DUELO. Leonel Mosevich intenta quitarle la pelota a Miguel Brizuela, que se lanzó al ataque por izquierda. Ariel Carreras, especial para LA GACETA
Hay equipos que parecen perder su esencia apenas cruzan la puerta de su casa. Y A Atlético le pasa eso cada vez que se aleja del Monumental. Se desdibuja el “Decano”, se encoge, se vuelve un equipo sin alma, sin fútbol y se entrega a lo que el destino le tenga preparado. En Córdoba volvió a repetirse la historia, una que ya suena gastada de tanto contarla. El equipo de Lucas Pusineri lleva 13 partidos sin ganar de visitante, una sequía que se remonta al 24 de enero, cuando venció 1 a 0 a San Martín de San Juan. Sin embargo a partir de entonces, cada salida es un viaje directo a la frustración.
En el Monumental de Alta Córdoba, el “Decano” volvió a mostrar su versión más pálida, más apática, más deslucida y tibia. Salió a la cancha como quien tantea un terreno desconocido, sin la convicción de quien sabe lo que busca. Jugó como lo viene haciendo cada vez que se aleja de 25 de Mayo y Chile; se limitó a esperar y a ver qué pasaba. Pero el fútbol, cuando uno lo mira de lejos, suele pasarle por encima.
Instituto lo entendió rápido la situación y ejecutó mejor su plan. Manejó la pelota desde el inicio, comenzó a acercarse sobre el arco de Matías Mansilla, marcó los tiempos y encontró el gol con Jhon Córdoba, que aprovechó la pasividad defensiva tucumana si concretó un viejo axioma futbolero para abrir el marcador: dos cabezazos en el área es sinónimo de gol.
El primer tiempo fue un monólogo cordobés. Atlético miraba, Instituto jugaba. Y cuando el equipo de Pusineri quiso reaccionar, ya era tarde. En el complemento, los cambios trajeron un poco de aire, pero nada de ideas. Atlético adelantó las líneas y empezó a lanzar pelotazos como quien lanza botellas al mar, esperando que alguna llegue a destino.
Sin embargo ninguna lo hizo. Los envíos fueron imprecisos, sin dirección ni sentido. Tal es así que Manuel Roffo, arquero de la “Gloria”, podría haber mirado el partido con un whisky un habano en la mano.
El golpe final llegó con una estocada quirúrgica. Fue un contragolpe perfecto que Gastón Lódico resolvió con clase para poner el 2-0 definitivo. Fue el sello de una historia repetida, de una película que Atlético ya vio demasiadas veces.
Es cierto que el rendimiento como local le alcanza, por ahora, para sostenerse entre los que pelean por clasificarse a los playoffs. Pero el fútbol no perdona la tibieza ni la falta de carácter fuera de casa. De visitante, Atlético parece un equipo que se mira al espejo y no se reconoce.
Si el “Decano” quiere dejar de ser prisionero de su propio miedo, deberá animarse a jugar con la misma determinación con la que lo hace en casa. Porque los sueños de clasificación no se construyen sólo en el “José Fierro”, también se sostienen en esos viajes en los que hoy sólo florecen las derrotas.






















