Del Timoteo Navarro a la Biblioteca Sarmiento: una maldición gitana llamada cierre

LA ESCALERA DEL TIMOTEO NAVARRO. Por estos tiempos es motivo de una discrepancia. LA ESCALERA DEL TIMOTEO NAVARRO. Por estos tiempos es motivo de una discrepancia.

En agosto del año pasado se organizó en la Biblioteca Sarmiento un curso sobre conservación de bienes culturales prestigiado por la presencia de Gaël de Guichen, un especialista francés de interminable currículum y joviales 83 años. Con semejante gancho las inscripciones fueron numerosas. Pero imaginen la sorpresa de llegar a un edificio señorial, cuna de los padres fundadores de la cultura tucumana, y descubrir un baño químico instalado en el hall. Ya de por sí el cuadro era vergonzoso, aunque peor hubiera sido habilitarlo para esa oportunidad. Entonces, cuando la necesidad se imponía, los estudiosos del patrimonio debían salir a la calle y usar las instalaciones del vecino Museo de Arte Sacro.

Que no haya agua, y por ende que los baños estén clausurados, dista de ser el problema más grave. La Biblioteca Sarmiento, al menos en parte, se cae a pedazos, y esta no es una metáfora. La medianera con el Museo de Arte Sacro corre serio riesgo y urge apuntalarla, trabajo que iba a iniciarse a fines del año pasado y sigue en la categoría de “inminente comienzo”. Mientras, el deterioro en otros sectores del edificio es impactante. Al salón de actos del primer piso, por ejemplo, es imposible ingresar porque el piso de parqué se va deshaciendo poco a poco. Es peligrosísimo lo que se ve, al menos desde la puerta asegurada con cadena y candado.

Toda la responsabilidad le cabe a la Universidad Nacional de Tucumán, que se hizo cargo de la Biblioteca Sarmiento en los papeles, pero la desatendió en la práctica. No se entiende muy bien por qué la UNT aceptó incorporar semejante edificio histórico a su patrimonio sin un plan para recuperarlo o, al menos, para mantenerlo en condiciones decentes. Ahora, ante la urgencia, Construcciones Universitarias debe apagar el incendio de una medianera tambaleante. ¿Y el resto?

Lo concreto es que la Biblioteca Sarmiento está cerrada a cal y canto. El acceso al público ya se había cercenado hace años, ahora ni siquiera puede trabajar allí el equipo de especialistas que estaba abocado a la recuperación de libros centenarios. ¿Cuáles son los plazos? No hay datos por el momento. Nadie podría precisarlos, al menos hasta que se inicien las obras y comprueben cuál es la profundidad de las grietas.

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El ejemplo de la Biblioteca Sarmiento es un clásico tucumano: cerrado por refacciones. Cierres que se hacen eternos y, en la medida que pasan inadvertidos, terminan naturalizándose. Tanto que se produce el efecto inverso y a los responsables de la desidia les molestan las preguntas sobre el tema. Será porque, en general, lo que no tienen es una respuesta a la altura.

Esta semana la noticia fue la caída de mampostería en la antigua sede de Rentas (Maipú y San Martín). El paliativo fue colocar una cinta restringiendo la circulación por la vereda, algo así como una curita para una herida de mortero. La Caja Popular de Ahorros se limitó a informar que no hay peligro de derrumbe. Del destino del edificio, alguna vez objeto de un concurso de ideas para refuncionalizarlo, no se dijo ni mu. Sigue en la misma condición que el Casino, otro inmueble histórico y de enorme valor patrimonial que la Caja mantiene vallado desde hace larguísimos años.

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Cuando a fines de 2024 quitaron los andamios hubo quienes se ilusionaron con la reapertura del Museo Provincial de Bellas Artes (9 de Julio 44). No fue el caso, porque si bien se subsanó el riesgo estructural, queda muchísimo por hacer. Lo cierto es que el Timoteo Navarro permanecerá cerrado hasta que el Ente Cultural y la Dirección de Arquitectura y Urbanismo (DAU) se pongan de acuerdo y avancen las obras de restauración de la fachada y los arreglos en el interior del edificio.

El mes próximo se cumplirán cinco años desde que se vedó al público el ingreso al museo. Claro, en aquel marzo de 2020 a la opinión pública sólo le interesaba la emergencia de la pandemia. La decisión del Ente -a cuyo cargo está el Timoteo Navarro-, presidido entonces por Martín Ruiz Torres, fue dejar todo en manos de la DAU. Pero las cosas no marcharon ni con la velocidad ni con la precisión esperadas. Por ejemplo, hubo problemas con la colocación del piso. Y está el caso de la escalera de mármol, una de las tantas joyas que alberga la construcción (proyectada y ejecutada originalmente para albergar el Banco de la Provincia).

Durante una recorrida por el museo, gentilmente habilitada por sus flamantes autoridades, LA GACETA documentó la situación de esa escalera, eje por estos días de una controversia: el Ente Cultural considera que debe restaurarse de una manera, la DAU sostiene otra. Ese tira y afloja responde a un cambio en la política: Humberto Salazar, sucesor de Ruiz Torres, no está de acuerdo con que la DAU tome las decisiones sin consultar con los especialistas del Ente. La escalera, a fin de cuentas, es la punta del iceberg. Mientras tanto el tiempo pasa, ajeno a las discrepancias, y el Timoteo Navarro continúa cerrado. El anhelo es iniciar un proceso de apertura gradual, habrá que ver en qué medida será posible.

Pero, siguiendo el camino de las responsabilidades, hay un organigrama en la administración pública y de esa pirámide resulta que el museo está bajo el paraguas del Ministerio de Educación. Es el mismo razonamiento que les cabe a la Biblioteca Sarmiento y a la UNT. Si Susana Montaldo aceptó que el Ente Cultural forme parte de su estructura, termina siendo quien debe responder por el cierre de la institución. Le caben las generales de la ley.

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LA SITUACIÓN ES SERIA. La UNT debe intervenir pronto para recuperar la Biblioteca Sarmiento. LA SITUACIÓN ES SERIA. La UNT debe intervenir pronto para recuperar la Biblioteca Sarmiento.

Todo esto ingresa en el terreno de las decisiones políticas. Y el cuidado del patrimonio es una decisión que la política tucumana siente como una carga, un gasto, un estorbo. La situación viene desde hace décadas y se relaciona con el escaso interés que el universo de la cultura genera en autoridades provinciales, municipales, legislativas y etcéteras. La certeza es que el de la cultura es un terreno que les resulta ajeno y que, medido en cantidad de votos, jamás termina de cerrar. En cambio, siempre habrá plata para solventar festivales y cachets tan jugosos como los que cobran Cristian Castro o Myriam Hernández. Lo que está muy bien, a fin de cuentas el acceso a la fiesta -bienvenidos los lectores de Byung-Chul Han- es un derecho que los ciudadanos no deben perder. Pero siempre y cuando no se descuide el resto.

Veamos el caso de San Francisco, cuya puesta en valor obedece al esfuerzo de un grupo autoconvocado, apartidario y sumamente interesado en que no se pierda uno de los baluartes patrimoniales del microcentro. El último logro fue el compromiso de Osvaldo Jaldo: prometió aportar los fondos imprescindibles para continuar con las obras. Al Gobernador los miembros de la comisión lo llaman “el vecino del frente”, un vecino al que buscaban llegar y conmover desde hace largo rato, y que finalmente se dispuso a abrir la billetera del PE. Sólo la restauración del muro que da a la calle San Martín y la pintura, de modo que armonice con la magnífica condición de la fachada del templo, costará $ 600 millones.

Lento pero seguro, San Francisco avanza con el objetivo de zafar de ese destino que persigue al patrimonio tucumano como si de una maldición gitana se tratara. Porque a fin de cuentas, y por el momento, la iglesia permanece cerrada.

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