Su mamá vendía tortas fritas para verlo jugar y él le dedicó su doblete con la camiseta de San Martín

Los goles de Juan Cruz Esquivel fueron un gesto de amor para sus padres, que hicieron todo por verlo llegar.

CON ALEGRÍA. Juan Cruz Esquivel asegura que vivió una semana distinta. CON ALEGRÍA. Juan Cruz Esquivel asegura que vivió una semana distinta. Foto de Gonzalo Cabrera Terrazas/LA GACETA.

Los goles no le cambiaron solo el marcador a Juan Cruz Esquivel. Le transformaron la vida, el ánimo, las semanas. Lo había demostrado con dos tantos inolvidables en Mar del Plata frente a Alvarado, y lo volvió a confirmar ahora, en Caballito, con otro doblete decisivo contra Ferro. Su presente lo encuentra más firme, más suelto. Lo sabe él y lo siente cada vez que la pelota entra. Porque cuando eso pasa, todo cambia.

Aquella vez, en el estadio José María Minella, Esquivel había tenido su actuación consagratoria: dos goles y figura de un San Martín que recuperaba la cima del campeonato. En ese momento, sus palabras reflejaron el desahogo después de una etapa difícil. “Cambia totalmente la semana. Ya lo tomás de otra manera. Vos mismo te sentís más suelto, con más confianza”, le había contado a LA GACETA. No eran solo palabras, era una declaración de lucha personal.

Nacido en Cañada Rosquín, un pueblo santafesino de menos de 6.000 habitantes, Esquivel aprendió desde chico que nada llegaría fácil. A los 14 años se probó en Atlético de Rafaela y desde entonces no paró. Hijo de María Emilia Jiménez, ama de casa que vendía tortas fritas y pizzas para juntar unos pesos, y de Juan Carlos Esquivel, vendedor ambulante, “Juanchi” asumió desde muy joven una promesa íntima: que en su hogar no falte nada. 

“Mi vieja es de seguir haciendo esfuerzos para venir a verme, aunque ahora hayan cambiado algunas cosas. En la semana hacía pan casero, tortas fritas, para juntar una moneda y verme jugar el fin de semana. Mi viejo vendía flores, ropa. Todo ese sacrificio fue clave para que yo pudiera mantenerme en Buenos Aires desde los 15 años. Quería hacer un gol y dedicárselo a ellos”, había recordado tras su actuación en Mar del Plata.

LA CHARLA QUE CAMBIÓ TODO. Juan Cruz Esquivel recorre el complejo Natalio Mirkin junto a su representante Jordan Rubén. LA CHARLA QUE CAMBIÓ TODO. Juan Cruz Esquivel recorre el complejo Natalio Mirkin junto a su representante Jordan Rubén.

En medio de los altibajos que vivió en el torneo, encontró contención en su familia, en su representante y en el propio Ariel Martos. “Yo sabía que las cosas no venían saliendo, charlé con mi representante, le conté cómo me sentía, Ariel también sabía. Y la única manera de cambiar era ir y fallar. El fin de semana salió y se hizo un cambio rotundo, total”, explicó. Esa transformación comenzó con una charla y terminó con un abrazo con el técnico después de su segundo tanto en el Minella. “Ariel me dijo: ‘¿viste que las cosas pueden cambiar de un día para el otro?’”. Esa frase lo acompaña desde entonces, como un mantra para no bajar los brazos.

El entorno familiar sigue siendo su combustible. Su hermano Brandon, de apenas 10 años, le manda mensajes antes de cada partido. Su madre, atenta a cada detalle, lo llama todos los días. “Charlo todos los días con mi mamá. Si digo que me duele la cabeza, ella me dice que ya lo sentía. Son madres. Siempre están”, dijo entre risas, revelando ese vínculo que lo sostiene a la distancia.

EN FAMILIA. Juan Cruz Esquivel posa junto a los suyos. EN FAMILIA. Juan Cruz Esquivel posa junto a los suyos.

El momento que no quiere soltar

Hoy, con otro doblete en su cuenta, Esquivel disfruta de un presente que no le fue regalado. Vive en Tucumán con una tranquilidad que contrasta con el vértigo de la Primera Nacional. “Acá es muy tranquilo, todo está cerca. Venís de Buenos Aires y te encontrás con otro ritmo de vida. Estás a diez minutos de tu casa. En una tarde aburrida, tenés media hora y te vas a tomar unos mates”, contó.

Tras cumplir contra Alvarado, Esquivel sabía que no había lugar para relajarse. “Si te relajás, después ves los resultados y te arrepentís”, había advertido entonces. También reconoció lo que siente al jugar en La Ciudadela. “Una cosa es enfrentarlos y otra tenerlos a favor. Nunca me había pasado algo así”.

Esquivel se ganó su lugar a fuerza de goles, pero sobre todo de convicción. Peleó, falló, insistió. Hoy que la pelota entra y el corazón late más fuerte, no quiere soltar esa sensación. Porque sabe -como pocos- lo que le costó llegar hasta acá.

Comentarios