En estos tiempos de desconcierto del campo popular, donde asistimos y a la vez padecemos como ciudadanos un atropello institucional inédito, que incluye todos los aspectos vitales de la vida de las personas, es fundamental no entregarse a la resignación y no aceptar sin más el “sálvese quien pueda” como modo de vida. Les propongo revisar algunos conceptos que creo debemos mantener vivos. Tal vez rediscutidos, pero vivos. Estos son: ciudadanía y participación. Podemos entender por «ciudadanía» el conjunto de normas que guían la relación entre el individuo y la sociedad; su relevancia para la participación es obvia: la ciudadanía es el marco que crea las condiciones para una participación posible. En este sentido diremos que el Peronismo fue y sigue siendo, la gran revolución que generó la equiparación de todos los ciudadanos ante la ley, a través de los principios sociales marcados ya a fuego en la historia argentina (sostengo lo anterior tal vez a contra corriente; no será la primera vez). Pasar de la participación posible a la participación real implica que el individuo ejerce esa ciudadanía, que se ocupa de los temas de preocupación de la colectividad, que hace escuchar su voz en la discusión pública de esos temas, que pasa de ser mero consumidor de mensajes y valores a ser productor de sus propios mensajes. También es necesario que la sociedad reconozca los derechos de todas las personas a la ciudadanía plena; que cree espacios para su ejercicio; que apoye a las personas en su análisis y su comunicación de propuestas, y que establezca reglas que permitan que todos puedan realmente ejercer la ciudadanía en forma equitativa. La definición moderna de ciudadanía abarca por lo menos los siguientes temas: 1) La participación en la política formal; 2) Incursión en campos como el cultural;3) Preocupación en la temática medioambiental. 4) Interés y participación en la problemática educacional; en fin, incursión en cualquier ámbito que exceda el mero marco privado y el del intercambio comercial. Al ejercer su derecho de ciudadanía, la persona se constituye en «actor social», en forma individual o como integrante de un grupo o una organización. Es evidente, sin embargo, que en la realidad actual hay enormes desigualdades en la constitución real de actores sociales. La primera y evidente desigualdad es la que afecta a los sectores excluidos; pobres rurales e integrantes de los sectores urbanos marginados, a estos sectores se les niega la posibilidad concreta de ejercer ciudadanía, por la discriminación de todo tipo, por la ausencia de espacios de participación real y también por la falta de acceso al alimento, al conocimiento. Participar significa tomar parte en algo que nos trasciende como individuos; de hecho, se comparten ideas y actitudes tras un objetivo. La participación social implica involucrarse en los problemas del conjunto de la comunidad, a nivel micro como macro social. Esto es, la problemática de la cuadra, del barrio, la ciudad, la región, etc... Implica un “nosotros” que nos impulsa a la acción colectiva tras un objetivo común, pues pensamos del mismo modo la realidad y los métodos para su transformación y mejoramiento. Mientras más ejerzamos la participación social y política, más ejercemos la ciudadanía y construimos de hecho una sociedad mejor. Es imprescindible no desanimarse con el “brote ultraconservador “que afecta a una parte de nuestro país y ha tomado como botín de guerra al Estado nacional. Se debe incrementar la participación, aunque no sea específicamente en las estructuras institucionales tradicionales, sino también en distintas formas sociales y reivindicaciones con objetivos concretos y específicos donde se vaya plasmando lentamente la construcción de poder local. Estas formas de participación no siempre dentro de espacios institucionales ni tradicionales, muy probablemente serán las responsables de la reconstrucción del tejido social, cultural y político del país, en una época donde los egoísmos sectoriales de este capitalismo criollo propio del siglo XIX conspiran contra el bienestar general de los argentinos.
Rubén Ricco