por etapas, que dejaría a las empresas bélicas en condiciones –con un plan de ejecución programado– de seguir contando con los contratos del Estado (es el que adquiere los elementos bélicos) sin generar despidos ni quiebras ni desempleo. Una solución así expuesta, simplemente, significaría demostrar que lo que se pudo hacer en un sentido para la guerra (Estados Unidos) en 1941) se puede hacer en el sentido opuesto.
Lo uno o lo otro
O se sigue como hasta ahora con arsenales copiosos modernizándose y creciendo en una danza macabra al son de los tambores de las leyes del mercado de la guerra o se recurre al único sistema de solución posible: “desarme con reconversión industrial”. El lema de nuestro tiempo. De todo el mundo.