Póker y truco ¡Paso y quiero!

Póker y truco ¡Paso y quiero!

La popularidad del póker Texas es un síntoma de la condición solipsista de nuestros días. Jugadores serios, emponchados, con anteojos negros, gorras y auriculares, que no se hablan y apenas tocan la mesa, como si enviaran señales en clave Morse. Un juego de cálculo estadístico y probabilidades. El Texas encarna la gamificación de la cultura, donde todo puede medirse en puntaje, ranking y apuesta.El truco, en cambio, es lo contrario. Es un juego expansivo, oral, colectivo. No se juega en silencio sino a los gritos. No hay aplicación posible que pueda reproducir su dinámica.

La primera cuestión filosófica del truco es que arranca discutiendo las reglas mismas. ¿Con flor o sin flor? That is the question. No dude de que se va a arrepentir, o fingir arrepentimiento, que en el truco es lo mismo. “Pucha, otra flor, ¿no vale, no?”. Incluso el marcador, los porotos, se negocian: “Vamos a los treinta, ¿no?”, “Más vale”.

El idioma es otro de golpe. Prohibiciones tiránicas, posibilidades e imposibilidades astutas, gravitan sobre todo decir. Mencionar flor sin tener tres cartas de un palo es hecho delictuoso y punible, pero si uno ya dijo envido, no importa”, escribió sorprendido Borges en Evaristo Carriego. El nombre mismo, truco, remite al truchimán, intérprete que dominaba varias lenguas y que en la frontera podía engañar al otro. Por eso el juego está lleno de eufemismos y fórmulas. No se puede decir ninguna de sus palabras sin generar un efecto. Quiero, retruco, envido. Una de las vivezas es hacer decir una de ellas accidentalmente al rival, de tal forma que si la bella hermana del amigo contra quien usted juega le propone casamiento,desconfíe si es usted quien “tiene el quiero”.

La figura del pie es sagrada, aunque ha sufrido embates. “Usted es pie a usted ahora, ¿o quiere que sea yo?” es quizá el enunciado más degradante que se pueda oír. O el otro, más indecoroso aún: “!Deje que yo sea pie en esta!” de alguno o alguna que se cree el Pocho Perón. Por eso es tan aberrante ese truco de a tres que algunos llaman  pata de gallo y que ya sufre de “pokerismo” porque permite cambiar una carta.

Las señas son parte indisoluble del juego. Originalmente iban al pie, pero una mala lectura de la teoría de la justicia de John Rawls, instaló la idea de que el pie también debía hacer señas, al menos de sus cartas más altas, rendir cuentas. De ahí a la secesión hay un paso: esto habilitó estrategias terribles como negarle información al pie o mentirle a propósito para que actúe convencido y cante falta envido con apenas veintiuno.

Pensemos en una final del póker Texas, la más dramática: el que tiene una gorra, auriculares y. turbante dice “all in” y los otros, que también parecen el hombre invisible de Wells, aceptan, se levantan y muestran las cartas. Se completa la mano general y se saludan. ¡En el truco es otra cosa! Nadie gana sin dramatizar. Todos hemos asistido a esos momentos épicos: el pie le dice “ponga nomás” y el otro responde “¿ponga qué, compañero?”, con lo que sube la tensión “ponga el macho, no me ponga nervioso”, “usted vio mal”. Todo esto es perfectamente innecesario: no va a ganar más ni menos, la suerte está echada. El pie se enoja y le reprocha “vamos nomás entonces”. Ahí el otro se muestra en su maldad “espere, espere” y una sonrisa ilumina su rostro. Acto seguido se pega el uno de espadas en la frente, con variantes que la pandemia ha erradicado.

El Poker Texas es cálculo frío y espectáculo global. Golpes, call, all in. El truco es un juego teatrero, no sólo cálculo y ganancia. Es demasiado literario, demasiado humano y muy nuestro. De los argentinos que jugamos entre nosotros al truco cada domingo y que el resto de la semana tratamos de no dormir afuera.

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