
Pocos pueden dudar de que “Bambi” es una de las películas infantiles de animación más tristes que Walt Disney haya filmado. La muerte de la cierva madre y la horfandad del pequeño cervatillo fue entendida como una alegoría a la pérdida de su propia progenitora, con la descripción del tránsito del duelo y de la construcción de identidad como paso de la infancia a la madurez.
La idea de los Estudios Disney de hacer una versión en live action del filme dibujado estrenado originalmente en 1942 (quinta película de la factoría y con tres nominaciones a los premios Oscar) venía desde hace un lustro, pero ahora llega a los cines argentinos una propuesta europea, con una mirada muy distinta de la norteamericana.
“Bambi, una vida en el bosque” es la mirada del debutante director francés Michel Fessler de la novela original pensada para adultos que escribió en 1923 el austríaco Felix Salten quien, si bien aborda los temas centrales de las pérdidas y el crecimiento y planteos de respeto ambientalista, también es considerada una parábola sobre el peligro que afrontaban los judíos que empezaban a ser perseguidos por los regímenes totalitarios en la Europa de hace un siglo. Esta lectura fue reforzada por el propio régimen nazi que la prohibió en 1936 al considerarla una “alegoría política sobre el tratamiento de los judíos en Europa” y quemaron miles de copias de la novela en todos los territorios bajo su creciente control.
Por el hostigamiento sufrido, Salten se exilió en Suiza donde falleció en octubre de 1945 a los 76 años, luego de haber realizado viajes a los Estados Unidos. Aparte de “Bambi”, su producción literaria siempre se vinculó a los animales, con gatos, liebres y caballos como personajes centrales.
Fessler respeta todos los momentos de la historia: el nacimiento del protagonista, las amistades que forja con otros animales (el cuervo, el conejo y el mapache, ejemplos de la diversidad que conforman una sociedad), el asesinato de su madre y el conocimiento con su padre, todo dentro de una atmósfera que vincula la trama con la fragilidad de la naturaleza y cómo se ve afectada por los hombres que avanzan sobre ella, alterando su belleza y su equilibrio precario. Por encima, sobrevuela el clima de agresión a los más débiles.
Traspaso estético
No es la primera vez que el cine hace el traspaso estético. Ya hubo dos adaptaciones de acción real rusas en 1985 y 1986, pero no circularon a nivel global. Por aparte, llegó a las salas norteamericanas en un ballet en 1987 y una obra teatral en 1998.
Esta vez, la distribución está garantizada, con el empuje de la prensa francesa que se deshizo en elogios a la película y marcó sus diferencias con un clásico producto Disney (“Es mucho más que una película para niños, es una verdadera experiencia emocional”, publicó París Match cuando se la estrenó en su país, hace ya dos años).
Su director se hizo conocido como guionista en particular por “La marcha de los pingüinos”, con la cual ganó el Oscar a mejor documental (también estuvo nominado por los libretos de “Farinelli, il castrato” y “Ridicule”). La película fue filmada en la región gala de Centro-Val de Loire, en entornos naturales y con animales especialmente entrenados para su contacto con humanos.