El argentino que anticipó la Segunda Guerra Mundial

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El argentino que anticipó la Segunda Guerra Mundial

Ocurren con Roberto Arlt cosas que son propias de un relato típicamente suyo: Uno que podría titularse “El hombre que nació dos veces”. Por ejemplo, se consignan distintas fechas de su nacimiento. En algunas listas de efemérides figura que su natalicio se produce un 2 de abril. En otras se indica que llegó al mundo el 26 de abril. Él no es inocente de esas confusiones, porque cambiaba adrede el día de su cumpleaños probablemente para divertirse. Su partida de nacimiento confirma que esta última es la verdadera. En lo que no hay divergencias es en el año: 1900. Así que durante este mes se cumple el 125 aniversario de su natalicio. El documento que registra la llegada al mundo de Arlt precisa otro dato, acerca del cual él también se encargó de sembrar incertezas: su nombre.

En la biografía El escritor en un bosque de ladrillos, de Sylvia Saitta (Sudamericana, Buenos Aires, 2000), publicada para el centenario del nacimiento del escritor, se precisa que lo anotaron como Roberto Arlt. Él, sin embargo, firmó sus primeros textos autobiográficos agregándose, como segundo y tercer nombre, “Godofredo Christophersen”. En el certificado de bautismo, para mayores dislates, aparece mal escrito “Godofredo” y se lo nomina como “Roberto Emilio Gofredo Arlt”.

Así que también podría encarnar una historia sobre “El hombre que se llamaba de distintas maneras”. Pero, por sobre todas las cosas, Arlt fue, durante mucho tiempo, “El gran escritor que muchos negaron que era”. El reconocimiento le llegaría después de dejar este mundo, que abandonó cuando sólo tenía 42 años, en un acto que representa una verdadera torpeza del destino. Murió mientras dormía. Arlt es, también, “El hombre que siempre fue joven”.

Por fortuna, desde la segunda mitad del siglo XX fue siendo rescatado progresivamente y, luego, fue directamente reivindicado. Él es, en ese sentido, “El hombre que se consagró después de muerto”. Hay numerosas obras biográficas que dan cuenta de lo multifacético de su hacer. Por caso, en la web oficial de la Secretaría de Cultura de la Nación, el artículo que lo evoca se titula “Roberto Arlt, el escritor que no podía dejar de inventar”. Precisamente, la de inventor fue toda una ocupación y entre sus creaciones se cuentan desde un medidor de estrellas fugaces hasta una tintorería para perros, pasando por las medias irrompibles para mujer, mediante el “Sistema de Galvanización” que llegó a patentar. También fue diverso a la hora de escribir: fue novelista, cuentista y periodista.

En este último oficio, justamente, vale la pena detenerse. Abundan los estudios sobre la obra de Arlt y no es nada complicado conseguir sus obras de ficción, así como tampoco sus emblemáticas crónicas costumbristas: las “aguafuertes”. Pero no fue sino hasta 2009 cuando se editó la “obra completa” de una faceta clave en el mundo de las noticias: su desempeño como columnista.

“Al margen del cable”

Arlt escribe en el diario El Mundo las “Aguafuertes porteñas” entre 1928-1935. Luego vive durante un año en la península Ibérica (de esa experiencia se recogen 27 textos reunidos como “Aguafuertes españolas”) y visita Marruecos. Vuelve al país y se reinserta en el mismo periódico. Sin embargo, busca otra modalidad. Comienza escribiendo sobre cine en 1936, y en 1937 pasa a ocuparse de la actualidad. Alterna temas locales con internacionales, hasta que ese año alumbra la columna “Al margen del cable”, que representa su desembarco definitivo hacia los temas mundiales. “Cable” es el nombre que, en la jerga de las redacciones, se daba a los despachos de las agencias de noticias del exterior. Eran la materia prima de Arlt, que a partir de un dato “al margen” escribía su columna.

La totalidad de esos escritos, que escribirá hasta la víspera de su fallecimiento, fueron reunidos en El paisaje en las nubes (editorial Fondo de Cultura, Buenos Aires, 2009). El título de este volumen, de 770 páginas, corresponde al de la última columna publicada “Al margen del cable”. El diario El Mundo la publicó en su edición del 27 de julio de 1942. Arlt había fallecido en la madrugada del día anterior. El título, a partir de ese hecho, experimenta toda una resignificación. Su autor, en definitiva, era “El hombre que ironizaba con su propia partida”.

El “buen salvaje”

“Parece tan difícil imaginar la vejez de Arlt como la juventud de Macedonio Fernández”, comienza diciendo Ricardo Piglia en el Prólogo. Y a renglón seguido se pregunta hacia dónde hubiera avanzado su escritura de no haber muerto a los 42 años. Eso, para el autor de La ciudad ausente, no resulta difícil de suponer. “Habría que decir que la escritura de Arlt mejora con los años y se desarrolla en la dirección de la mejor literatura contemporánea. Y esto es así -también- porque se han ido creando las condiciones para que su obra pueda ser verdaderamente leída”. Esas “condiciones” son duales.

Por un lado, Arlt vivió durante un tiempo en que el periodismo y la literatura ni siquiera se consideraban dos polaridades diferentes de un mismo plano, sino que eran concebidos mayoritariamente como universos diferentes. Pero en la segunda mitad del siglo aparecen los “periodistas literarios”. Norman Mailer “funda” el “nuevo periodismo”. Truman Capote es uno de los grandes exponentes del “non fiction” con A sangre fría, aunque, cronológicamente, los argentinos anotan antes a Rodolfo Walsh con Operación Masacre. El tucumano Tomás Eloy Martínez es, en este contexto, ineludible: desde La pasión según Trelew hasta La novela de Perón pasando por Santa Evita. Su amigo, Gabriel García Márquez, de vastísima trayectoria periodística, recibe el Nobel en 1982 por Cien años de soledad. Hace una década, el premio de la academia sueca para la bielorrusa Svetlana Aleksiévich fue un Nobel para el reportaje. Era oficial: en el periodismo había gran literatura. Hoy, la argentina Leila Guerriero es un exponente cabal de esa certeza.

Por otro lado, fueron exorcizados los muchos mitos que impedían apreciar la verdadera dimensión de todo lo que Arlt había aportado a la literatura argentina. A la hora de desandar esos prejuicios, Piglia anota a los “burócratas más melancólicos de nuestra literatura” abrieron incendiarios juicios contra su estilo. Su escritura fue desacreditada. El lugar común consistía en que Arlt no era culto. Le colgaron, con condescendiente desprecio, el título de “autodidacta”. El carácter discriminatorio del apelativo se confirma de manera tácita: nunca dijeron lo mismo de Sarmiento o de José Hernández.

El destrato referido a la presunta incultura de Arlt fue canónico, hasta el punto de que sus propios defensores admitían los falaces cuestionamientos referidos a que él era ajeno a la escolaridad que adiestran en el empleo adecuado de la lengua. Por eso argumentaban -a modo de rescate- que la fuerza de su escritura radicaba en que, justamente, no era un intelectual. En la batalla cultural que libraban los reaccionarios, Arlt era, para decirlo en los términos de Piglia, el “buen salvaje”. El autor de Los lanzallamas es, en ese punto, “El hombre que hace visible la ceguera”.

Es que el autor de El juguete rabioso -define Piglia- trabaja con la experiencia pura y busca transmitir el sentido de los acontecimientos. “Por esos sus crónicas se leen hoy mejor que cuando fueron escritas, porque ofrecen la novedad de una visión. (…) Esas crónicas están construidas básicamente sobre una escena de lectura: Arlt comenta los cables que lee. Y su modo de leer es extraordinario. Amplifica, expande, asocia, cambia de registro y de contexto las noticias que recibe. Las revela, las hace visibles”. Precisamente, “aguafuerte” era el ácido que se usaba para el revelado de las fotografías: Arlt quiere eso: fijar una imagen, registrar un modo de ver.

Por sobre todo esto, Piglia detecta en la tarea del autor de Los siete locos una virtud mayor: en las columnas de “Al margen del cable” desarrolla la capacidad de advertir. “Las crónicas de Arlt pertenecen al orden excéntrico de la sintomatología social: un registro de la patología y los cambios en el clima psíquico de la sociedad. Bastaría referirse al modo en que el nazismo es percibido al instante -en varias de estas crónicas- como la gran mitología demoníaca de nuestra época”.

La anticipación

El libro El paisaje en las nubes es la tarea llevada a cabo desde 2005 por la investigadora francesa Rose Corral en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, del cual es docente. En el ensayo “Un argentino piensa en Europa”, ella exhibe cómo, de manera paulatina, gana centralidad en “Al margen del cable” lo que Arlt lee tempranamente como el preludio de una nueva conflagración planetaria. Él vio venir con años de antelación el horror que estallaría en 1939. Y lo hizo leyendo las atrocidades previas del nazismo, que había llegado al poder en 1933.

En los años que van desde 1937, cuando encara la columna, y 1942, cuando muere, “Arlt parece vivir y escribir pendiente de los cables internacionales que llegaban a la redacción del periódico porteño”, recrea Corral. Luego consigna que él sigue de cerca el ascenso del nazismo en Europa, y el clima de terror y violencia que impone a su paso. La investigadora enumera los signos inquietantes que el autor de El amor brujo va anotando: neutralidad y carrera armamentística en los países nórdicos; complicidad japonesa en Asia; compras desenfrenadas de hierro viejo a América (Cuba y Venezuela) para fundirlo y construir armas; almacenamiento de trigo argentino en Alemania e Italia; persecuciones y ‘misteriosas’ desapariciones de actores políticos en Alemania, Hungría, Rumania, Austria; politización acelerada de niños y jóvenes en Alemania; sofisticación cada vez mayor del armamento y, por consiguiente, de las distintas formas de muerte que se preparan.

Un ejemplo paradigmático es la columna “Buenos Aires, paraíso de la Tierra”, del 24 de septiembre de 1937. Allí anticipa de manera estremecedora el futuro oscuro que sobrevendrá sobre el Viejo Continente. “Cada país de Europa es hoy un vasto presidio donde las multitudes prensadas entre murallas de cemento preparan a tres turnos, bajo la vigilancia de sus carceleros, los mecanismos que en un momento dado echarán a funcionar para desparramar la muerte y la locura -avizora-. Europa trabaja a tres turnos en el preparativo de su suicidio. Tres turnos vertiginosos y cada vez más acelerados. Hay prisa por acercarse a los confines de la muerte definitiva”. Dos años después, el 1 de septiembre de 1939, la invasión alemana a Polonia detonaba la Segunda Guerra Mundial.

Piglia, en el Prólogo, cita a Franz Kafka: “Uno no se desarrolla verdaderamente, y a su manera, sino después de muerto”. Desde esa perspectiva, Arlt es “El hombre que falleció para no dejar de crecer”.

© LA GACETA

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