BUSCÓ HASTA EL FINAL. Racing empujó hasta el cierre, pero Rossi volvió a aparecer para sostener la clasificación de Flamengo. @RacingClub
El recibimiento fue una locura. Un espectáculo de bengalas, fuegos artificiales, canciones y bombos que parecía preparado desde hace años. Avellaneda entera esperaba esa noche. Racing volvía a jugar una semifinal de Copa Libertadores después de 28 años, y el Cilindro fue la cita de una ilusión que no necesitaba presentación. Parecía que el estadio, iluminado y radiante, murmuraba su propia consigna: paguemos la multa que sea.
Desde temprano, Buenos Aires se convirtió en un embudo. Los accesos al sur de la ciudad colapsaron, los autos avanzaban a paso de hombre, los colectivos iban repletos de camisetas celestes y blancas. En cada mirada se notaba una mezcla, mitad ansiedad, mitad esperanza, con la sensación de que podía pasar cualquier cosa. Racing llegaba obligado a remontar el 1-0 del Maracaná, y en cada bocina, en cada bandera, se adivinaba el mismo deseo.
El partido empezó veinte minutos más tarde de lo previsto porque el micro de Flamengo no lograba entrar al estadio por el tránsito en Avellaneda. Cuando por fin se jugó, el aire estaba cargado de nervios y de algo parecido a la fe. A los nueve minutos, Luiz Araújo tuvo la primera para el visitante, pero su remate se fue desviado. Racing respondió con una llegada de Tomás Conechny que Agustín Rossi desvió con una atajada impresionante. Del otro lado, Facundo Cambeses hizo lo propio ante un intento de Guillermo Varela que pudo haber sido un golpe letal. Dos arqueros en estado de gracia, dos equipos al límite.
A los 31, Santiago Solari encaró y remató con decisión. La pelota pasó muy cerca. El Cilindro explotó, no por el (casi) gol, pero por la forma. Estaban viendo a un equipo vivo, enchufado y, por sobre todo, convencido. El primer tiempo se jugó con intensidad y sin margen para el error.
El complemento no dio respiro. A los 55, Gonzalo Plata fue expulsado por un altercado con Marcos Rojo. Flamengo quedaba con diez, sin uno de sus hombres más peligrosos. La oportunidad era inmejorable. Gustavo Costas apretaba los puños al borde del campo, mientras la gente empujaba desde las tribunas.
Esto obligó al técnico brasileño Filipe Luís a mover el banco: Bruno Henrique y Danilo a la cancha. Un plantel con nombres capaces de cambiar cualquier historia. Racing también buscó respuestas: Duván Vegara por Conechny, luego Gastón Martirena, Matías Zaracho, Luciano Vietto y Adrián Balboa. Todo lo que había estaba puesto en el campo.
A los 73, Rojo se jugó al límite y el árbitro le mostró la roja, pero el VAR corrigió. Hubo alivio, aunque el reloj no se detenía. En los minutos finales, Racing arrinconó a Flamengo. A los 91, Vietto tuvo el empate: Rossi voló y tapó lo que parecía imposible. El arquero argentino fue la figura indiscutida, la razón por la que la serie no llegó a los penales.
El final fue un contraste: Flamengo celebrando el pase a la final de Lima; Racing, exhausto, de pie, entre aplausos. Había perdido, pero con la frente alta. Había ganado su grupo, eliminado a Peñarol y a Vélez, y peleado de igual a igual contra uno de los gigantes del continente.
Costas se fue con la mirada fija en el campo. Su equipo había hecho todo. No alcanzó, pero dejó una marca. Racing volvió a ocupar el lugar que su historia le debe. El sueño terminó, pero el fútbol de esta noche quedará en la memoria: por la entrega y por un equipo que supo morir de pie.























