
Carmen Perilli
Doctora en Letras y profesora emérita (UNT)
Ha muerto uno de los últimos grandes monstruos que marcaron la cultura latinoamericana del siglo XX. A lo largo de todos estos años su figura no pasó nunca desaparecida como escritor, como ensayista y como crítico cultural. Es difícil resumir ese torrente de gestos y palabras que fue su vida que provocó amores y odios.
En Historia de un deicidio, al estudiar la obra de García Márquez, Vargas Llosa acuña su teoría de los demonios. El escritor, desconforme con la realidad, exorciza sus fantasmas suplantándola con mentiras verdaderas. Esa vocación deicida se despliega a lo largo de la narrativa del peruano, donde el gesto realista se alimenta del modelo antropológico. La mayor parte de su narrativa estuvo destinada a exorcizar los demonios del escritor peruano. Su escritura conoce momentos brillantes y otros oscuros. El mismo lo dijo en su novela La tía Julia y el escribidor donde Varguitas, el escritor, vive su aventura de amor con la tía Julia mientras Pedro Camacho, el escribidor. En él se mezclaba el escritor y el escribidor, el autor y la estrella. Literatura y política tomaban formas extremas y a veces colisionaban en movimientos que lo llevaban de un polo al otro. Quizá marcado por un país donde las brechas no se cerraban en sus obras el gesto violento asume formas diversas y provocativas. Irrumpe desbordante en el mundo de los militares y los “perros” del Colegio Leoncio Prado y se ensaña cruel en el “cachorro” del grupo de Miraflores. Conversación en La Catedral – una de sus novelas más importantes, transcurre en un bar de mala muerte -la catedral del título-, donde el negro Ambrosio ayuda a Zavalita a conocer los entresijos de familia y dictadura.
En La casa verde. El prostíbulo en medio de la selva, doble lucha con la naturaleza y con la explotación humana, especialmente de la mujer. Una alegoría de la sociedad donde se trafica con mujeres e indios, donde el Estado se convierte en opresor. En La guerra del fin del mundo, situada en los sertones brasileños, el fanatismo del Consejero lleva a sus seguidores hacia la muerte ante la mirada del periodista.
Humor
Aún en aquellos libros en los que acude al “humor” y al erotismo no puede sustraerse a la violencia. En sus ensayos literarios expone su tesis sobre la creación novelesca y artística. Su concepción de la literatura y del autor remite a dos tradiciones diferentes: la narrativa romántica del vate y la narrativa moderna del experto. Los imaginarios textuales están determinados por su adscripción a diversos campos culturales. Desde el grupo de jóvenes opositores a los regímenes dictatoriales peruanos hasta la exclusiva comunidad de escritores estrellas del mercado cultural global.
Se pueden distinguir grandes ciclos en su obra de Vargas Llosa, obsesionada por la relación entre la historia y la ficción. De la fervorosa adhesión al socialismo a la apuesta por el liberalismo extremo.
Una de las cuestiones centrales vinculadas a la violencia es la alteridad, representada por el indígena. Ello le lleva a confrontar con el Perú Andino, en especial con José María Arguedas. La escritura realiza un esfuerzo titánico por construir los Andes o la Selva, para erigir al estudioso y extremista celta o a Flora Tristán. Si Historia de Mayta le permite retratar el inicio de la escalada de la violencia política, Lituma en los Andes nos enfrenta con una violencia esencial. La novela finaliza con una larga conversación en la que el peón borracho confiesa el horror de la inmolación “¿No hay muertos por todas partes? Matar es lo de menos. ¿No se ha vuelto una cojudez…?” Esta misma lectura se proyecta en La fiesta del Chivo y en sus lecturas del poder.
Vargas Llosa sintió de manera dolorosa la frustración de la modernización de América Latina y el Perú, ese Perú que Zavalita sabe “jodido” y se pregunta desde cuándo.
Su pasión por acceder a los mundos occidentales lo empuja a resucitar antinomias propias de los pensadores liberales del siglo XIX. En una entrevista con Tomás Eloy Martínez le señala: “Sucede que hay culturas incompatibles. Y esa incompatibilidad está representada para mí por polos que son los de la civilización y la barbarie, los de la modernidad y el arcaísmo”.
La violencia impregna no sólo sus fábulas literarias sino también está presente en su discurso político, tanto en el del “sastrecillo valiente” que apoyaba a la revolución cubana como en el del escritor consagrado que se entrega al credo neoliberal y apoya dictadores. Su postura no admite discusiones, su pasión es ilimitada.