Cartas de lectores: Trancas y su fiesta

23 Octubre 2025

Cada octubre, Trancas  vuelve a despertar al rumor de los cascos. Es un sonido antiguo, casi sagrado, que trae consigo el eco de una gesta: la primera Fiesta del Caballo, nacida entre los algarrobos y las almas nobles de Raúl Chebaia y Jorge Paz, cuando la estancia El Molino se volvió centro del mundo rural y corazón de la provincia. Como si el tiempo no hubiese pasado, el olor a pasto fresco, los pañuelos flameando, la guitarra de algún poeta improvisando décimas al pie del alazán. Allí, donde el sol se arrodillaba sobre los cerros, comenzó una historia que aún cabalga con la misma dignidad del primer día. Desde entonces, cada galope es una oración. Cada rienda, una caricia sobre el lomo de nuestra identidad. El caballo, hermano del hombre, fue testigo de la siembra, del trabajo y de la esperanza. Es emblema de la nobleza rural, espejo de la patria profunda. Por eso, cuando Trancas se viste de fiesta, no celebra solo un animal sino un símbolo: la unión entre la tierra y el hombre, entre el sueño y el deber. Hoy, cuando los niños miran pasar el desfile con ojos de asombro, siento que aquella semilla sigue floreciendo. Porque esta Fiesta del Caballo no se detuvo en el tiempo: fue heredada, transmitida con orgullo entre los distintos intendentes que entendieron que preservar las raíces también es gobernar. Y es justo recordar que Osvaldo Jaldo, hoy gobernador de Tucumán, supo continuar esa tradición, acompañando al pueblo de Trancas con la misma pasión y respeto que sus predecesores. El espíritu del norte se funde con la melodía del Pozo de los Milagros, allí donde San Francisco Solano hizo brotar el agua con su bastón. Ese manantial, espejo de fe y esperanza, parece bendecir cada caballo que cruza el monte, cada jinete que eleva su mirada al cielo antes de la carrera. En ese rincón donde las aguas nunca se secan, se escucha aún el eco de los cascos y el violín del Santo, como si la historia y la fe cabalgaran juntas hacia el mismo horizonte. Raúl Chebaia abrió las tranqueras del alma tucumana, junto a Jorge Paz, sembraron una semilla que aún florece en cada jinete, en cada canto, en cada plegaria. Ellos entendieron, como diría un poeta, que “no hay patria sin caballo ni memoria sin paisaje”. Porque donde el caballo pisa, el tiempo se detiene; y donde la amistad cabalga, el olvido no existe. Que la Fiesta del Caballo siga siendo faro y bandera del norte tucumano. Que siga siendo poesía, herencia y destino.

Jorge Bernabé Lobo Aragón 

jorgeloboaragon@gmail.com

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