El bullying en los colegios tucumanos es una polémica que no sólo afecta las víctimas, sino que también revela fallas profundas en nuestro sistema educativo, en las familias y, en general, en nuestra sociedad. Cada caso que escuchamos nos deja una sensación de impotencia, porque no solo se trata de chicos peleando o de bromas pesadas, sino de un sinfín de violencias que pueden marcar vidas para siempre. Lo que más duele es la indiferencia o la falta de acción oportuna. La escuela, que debería ser un espacio seguro, muchas veces no sabe cómo manejar estas situaciones, o, peor aún, minimizan el problema. Mientras tanto, las víctimas cargan con el peso del acoso, sintiéndose solas y sin apoyo. Pero no podemos culpar solo a las instituciones. El bullying es un reflejo de lo que sucede en casa y en la sociedad. Muchas veces los agresores también son víctimas de un entorno violento o negligente, y replican lo que viven en otros espacios. Lo que necesitamos es un cambio cultural. Las escuelas deben comprometerse de verdad a prevenir y actuar frente al bullying, no solo con sanciones, sino con programas que promuevan la convivencia, la empatía y el respeto. Las familias también deben involucrarse más, estar atentas a las señales, escuchar a sus hijos y educarlos en valores. Y como sociedad, debemos dejar de normalizar la violencia en cualquier forma. El bullying no es un problema menor; es una herida que crece en silencio y que, si no la enfrentamos, seguirá lastimando a nuestros niños y jóvenes. Es hora de que todos asumamos nuestra parte de responsabilidad y trabajemos juntos para construir espacios donde cada chico pueda sentirse seguro, valorado y respetado.
Rodolfo Ruarte
Las Heras 516
S. M. de Tucumán
















