Foto: Analia Jaramillo - LA GACETA
Es sábado por la mañana. En las canchas del Jockey Club se vive una escena que se repite todos los fines de semana, aunque nunca se vuelve rutinaria: padres con termos y mates, reposeras, y sonrisas desbordadas acompañando a sus hijas, que visten con orgullo los colores de sus clubes.
Universitario visita a Jockey en una jornada de minihockey, y mientras las jugadoras se preparan, el verdadero partido (el más largo y constante) se juega del lado de afuera; en las tribunas, en el pastito, allí donde las familias despliegan logística y emociones.
“Mi hija es la que pone el despertador los sábados. ¡Ella me levanta a mí!”, cuenta entre risas Huerto Runco, mamá de Julieta, jugadora de la Octava de Jockey Club. Su frase, aunque simpática, dice mucho. “Yo ya termino fundida con todas las actividades de la semana, pero ella se encarga de esto. Es muy responsable, le encanta el hockey, es fanática. Hace todo a rajatabla con los horarios para levantarse con tiempo, desayunar... Y no puede faltar el peinado”, admite Huerto mientras “Juli” corre detrás de la bocha.
El compromiso no es nuevo en esa familia. “Julieta juega desde los seis años. Es la más chica de tres hermanos y su hermana mayor también empezó a esa edad; siempre en el mismo club. Ya hace como 10 u 11 años que venimos todos los sábados”, asegura Huerto, que vive el deporte como una parte integral de su semana. “Es un sacrificio, sí; porque uno suma esta rutina a todo lo que ya tiene entre el trabajo y lo cotidiano. Pero vale la pena. Queríamos que hicieran deporte para que se diviertan, se relacionen, estén menos tiempo con el teléfono… Eso hoy es todo un desafío”, advierte.
COMPROMISO. Huerto Runco y Mariana Ale acompañan a sus hijas y ayudan con el tercer tiempo. Foto: Analía Jaramillo - LA GACETA
A unos metros, Mariana Ale acomoda el peinado de su hija (también jugadora de la Octava del Jockey). “Los sábados arrancan temprano; a las 7 ya estamos en pie. Hay que despertar a las chicas, hacer que desayunen y llegar al club para el precalentamiento. Siempre todo en horario, porque no les gusta llegar justas”, comenta.
Con tres hijos en deportes distintos, la planificación es clave. “Mi nene tiene 8 y juega al fútbol. A veces los partidos coinciden, así que nos dividimos. Hoy, por ejemplo, mi esposo fue a verlo a él porque no quería que lo acompañe el abuelo; quería al papá. Y yo me quedé acá”, dice con una sonrisa de oreja a oreja mientras se cubre el sol con su brazo.
Pero estar presente no significa solamente mirar desde la línea. “Además de ver los partidos, colaboramos con todo lo que se pueda. Hoy me quedaré a ayudar con el tercer tiempo; vendemos cosas para juntar plata para el Regional que es en noviembre. Es un esfuerzo, pero verlas disfrutar a las chicas lo justifica”, remarca “Maru”.
Luciana Arregui y Mariano Torres también viven el sábado como un ritual. Su hija mayor, Barbarita, tiene 7 años y juega al hockey desde los 5. “Las otras dos todavía son chiquitas, pero ya vienen perfiladas”, dice Luciana con ternura mientras sostiene en brazos a una de ellas. “Esto viene de generaciones (agrega Mariano). Yo juego al rugby en ‘Uni’, ‘Barbie’ al hockey; nuestros padres y hermanos también fueron parte del club. Es parte de cómo vivimos”, dice el papá de tres nenas que está con toda la familia, pero en este caso de visitante en el Jockey.
EN FAMILIA. Luciana Arregui y Mariano Torres también viven el sábado como un ritual. Foto: Analia Jaramillo - LA GACETA
“Nos levantamos temprano, preparamos el mate, el desayuno, y salimos para el club. Hoy nos tocó cerca, por suerte. El sábado ya lo dejamos libre para esto”, afirma Luciana. Aunque parezca una carga, se lo toman como un privilegio. “Queremos que ellas vivan lo que vivimos nosotros: crecer en un club, hacer amigos, estar en un ambiente sano. No sabemos si las tres harán el mismo deporte, pero sí van a crecer en el mismo espíritu”, remata.
En otra parte del club, Natalia Acosta y Walter Ibáñez viven su sábado con una mezcla de ansiedad y alegría: es el primer partido de su hija Julieta, de 10 años. “Hace apenas un mes y medio que empezó en el club. Ella lo pidió porque lo practicaban en el colegio y quiso sumarse. Está muy entusiasmada”, cuenta Natalia. “Y nosotros también, aunque todavía no entendemos nada”, agrega entre risas Walter.
PRIMER SÁBADO PARA ELLOS. Natalia Acosta y Walter Ibáñez viven su sábado con una mezcla de ansiedad y alegría. Foto: Analia Jaramillo - LA GACETA
El sábado familiar ya cambió de forma para ellos. “Nuestro hijo ‘Tomy’ juega al fútbol desde hace cuatro años. Hoy tiene partido a las 16, así que hay que organizarse para estar con los dos. Uno va con uno, el otro con el otro; o a veces pedimos ayuda como cualquier familia con hijos deportistas, sobre todo para el traslado y la logística”, advierte Walter.
Ambos coinciden en la importancia del deporte: “Les da valores, amistades, los organiza... Es algo sano. Siempre hice deporte y quiero que ellos también tengan esa experiencia”, agrega.
Walter Roger, papá de otra nena llamada Julieta, también lo tiene claro. “Mi hija tiene 9 años, juega en Novena y hoy le tocó defender. Está feliz y nosotros también. El acompañamiento es fundamental. Es lo que ellos más necesitan”. Julieta empezó a jugar a los 7 y se entrena martes y jueves. Pero la familia vive el deporte todos los días. “Tengo otro hijo, ‘Santi’, que juega al rugby. Estamos en clubes diferentes y con horarios distintos. A veces mi señora va con ‘Juli’, yo con él. Hoy, por ejemplo, ella termina su partido a las 11.15 y él empieza 11.40. Así que salimos corriendo para llegar”, contó entre risas.
EMPEZÓ EL RITUAL. Walter Rogel junto a su esposa y la abuela de Julieta, su hija de 9 años. Foto: Analia Jaramillo - LA GACETA
La jornada no termina en la cancha. “Esto ya cuenta como la salida familiar del fin de semana. Después ellos tienen sus reuniones o salidas con amigos, y nosotros también aprovechamos para vernos con otros padres. El deporte nos une a todos”. Walter también remarca el sacrificio económico: “Antes costaba más hacer deportes por falta de opciones. Hoy cuesta por la plata: ropa, cuotas, traslados. Pero lo hacemos porque sabemos que les hace bien a ellas”, admite.
Y como toda jornada larga, tiene sus códigos: “No puede faltar el mate, la reposera, algo cómodo... Hoy estamos hasta la una y media más o menos”, concluye con una sonrisa.
En una jornada que transcurre entre pases, bochazos, golazos, abrazos y gritos de aliento, hay algo más que el resultado en juego. Hay tiempo compartido, esfuerzo silencioso y esa felicidad sencilla que sólo conocen quienes acompañan de verdad.




















