Del profesionalismo internacional a las raíces, el nuevo capítulo de Orlando: “Sólo quiero jugar, disfrutar, y ayudar al equipo”
Orlando volvió a Huirapuca, el club donde nació rugbísticamente, tras una destacada carrera internacional. El centro tucumano regresa con la misma intensidad y amor por la camiseta, listo para aportar experiencia y compromiso a un plantel joven.
Tostao Orlando.
El rugby tiene esas historias que trascienden el deporte, una historia de amor entre jugadores y clubes, que pese a la hoja de ruta de cada uno, siempre el destino vuelve a ser ese primer amor. La vuelta de Matías “Tostao” Orlando a Huirapuca es un claro ejemplo de ello. Este regreso será un capítulo que se abre con el corazón lleno de memoria, afecto y compromiso. Luego de una carrera extensa y reconocida en el rugby internacional, con pasos por Los Pumas, Jaguares, Newcastle Falcons y más recientemente en la Major League Rugby de Estados Unidos, el centro tucumano volvió a ponerse ayer la camiseta del club que lo formó.
“En el comienzo de semana pasado confirmé que iba a jugar, y desde ese momento todo el mundo me hizo sentir la alegría y las ganas que hay de que vuelva”, cuenta Orlando, con una serenidad que contrasta con la expectativa generada por su retorno. Desde hace un mes ya entrenaba con el equipo, aunque la oficialización llegó recién tras resolver algunos aspectos burocráticos: “Terminé de firmar el pase, pagué todo lo que había que pagar, me hice los estudios médicos... Era eso nada más”, advierte desde su Concepción natal, que vibró por el regreso del hijo pródigo.
Esta vuelta no fue impulsiva. En paralelo a su regreso a Tucumán, Matías vivió uno de los momentos más significativos de su vida: su casamiento. “Quería darle prioridad a eso. Estar enfocado en mi esposa. Fue una fecha estratégica también, sabiendo que muchos amigos podían acompañarnos. Algunos hasta se podrían haber armado un test match con los que vinieron”, bromea.
A pesar del compromiso reciente, la luna de miel quedó postergada. Pero sin drama: “Hace 10 años que vivimos una luna de miel constante, viajando por el mundo gracias al rugby”, fue la frase de su esposa que habilitó el retraso del viaje sin culpa, ni remordimientos.
En su memoria, el último partido con Huirapuca está algo borroso pero presente. “Creo que fue contra Jockey de Salta, por el Regional. Fue en 2015. Después vino el Argentino con Tucumán y ya no volví a jugar con el club”, recordó.
Hoy, a las puertas de un nuevo capítulo, se lo nota sereno. “Todavía estoy tranquilo, como que no caigo. No sé si no dimensiono lo que significa para el club o para mi familia. Lo vivo como siempre: armando el bolsito, poniéndome la camiseta”, relató.
El vestuario ha cambiado. De los que jugaron con él, apenas queda uno o dos. “Estoy conociendo la dinámica nueva, tratando de entender cómo se vinculan entre ellos. Yo estoy un poco afuera de los chistes todavía, pero ya me voy a poner al día”, dice entre risas.
Lejos de adoptar un rol protagónico, Orlando volvió con humildad, sabiendo que se trata de un grupo nuevo, con jóvenes con hambre de crecer. “Vengo a aportar lo que pueda, sin imponerme. Respeto mucho el esfuerzo que hacen los chicos. Algunos laburan ocho horas y después vienen a entrenar. Yo todavía no me reinserté en ningún trabajo ni a la facultad, así que tengo más tiempo para descansar, prepararme. Pero sé que eso no me hace más ni menos. Sólo intento encontrar el equilibrio”, añadió.
La experiencia del profesionalismo, que lo abrazó durante 10 años hasta el momento, le dejó muchas enseñanzas. “Recién en 2018 entendí algo que me dijo Mario Ledesma. Me habló de la diferencia entre profesionalismo y profesionalidad. El profesionalismo es cuando entra dinero al deporte, pero la profesionalidad es cómo hacés las cosas. Y eso, sí, siempre lo tuve. Desde chico me entrenaba bien, comía bien, no salía si jugaba… Era mi forma. Creo que eso me permitió durar tantos años a este nivel”, agrega el centro- wing.
Eso sí, antes de continuar el diálogo con LA GACETA recordó que su salida del profesionalismo no fue definitiva. “No es una puerta cerrada. En Estados Unidos la liga dura seis meses, y la idea es mantenerme en ritmo jugando acá. Me siento bien, con ganas. Prefiero hacerlo ahora y no más adelante, cuando sea más grande y me tengan que poner por quién fui y no por lo que puedo seguir aportando en la cancha”, advirtió con seriedad.
Con los dirigentes y sus amigos del club, las charlas fueron constantes. “Hubo varios asados con servilleta en mano para firmar el contrato”, bromea. “Siempre les dije que las ganas estaban, sólo que no quería forzar nada. Se dio así, naturalmente”, explicó sobre como quebró la cintura ante la insistencia.
Hoy, Orlando es consciente de que vuelve a un equipo distinto. “Me voy a encontrar con un grupo joven, con muchas ganas. La expectativa para el Regional no está en los resultados. Vamos a ir semana a semana, partido a partido. Lo hablamos mucho en este mes que llevo entrenando. Si corregimos lo que hacemos mal y potenciamos lo bueno, este proceso puede servir no sólo para este torneo, sino para los próximos años”, enfatizó.
El regreso de un jugador como Orlando desde ya que impacta en el juego, pero también lo hace en lo simbólico. “Tostao”, del interior del interior, representa ese modelo de deportista que se hizo desde abajo, con esfuerzo, sacrificio y humildad. Durante estos años, tuvo la oportunidad de vivir el rugby en lugares impensados. “Viajé a sitios que sólo conocía por fotos. Pero durante la carrera uno no es del todo consciente de lo que vive. Somos ambiciosos, queremos siempre más. Ganamos a los All Blacks, y al día siguiente pensábamos en ganarle a Australia. No parás nunca y por eso no podés disfrutar tanto”, se lamenta.
Eso sí, no todo es color de rosas. En 2023, la no convocatoria al Mundial le tocó el orgullo. “Me preparé cuatro años para eso. Y no estar entre los 33 fue duro. Pero en vez de castigarme, aprendí a valorar lo que había hecho. En ese momento decidí que lo que venga lo iba a disfrutar, darle el valor que merece. Porque pasa muy rápido. Siento que fue ayer mi último partido con Huirapuca a los 21. Hoy tengo casi 34”.
Cuando se le pregunta con qué versión de sí mismo se encontró la gente en la cancha, no duda: “La misma intensidad, las mismas ganas. Con un poco más de experiencia, sí, y un poco más golpeado también. Pero con el mismo espíritu combativo. Mi juego siempre fue físico; de estar presente, de empujar al equipo”. Orlando volvió. Pero más que un regreso, se trata de un círculo que se cierra para abrir otro. Con los pies en el club, el corazón en la camiseta, y la cabeza disfrutando del presente. “No tengo nada que demostrar. Sólo quiero jugar, disfrutar, y ayudar al equipo. Eso, para mí, ya es muchísimo”.






















