

Sostener un club en Tucumán es prácticamente remar en el barro con dos escarbadientes. Los dirigentes empujan e intentan avanzar, pero el peso de las deudas, los costos operativos y la falta de recursos propios los hunde una y otra vez en el profundo océano de las deudas.
En nuestra provincia las instituciones que militan en la Liga Tucumana, en básquet, en vóley y en otras tantas actividades intentan sobrevivir como pueden, y en muy pocas ocasiones logran dar un salto que les permita trascender las fronteras. Siempre es día a día, tratando de “estirar” cada peso para poder lograr los objetivos trazados.
Para que una institución deportiva funcione se necesitan más de $ 10 millones mensuales si se toman en cuenta sueldos de empleados, pago de la luz, del agua, la contratación de ambulancias y de seguros médicos, el canon de los árbitros para los partidos y para los operativos policiales. Además, cada juego en casa es otra piedra en el zapato, porque el famoso “abrir el estadio” (consiste en el pago de veedores, de jueces, de policías y uno que otro detalle más) es otro golpe al presupuesto y al deshilachado bolsillo: esos costos pueden superar el millón de pesos por juego.
Sin ingresos genuinos (en la mayoría de los clubes el principal sustento está en la cuota mensual que abonan los jugadores de las formativas), muchos buscan un refugio en la política. Y sólo basta con repasar quiénes están detrás de cada una de las instituciones de nuestra provincia para darse cuenta de que son pocos los que la pelean “solos” en la jungla. En la mayoría de los casos hay un intendente que “banca la parada”, un legislador que aporta para sostener un sueño o una gestión municipal que ve en el deporte una oportunidad de plataforma electoral.
Y así las instituciones sobreviven atadas a un salvavidas público que los mantiene a flote, pero que no les permite nadar por sí mismos. No es que la inversión estatal sea negativa; después de todo, los clubes cumplen un rol social esencial. Pero cuando el dinero del Estado se transforma en el único sostén, la independencia se vuelve una ilusión y el club deja de ser un proyecto deportivo para convertirse en una ficha de negociación.
Según lo indicado por la comisión directiva de Argentinos del Norte, decidieron alejarse de la lógica de la dependencia. Armaron una CD con jóvenes profesionales (hijos y nietos de ex dirigentes) que asumieron el desafío de sanear un club que estaba en ruinas, acosado por las deudas, derruido ediliciamente y que no tenía ninguna posibilidad de dar pelea en lo deportivo. Ellos aseguran que con gestión y sin atarse a favores políticos lograron ponerlo de pie.
En pocos años, levantaron juicios, pagaron viejas deudas, realizaron algunas obras y el año pasado lograron ascender de la Primera B a la máxima categoría de la Liga. “Queremos demostrar que con gestión se puede; no queremos tener políticos dentro del club. Argentinos siempre fue un faro, pero cuando a los clubes los usan para beneficio propio o de determinadas instituciones, todo se desvirtúa. Eso es lo que sucedió tiempo atrás y por ese motivo también es que nosotros apuntamos a que crezca de manera genuina”, explica un dirigente que trabajó a sol y a sombra en la reconstrucción “sagrada”.
“El esfuerzo individual es valioso, sí; pero debe estar complementado por un Estado presente, con políticas públicas reales”, señaló sobre este tema la legisladora Carolina Vargas Aignasse, dejando en claro su argumento: los clubes necesitan de la gestión pública para convertirse en espacios de contención, de inclusión y de desarrollo deportivo. Incluso, Vargas Aignasse explicó que ella colaboró para que el “Sagrado” pudiera recuperar el normal funcionamiento. “Un ex dirigente vino a pedirme que lo ayudáramos y hasta gestionamos fondos del Gobierno nacional para hacer algunas obras”.
Es cierto que el balance y el equilibrio parece ser el punto clave de la cuestión porque lo que muchos dirigentes deben entender es que los clubes no pueden depender exclusivamente del Estado.
El caso de Graneros
Graneros es un municipio que tiene alrededor de 15.000 habitantes y un club de fútbol que estuvo a nada de ascender el torneo Federal A hace poco más de un mes. “Es un equipo que paga muy bien. En Tucumán son pocos los que te permiten vivir del fútbol y Graneros es uno de ellos”, confiesa un futbolista que pasó por el “Cocodrilo”. Sin grandes sponsors ni una masa societaria que le permita grandes lujos, Graneros bancó un plantel costoso, dio pelea en un torneo deficitario y estuvo a un partido de lograr la hazaña.
Desde su fundación (hace 28 años, gracias a una idea del ex intendente Roque Graneros) el club siempre estuvo vinculado a la familia Graneros y al poder político. Pero ¿qué pasaría si la Municipalidad decidiera dejar de aportar en la institución? ¿Cómo lograría sostenerse? ¿Podría seguir apuntando a pelear torneos nacionales o contratar foráneos?
El final de San Jorge
Hace unos años, San Jorge se quedó en las puertas de la Primera Nacional. La “Peste Verde” jugaba a estadios vacíos, pero tenía un plantel costoso sostenido por capital privado y por mucha gestión pública. ¿Qué pasó cuando su presidente y principal soporte económico decidió tirar la pelota afuera? Sus proyectos colapsaron y dejaron al descubierto que sin una base de sustentabilidad los clubes son castillos de arena que terminan desmoronándose con el primer viento en contra.
Pero el dilema no es “Estado sí o Estado no”, sino cómo lograr que la ayuda pública sea un complemento y no una atadura. La independencia de los clubes no se consigue con discursos, sino con una administración eficiente que genere ingresos propios. Así se conforma un modelo que los puede llegar a hacer viables sin depender de un cheque ajeno.
El desafío es enorme y el camino parece estar trazado. La misión está en cambiar la mentalidad de la dependencia por la de la autosuficiencia, porque cuando un club aprende a sostenerse por sí mismo, no necesita pedirle permiso a nadie para soñar.