Fátima Lobo: “No tengo dudas sobre la condena absoluta con la que Hannah Arendt respondería a la violencia criminal de Netanyahu y Hamás”

Fátima Lobo: “No tengo dudas sobre la condena absoluta con la que Hannah Arendt respondería a la violencia criminal de Netanyahu y Hamás”

La filósofa tucumana expone en detalle la vigencia que mantiene el legado de la pensadora estadounidense. De la crisis migratoria a los nuevos regímenes autoritarios.

Guillermo Monti
Por Guillermo Monti 19 Octubre 2025

En el Seminario Mayor viene desarrollándose un interesante ciclo de conferencias que cruza aportes del pensamiento femenino sobre temas filosóficos y teológicos. La última de esas charlas -quedan dos por delante- estuvo a cargo de la filósofa tucumana Fátima Lobo, inquieta y permanente estudiosa de la obra de Hannah Arendt (foto). El legado de Arendt asoma con formidable vigencia en un mundo que, evidentemente, poco y nada aprendió de las calamidades del siglo XX, justamente el tiempo histórico sobre el que Arendt reflexionó con tanta profundidad. De allí el valor de esta entrevista que Lobo le brindó a LA GACETA; una invitación a refrescar -o conocer- el pensamiento de una figura excepcional.

- A más de medio siglo de la muerte de Arendt su obra sigue siendo una referencia ineludible para pensar el presente. ¿Qué rasgos de su pensamiento considera hoy vigentes?

- Tal como lo entiendo, el de Arendt es un pensamiento realista, focalizado e interpelado por los hechos de su mundo y de su tiempo y que se mantiene siempre vinculado a ellos. Es un pensamiento al que le importan la verdad y su significado. Arendt procede con la conciencia de que la realidad se revela más compleja, más profunda y paradójica que las teorías que sobre ella hemos construido. Desafía nuestras explicaciones y llega incluso a contradecir el marco entero de referencias del pensar tradicional, tal como ocurrió en su tiempo. Estamos ante un pensamiento que no se permite enamorarse de sus propias explicaciones. Más bien se trata de un pensar muy consciente del carácter provisional de sus explicaciones y del carácter inconcluso de su proceso de comprensión.

- ¿Qué otros aspectos rescata?

- Igualmente admirables son la independencia de su pensamiento y su inmenso esfuerzo de imparcialidad; dos rasgos que a mucha gente incomoda tanto. Desafiando las críticas, Arendt asume el riesgo de pensar por sí misma, con lo cual su pensar es personal, independiente, osado, valiente y siempre dispuesto a responder de sí. Un pensamiento honrada y profundamente interesado en el mundo compartido y en la vida en común, o, en sus propios términos, un pensamiento en busca del amor mundi (al mundo) y de la amistad cívica.

- Hablábamos de la vigencia de ese pensamiento...

- Está vigente en los principales debates de nuestro tiempo y en campos disciplinares tales como el pensamiento ético político, jurídico, literario, en la investigación sociológica. Creo que tales aportes no sólo deben estar al alcance de los estudiosos especializados, sino también al alcance de cualquier persona que, con un mínimo de conciencia demócrata, se sienta preocupada por el mundo que habita y que legará a sus descendientes. Al alcance también de todo ciudadano que perciba con honda preocupación la fragilidad de las democracias contemporáneas, los peligros externos e internos que las asedian y al alcance también de todo educador de vocación, comprometido en el intento de cultivar una conciencia ciudadana más democrática, más solidaria, más responsable en los alumnos que le son confiados.

- En sus escritos sobre la polis, Arendt reivindicaba la amistad cívica como base del espacio público. ¿Qué lugar puede ocupar esa noción en sociedades fragmentadas como las actuales?

- Mas que la base, la amistad cívica aparece como un efecto de la vida en la polis. Si pensamos en la libertad de movimiento, de expresión y de acción, y en la compañía de nuestros iguales -los conciudadanos- con quienes interactuar, pensar y dialogar, estamos hablando de condiciones específicamente establecidas en el ámbito público político de nuestra vida, y garantizadas por la vigencia de las leyes. Así el ámbito político se establece como el más propicio para el despliegue y la manifestación de la pluralidad humana; esto es, de aquella condición por la cual todos somos igualmente humanos, igualmente dignos, pero cada uno es singular, único e irrepetible en su humanidad. Si agregamos que allí lo que está en juego es la vida y el mundo compartido -el que habitamos comunitariamente y que legaremos a nuestros descendientes-, entonces la amistad entre los ciudadanos, además de una posibilidad garantizada por la misma organización política de la vida, es también la forma de vinculación que mejor garantiza el desarrollo y supervivencia de la vida en común.

- No es fácil de conseguir...

- Esto supone siempre que la vida política sea entendida en sentido amplio y más fundamental que el de la militancia partidaria (a la que sin embargo no excluye, aunque ella puede excluir aquel sentido fundamental). Por sentido amplio y fundamental entiendo una vida común en la que nos sea posible pensar la vida y el mundo compartido en toda su amplitud, riqueza y complejidad. Una concepción de lo político en la que la pérdida o desaparición del otro o de los otros no signifique más que un empobrecimiento del mundo común. Es algo que Arendt tanto admira y rescata de Lessing.

- ¿Qué nos falta en ese sentido?

- Tenemos una gran necesidad de amistad cívica en nuestra vida ciudadana. Por un lado, eso supone considerar la inexorable pluralidad humana como riqueza que debe ser salvada, en vez de sacrificada a través de diversos intentos de homogeneización y uniformización. Además, se trata de una reconsideración de la militancia política. Esta no puede ser una militancia en la que no se conciba otro bien mayor que las metas del propio partido, o en el que la lealtad política implique la renuncia a la propia capacidad de pensamiento y de juicio crítico. En tal sentido, los partidos políticos y los medios de comunicación tienen mucha responsabilidad en la fragmentación, desconfianza y polarización de nuestra vida cívica.

- Arendt fue una de las primeras pensadoras en situar la condición del refugiado en el centro del debate político. ¿Qué enseñanzas ofrece su análisis sobre la pérdida del “derecho a tener derechos” ante la actual crisis migratoria?

- Según el planteo de Arendt, toda persona, por el hecho de ser humano, tiene “derecho a tener derechos”. Esto es, tiene derecho a pertenecer a alguna comunidad políticamente organizada en la cual pueda intervenir y participar sin que por ello esté en juego su libertad o su seguridad personal. La pertenencia a tal comunidad implicará la adscripción a un Estado que, conforme al ordenamiento jurídico local e internacional, garantizará sus derechos.

- ¿Cuál es el efecto contrario?

- El primer paso dado por los nazis en su plan de destrucción de los judíos fue la destrucción de la personería jurídica, es decir, convertirlos en apátridas, personas que ningún país reclama ni protege. En tales casos se vio que quienes carecían de su propio gobierno no contaban con ninguna autoridad para protegerles ni ninguna institución que deseara garantizarlos. Allí donde había personas que no parecían ser ciudadanas de un Estado soberano, tales derechos (los derechos humanos, supuestamente inalienables) resultaban inaplicables. El problema, hoy, está lejos de ser resuelto. ¿Cómo garantizar a millares de seres humanos expulsados de sus hogares y patrias su derecho a pertenecer a algún Estado que pueda garantizar sus estatutos ciudadanos? Arendt fue brillante no porque tuviera las respuestas; lo fue al plantear el problema y al despertar la conciencia de responsabilidad de la comunidad internacional.

- ¿Cuáles son las vías de acción entonces?

- El punto de partida debe ser, siempre, el conocimiento y la comprensión de los hechos, tal como se nos presentan. En segundo lugar, la resistencia a aceptar que el mundo creado por esos hechos sea algo fatal e insuperable. Tercero, urge la búsqueda de una solución política; y tal solución política es tarea y responsabilidad de los Estados soberanos y de los organismos internacionales.

- En su ensayo “Sobre la violencia”, Arendt diferenciaba entre poder y violencia, advirtiendo que la violencia surge donde el poder ha fracasado. ¿Cómo se puede aplicar esa distinción para comprender las guerras y el resurgimiento de regímenes autoritarios?

- El recurso a la fuerza y a la violencia implica necesariamente el fracaso de la acción y del discurso. La guerra, en cualquiera de sus formas, manifiesta el fracaso de la política cuya materia prima es, precisamente, acción y discurso de los ciudadanos en el espacio público a efectos de sostener y decidir la vida en común. Respecto del resurgimiento de regímenes autoritarios, Arendt siempre señaló que los elementos que hicieron posible los totalitarismos no han desaparecido con la derrota de Hitler ni con la caída de la URSS. Esos elementos permanecen en las sociedades contemporáneas, incluso en las democráticas. También Tzvetan Todorov señala que el peligro mayor de las democracias es interior. Nos habla de los enemigos íntimos de las democracias.

- ¿Cómo se llega a eso?

- A mi juicio, uno de los elementos más problemáticos es el inadecuado cultivo de la conciencia ciudadana. Me refiero a la falta de una educación capaz de despertar la conciencia de la dignidad y de la responsabilidad que implica la ciudadanía y capaz de movilizar las cualidades humanas requeridas para la vida en democracia. Hablo de un esfuerzo que requiere el trabajo de la sociedad en su conjunto y no sólo del sistema educativo. Tenía mucha razón el papa Francisco cuando planteaba la urgente necesidad de un nuevo pacto educativo.

- ¿Qué desafíos enfrenta hoy el pensamiento crítico en un mundo saturado de información, pero escaso de reflexión?

- Mientras haya seres humanos el pensamiento crítico es siempre posible aún cuando, en los hechos, es cada vez más escaso. El nuestro es un mundo saturado de información que no fomenta la reflexión. Nos da miles de incentivos y facilidades para distraernos y ha desarrollado estrategias para concitar nuestra atención con contenidos tan seductores como livianos. El pensamiento reflexivo, en cambio, implica alguna capacidad y deseo de recogimiento a fin de iniciar aquella actividad interior en la que me hago preguntas, me pido y me doy respuestas.

- ¿Qué decía Arendt de esto?

- Siguiendo a Platón, lo describió como el diálogo silencioso del yo consigo mismo. Lo que está en juego en esta actividad reflexiva es la búsqueda del sentido de todo cuanto ocurre y del sentido de mis propias decisiones y actuaciones. A esta actividad reflexiva que va en busca del sentido Arendt la llamó comprensión y la distinguió del mero conocimiento, de la mera información y, por supuesto, del adoctrinamiento. Es una actividad de tal importancia que la define como la forma específicamente humana de estar vivos.

- ¿Cuál es su opinión al respecto?

- Mi impresión es que estamos abdicando, en distintos niveles, al anhelo de comprensión. Nos estamos conformando con contar con información y con tener algo de conocimiento de modo que, al final, hay tantas cosas que sabemos pero no comprendemos. Tal actitud no promueve el pensamiento crítico. Sin embargo, las capacidades humanas que lo hacen posible siguen en nosotros.

- La idea de la “banalidad del mal” generó polémica desde su aparición. ¿Cómo podríamos repensarla hoy ante los fenómenos como las guerras, el terrorismo, o la indiferencia frente al sufrimiento de los refugiados?

- Infelizmente, la idea de la “banalidad del mal” tiene completa vigencia. Lo que Arendt comprendió y la hizo postular este concepto fue que para la ejecución del mal no era necesario, como causa de su realización, un motivo especialmente maligno ni una personalidad especialmente malvada. Que gente completamente normal, gente no mala -solía decir-, gente carente de motivos reprensibles puede, llegado el caso, ser capaz de infinito mal. Justamente la ausencia de motivaciones personales propiciaba una actuación inteligente, fría y, por ello mismo, más eficiente en la concreción del mal que, a posteriori, no implicó ningún sentimiento de culpa ni de responsabilidad. Como tal, es conducta inteligente pero carente de reflexividad -de búsqueda de discernimiento y de valoración- e incapaz de considerar las cosas desde otro punto de vista que no fuera el propio. En tal consideración, la situación del refugiado, del migrante, del exiliado, resulta completamente ajena y ajenos son también sus puntos de vista. De allí la indiferencia y la cruel superficialidad a la que se enfrentan los refugiados de hoy. O distintos grupos del escenario local, que ven sus derechos conculcados sin mayor consideración que el arqueo de ceja.

- Si Arendt pudiera observar el mundo actual, ¿qué cree que nos diría?

- Los rasgos del pensar arendtiano tienen un sentido ético y político de gran significado para nuestro presente. Busca evitar la resignación fatalista, el desprecio a la humanidad o el optimismo ingenuo y simplista. Desde esa honradez de su pensar pudo afirmar, por ejemplo, que “no puede haber patriotismo sin una oposición y una crítica permanentes” o que “…el daño causado por mi propio pueblo me aflige, naturalmente, más que el daño causado por otros pueblos”. Como puede verse es una forma de entender el patriotismo completamente alejado de toda obsecuencia, de todo fanatismo, de todo sentimentalismo nacionalista. No tengo dudas sobre la condena absoluta con la que respondería a la violencia criminal de Nethanyahu hacia el pueblo palestino así como al papel desempeñado por Hamás en el martirio de su propio pueblo.

- ¿Qué otros elementos importantes podemos recuperar de su legado?

- Las preguntas que se/nos plantea sobre las cuestiones políticas más básicas y fundamentales. Por ejemplo, cuando se propone una indagación sobre “lo que todo ciudadano debe, necesita y puede saber sobre la política”, Arendt interpela y cuestiona lo que cotidianamente damos por supuesto: ¿qué es lo específico y distintivo de “lo político”? ¿Cuál es su sentido? ¿Qué aporta a nuestra vida? ¿Qué significa ser ciudadano? ¿Cuál es el sentido de lo que llamamos esfera pública? ¿Qué cualidades y qué virtudes se precisan para participar en el ámbito público político? ¿Qué tipo de realización nos posibilita el ámbito público político? ¿Cuál es el sentido de la ley? ¿Tiene la obediencia algún lugar/rol en el ámbito político? Cuando miramos nuestro confuso presente histórico-político, el mundial y el local, advertimos la necesidad de tal indagación como el primer paso de un proceso ciudadano que nos permita recuperar la amistad cívica, la responsabilidad y la gratitud por nuestra vida en común.

PERFIL

› La especialista

María Fátima Lobo es licenciada en Filosofía por la UNT y Doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ejerce la docencia en la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSe). Sus investigaciones giran en torno a temas de antropología y filosofía política.

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