La pelota siempre pica en casa: la historia de los Fernández y Huracán BB

En Huracán BB nació una historia que hoy atraviesa generaciones: Carlos Fernández, sus hijos y la pasión compartida por el básquet. Entre recuerdos, sueños y las dificultades de un deporte que se sostiene a pulmón, la familia convirtió a la pelota naranja en una forma de vida.

Carlos Fernández junto a sus hijos Carlos y Lautaro Carlos Fernández junto a sus hijos Carlos y Lautaro LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

En la esquina de alguna cancha tucumana, bajo un tablero que cruje con cada volcada y entre los gritos que mezclan indicaciones, aliento y pasión, hay una historia que se repite como herencia. Es la de Carlos Fernández, sus hijos Carlos y Lautaro, y una identidad marcada a fuego con los colores de Huracán BB. Más que una familia de jugadores, los Fernández construyeron una forma de vida alrededor del básquet. Una especie de puente emocional que transita entre generaciones y que se pasa de mano en mano, como la anaranjada.

Carlos casi no necesita presentación en el club de barrio El Bajo. Fue campeón con Huracán BB, en un tiempo en que todo el equipo vivía en la misma cuadra. “Salí campeón con amigos, amigos de verdad, que vivían pasando una casa cada uno. En una cuadra estaba el equipo completo de Huracán”, recuerda con una sonrisa cargada de nostalgia. Hoy ya no calza las zapatillas para competir, pero sigue ligado al club desde otro rol. Dirigente, formador, referente. “Tenemos un gran presidente, Javier Fernández, que ve muchísimo por el club. Con dirigentes históricos, con los ingresos de las inferiores y los alquileres de la cancha, tratamos de sacar adelante el club, pero todo a pulmón”, resalta.

Con tres hijos, dos varones y una nena, Carlos no necesitó imponer el deporte en su casa. Bastó con encender la tele o sentarse a tomar el té: siempre, de fondo, el ruido del pique, el silbato y el tablero. “Ella también quiere jugar, le gusta, pero nosotros, los varones, no la dejamos. El básquet es muy de contacto y preferimos que haga otra cosa”, admite con sinceridad. La hija menor tiene 13 años y aunque el legado masculino pesa, la pasión se cuela igual en las charlas familiares.

Carlos Fernández, el hijo mayor, tiene 23 años y sigue los pasos del padre no sólo en la cancha, también en la actitud. “No tenía escapatoria”, dice entre risas. “Toda mi familia ha jugado al básquet y el club es como nuestra segunda casa”. Juega de ayuda base, una posición que encontró después de haber transitado la etapa formativa como base puro. “Me siento más cómodo ayudando, me gusta más el gol”, reconoce.

Carlos se formó en Huracán, pero también pasó por Belgrano, Avellaneda, Estudiantes y Mitre. Tiene sueños grandes y hábitos que los sostienen: se levanta temprano, va al gimnasio, entrena, escucha. “Siempre hay alguien mayor que te puede dar consejos. Yo presto atención y le dedico tiempo a lo que me gusta”. Paralelamente estudia reparación de celulares, oficio con el que ya comenzó a trabajar. “Ya me puedo lanzar”, cuenta con entusiasmo, dejando ver que su vida no sólo rebota entre tableros, también busca estabilidad y herramientas fuera del básquet.

Para los Fernández el básquet es una herencia. Para los Fernández el básquet es una herencia. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

El recuerdo más emotivo de su carrera, sin embargo, no tiene que ver con un triple sobre la chicharra ni con una medalla. “Lo más lindo fue compartir cancha con mi viejo y salir campeón con él. Eso no tiene precio. Fue en 2021 o 2022, no me acuerdo bien, pero ese recuerdo no se borra, ese ascenso de Huracán lo tengo muy presente”, responde con una sonrisa mientras observa a los lejos como su papá y su hermano tiran al aro con asombrosa efectividad.

Lautaro Fernández, el menor, tiene 15 años y eligió otro camino sin despegarse del legado: juega en Estudiantes. “En Huracán no tenía tanta competencia por el tema de la categoría, me había quedado un poco solo. Allá hay más competencia”, explica. A pesar de esa mudanza deportiva, el lazo con su familia y con Huracán no se debilita. “Me gustaría jugar afuera algún día, pero siempre con ellos acompañándome”, dice mientras señala a su familia.

Juega de base, como su papá, aunque él dice “más o menos”, como marcando que tiene su propio estilo. Va a la escuela Benjamín Matienzo y, aunque en los recreos prefiere caminar y conversar en vez de jugar, no se despega del sueño. Su jugador favorito es su papá. “Siempre me ha gustado cómo juega, hasta el día de hoy lo veo en veteranos y me pone contento”, dice con la timidez propia de un adolescente que está empezando a conocer el mundo.

Carlos, su hermano, lo acompaña en todo momento. “He podido compartir muy poquito con él en cancha, pero siempre tengo ganas de ayudarlo. Está en etapa de crecimiento y me gusta estar cerca”. También recuerda un partido especial: uno de los pocos en que se enfrentaron. “Fue raro. Nunca habíamos jugado en contra por los puntos, con camisetas diferentes, en clubes distintos y con gente mirando. Se me cruzaron muchas cosas por la cabeza”, cuenta el mayor de los Fernández.

El básquet tucumano

Hablar con los Fernández es escuchar no sólo historias personales, sino también una radiografía del básquet tucumano. “Cangurín” tiene una mirada crítica pero esperanzada. “El presente está bueno. Hay muchos chicos interesantes, aunque también muchos se van. El básquet tucumano está progresando, aunque no es el mismo de hace 20 años. Antes se jugaba más táctico, ahora es muy físico, muy dinámico, creo que evolucionó”, responde con entusiasmo.

Carlos (h) coincide: “El básquet ha evolucionado muchísimo. Hoy tenés que ser un atleta. Antes podías jugar con talento y ya. Hoy eso no alcanza. Te exige más, doble o triple turno siempre”, expresa el mayor de los hermanos.

Sin embargo, ambos coinciden en que el principal obstáculo para que Tucumán tenga un representante fuerte a nivel nacional no es el talento, sino el apoyo económico. “Lo que falta siempre es eso. Viajes, hoteles, traslados. Todo es a pulmón. Nos cuesta mucho a los clubes de la provincia”, revela Carlos. A pesar de estas dificultades, Carlos resalta el valor de la competencia local. “Tucumán siempre ha sido competitivo. Cualquier jugador de acá que se va afuera puede rendir tranquilamente”, agrega.

Una forma de vida

Lo que une a los Fernández no es sólo el básquet, es una filosofía. Una manera de estar juntos. Una identidad que se construye en cada pase, en cada entrenamiento compartido, en cada merienda con charla de zona y defensa. “El club es nuestra segunda casa”, repiten. Y se nota. No hay frase más clara para explicar por qué hace varias generaciones continúan en el mismo camino.

En tiempos donde la familia suele dispersarse entre obligaciones y pantallas, los Fernández encontraron en el básquet una excusa perfecta para reunirse. Para discutir estrategias, corregir errores, celebrar victorias y, sobre todo, seguir creciendo juntos. No importa si es en Huracán, en Estudiantes o en cualquier otra cancha. La pelota sigue picando. Y con ella, la historia de una familia que convirtió al básquet en una manera de compartir. 

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