San Martín venció a Deportivo Maipú con el corazón en la mano y los dientes apretados

Con actitud y garra, el "Santo" golpeó en los momentos justos. Aún debe mejorar en el volumen de juego, pero esta vez hizo lo que debía: ganar.

DESAHOGO. Todos abrazan a Sand, quien se hizo cargo del penal y definió fuerte al medio para el 2-0. DESAHOGO. Todos abrazan a Sand, quien se hizo cargo del penal y definió fuerte al medio para el 2-0. LA GACETA / Osvaldo Ripoll

Hay noches en las que el fútbol se parece más a un acto de supervivencia que a un espectáculo, y eso fue lo que sucedió en La Ciudadela. San Martín necesitaba ganar como sea, con argumentos o sin ellos; con estética o con barro en los botines. Y lo hizo.

La victoria 2-1 sobre Deportivo Maipú no quedará en la historia por la belleza del juego, pero sí por la forma en que el equipo se aferró al resultado. Lo hizo como un náufrago en el medio del mar. A veces, cuando la pelota no obedece y las ideas se evaporan, queda la actitud, el fuego interno; esa llama que en La Ciudadela nunca se apaga.

El equipo dirigido por Mariano Campodónico entendió que no era una noche para destellos. Era para un duelo de boxeo en el que la prioridad era resistir los golpes y lanzar el cross perfecto en el instante preciso. Y en esa lucha, San Martín golpeó donde más duele: en los momentos justos.

El primer impacto llegó en la recta final del primer tiempo. Juan Cruz Esquivel tomó una bola en el medio del área y marcó el primero cuando el “Botellero”_se preparaba para el descanso. Fue un mazazo psicológico: el “Santo” se marchó al vestuario con la sonrisa del que pega primero, aunque no necesariamente mejor.

En la segunda mitad, cuando los mendocinos se habían adelantado con la voracidad de quien huele sangre, apareció la segunda estocada. Darío Sand se hizo cargo, inesperadamente del penal, estiró la ventaja y le dio a San Martín la tranquilidad que tanto buscaba. No fue casualidad, sino consecuencia de la apuesta inicial.

El entrenador tomó una decisión que, a priori, sonaba arriesgada: ubicar a Aníbal Paz, un volante ofensivo, de lateral por izquierda; un sector en el que la prioridad era marcar. Sin embargo, la jugada salió redonda. Paz no se desdibujó en la contención y, cuando el equipo respiraba, aportaba claridad y buen pie en la salida. Fue un comodín en un tablero de ajedrez en el que cada movimiento debía ser calculado con precisión. Si San Martín no sufrió en el retroceso y, al mismo tiempo, encontró una vía de pase limpia para conectar con los hombres de ataque, fue en buena medida gracias a él.

Paz encarnó esa mezcla extraña pero necesaria de equilibrista y artista. Fue, en definitiva, la apuesta más lúcida del entrenador.

Pero la noche no se explica solamente con los goles ni con Paz. La otra clave estuvo en las modificaciones que metió el DT cuando el resultado estaba a su favor. Hernán Zuliani, Leonardo Monje, Gastón Monroy y Nahuel Cainelli entraron en escena cuando el partido pedía piernas frescas y serenidad. Con ellos, San Martín ganó solidez en el medio campo, se replegó mejor y encontró espacios para lastimar de contragolpe.

Incluso después del descuento de Deportivo Maipú, que llegó como una amenaza en el horizonte, el “Santo” tuvo varias chances claras para sentenciar el duelo. Esas oportunidades desperdiciadas sirven como advertencia. El equipo aún carece de volumen ofensivo y de claridad en los últimos metros. Pero, al menos, esta vez la eficacia en los momentos determinantes del juego le alcanzaron.

El "Santo" debe trabajar para reencontrarse con el juego asociado

San Martín todavía está en deuda en la generación de juego. Le cuesta ser dominador y depende más de la garra que de la fluidez. Pero a veces, en el fútbol, lo urgente desplaza a lo importante. Y en esta ocasión lo urgente era ganar.

Con esta victoria, el “Santo” respira. Recupera la sonrisa después de 39 días (la última victoria había sido contra Los Andes el 12 de julio pasado) y le da esperanza para el tramo decisivo del torneo. La victoria fue de supervivencia; con garra y oportunismo.

La Ciudadela celebró porque, al fin y al cabo, ganar también es un arte. No siempre hay que pintar cuadros: a veces basta con ensuciarse las manos, dejar marcas en el césped y, sobre todo, escribir el resultado correcto en el marcador para volver a encender la esperanza.

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