“En el barro”: la serie sobre mujeres que hereda la corona de “El marginal”

Sebastián Ortega reabre la saga con una ficción que conserva la tensión de la original y la lleva al universo de mujeres donde los pactos son letales como los golpes

LA QUEBRADA. Poder, traición y supervivencia en la cárcel de mujeres. LA QUEBRADA. Poder, traición y supervivencia en la cárcel de mujeres.

En la televisión argentina hay universos que parecen cerrarse y, sin embargo, encuentran nuevas puertas de entrada. El marginal terminó con un final que parecía definitivo, pero Sebastián Ortega decidió abrir otro acceso: una cárcel de mujeres donde las reglas son distintas, aunque el mapa del poder se reconoce al instante. “En el barro”, estrenada en Netflix, retoma el pulso narrativo que convirtió a la saga original en un fenómeno y lo traslada a un escenario donde la supervivencia no se mide sólo por la fuerza, sino también por la capacidad de negociar, seducir y resistir.

La serie no es una reinvención radical. Su director, Alejandro Ciancio -responsable de buena parte de los episodios de “El marginal”-, conserva la tensión, el ritmo y la estética que hicieron reconocible la franquicia. Pero el cambio de contexto le permite explorar otras dinámicas. Aquí, las alianzas duran lo que un cigarrillo y las traiciones no siempre se ejecutan con un golpe, sino con una sonrisa que oculta la puñalada.

El punto de partida es un traslado de presas hacia La Quebrada, prisión femenina que el discurso oficial presenta como “modelo”. La ficción se encarga de desmontar esa fachada desde el primer episodio. Una emboscada para rescatar a Amparo “La Gallega” Vilches (Ana Rujas) termina con el camión policial en un río y varias internas muertas. Las sobrevivientes son recapturadas de inmediato, pero llegan al penal con una notoriedad inesperada: se han convertido en figuras comentadas antes de cruzar el portón.

Entre ellas está Gladys “La Borges” Guerra (Ana Garibaldi), personaje que ya formaba parte del universo original como viuda de Marito Borges. También viajan Marina Delorsi (Valentina Zenere), exmodelo acusada de asesinar a su novio empresario; Yael Rubial (Carolina Ramírez), madre presa por narcotráfico; Soledad Rodríguez (Camila Peralta), ladrona de barrio; y Olga Giuliani (Erika de Sautu Riestra), cirujana plástica envuelta en un caso de mala praxis. Cinco historias sin relación previa, pero que pronto se verán atrapadas en la misma red.

Intrigas, violencia y alianzas fugaces

La Quebrada está gobernada por dos fuerzas que se equilibran a su manera. De un lado, Fabi “La Zurda” (Lorena Vega), que maneja un negocio interno de prostitución y producción de videos eróticos. Del otro, María Duarte (Cecilia Rossetto), representante de una lógica carcelaria más “tradicional”, aunque no menos violenta. La directora Moranzón (Rita Cortese) administra la tensión como un recurso: concede privilegios, corta suministros o habilita represalias según convenga a su poder. Detrás de esa gestión pragmática opera un sistema más oscuro, asociado al médico del penal (Marcelo Subiotto), que se dedica al tráfico de recién nacidos.

El guion -a cargo de Silvina Frejdkes, Alejandro Quesada, Omar Quiroga y Ortega- mantiene la estructura coral. La narración se reparte entre enfrentamientos, alianzas y la vida íntima de las reclusas, con un pulso que alterna acción, humor negro y escenas de impacto. El recurso del cliffhanger (dejar una historia en suspenso) está presente, pero sin abusar del golpe de efecto gratuito. La violencia, aunque explícita, busca sostener la trama más que funcionar como único gancho.

En este sentido, En el barro se mueve en un equilibrio inestable entre el retrato social y el efectismo del género. Hay secuencias que exponen desigualdades de clase o violencia de género, como el caso de Marina y el juicio que enfrenta por la muerte de su novio, perteneciente a una familia poderosa. Y hay otras que rozan lo inverosímil, como la subtrama del gobernador Faccia (Juan Gil Navarro) y su esposa Eugenia (Justina Bustos), obsesionado con adoptar a la hija de una interna.

El elenco es uno de los puntos fuertes. Garibaldi compone a una Gladys contenida, obligada a adaptarse a un territorio hostil donde su fama previa es un arma de doble filo. Vega y Cortese aportan dos miradas del poder femenino intramuros, mientras Juana Molina introduce un contrapunto excéntrico como “Piquito”. Entre las participaciones especiales destacan María Becerra, Tatu Glikman y la fallecida Alejandra “Locomotora” Oliveras, que deja una presencia física contundente. Los regresos de Juan Minujín, Maite Lanata y Gerardo Romano conectan con la saga original y refuerzan la sensación de continuidad.

Visualmente, Ciancio aprovecha la arquitectura del penal para intensificar la sensación de encierro. Los planos cerrados transmiten asfixia y los recorridos por pasillos y patios revelan que el control se disputa en cada rincón. Hay escenas que intercalan exteriores o flashbacks, abriendo el relato sin romper la cohesión.

En el barro confirma la capacidad de la ficción argentina para sostener un producto de género con proyección internacional. No pretende suavizar el material ni disfrazar la brutalidad que retrata. Pero sí incorpora matices: la maternidad como espacio de poder y vulnerabilidad, la sexualidad como recurso de negociación y la economía del cuerpo como engranaje silencioso.

No es un salto al vacío ni una traición al espíritu de “El marginal”. Es una expansión coherente que aprovecha la fórmula conocida para explorar otro territorio, con nuevas reglas y las mismas consecuencias: sobrevivir, aunque sea con el barro hasta el cuello.

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