La Policía de Tucumán arma un tren. Sus vagones son camionetas; motos y botas. Sus operarios son uniformados con gesto adusto de Rottweiler enojado; mal alimentado y mal educado, que responden - cual autómatas programados - a las órdenes de un conductor que confunde autoridad con autoritarismo; orden con terror; presunción de inocencia con portación de culpabilidad en rostro, vestimenta y barriada. Cuenta el periodista Roberto Delgado (en su columna de 11/05, bajo el título de “Descenso a la barbarie”), que los reclamos y denuncias comenzaron a repetirse en estas últimas semanas, debido a que el “Trencito Policial” (el diminutivo es, tal vez, otra perversidad para suavizar tanta violencia Institucional), realiza estas verdaderas razzias exclusivamente en los barrios más vulnerables y periféricos de la Provincia, pero jamás en barrios cerrados o countries, creando sentido común en miles y miles de personas sobre que el ser pobre convierte a cualquier ciudadano en un culpable que debe demostrar inocencia. Las estadísticas no mienten: según el periodista Delgado, sobre 400 aprehendidos en uno de estos operativos, solo el 1,5% (seis) de ellos tenían antecedentes. ¿Cuántos estafadores, pedófilos, corruptos y narcotraficantes construyen sus lujosas casas y estacionan sus imponentes 4x4 en estos barrios marginales y cuántos lo hacen en la exclusividad de un country? Mientras tanto, los operarios del “tren” están cebados y pasados de rosca, ante el poder otorgado por el conductor (entretenido en paisajes portuarios y los aplausos de los vecindarios pudientes, cuando su tren pasa por Barrio Norte y barrios cerrados) y dicen no saber nada sobre la muerte de un pasajero en la “Estación Cárcel de Villa Urquiza”, del mismo modo que dicen no haber visto ni escuchado nada en la “Estación Comisaría Los Pocitos”, donde un preso fue torturado y brutalmente asesinado por otros compañeros de celda. Estos son los días del Tucumán del siglo XXI, con ciudadanos desprotegidos ante el autoritarismo y el libertinaje de quienes debieran ser sus protectores, con la esperanza puesta en el retorno del Estado de Derecho y de la noble igualdad.
Javier Ernesto Guardia Bosñak
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