Carlos Duguech
Analista internacional
Donald Trump en su visita a Israel el día 13 de octubre exponía ante el parlamento (Knéset) de ese país muy suelto de cuerpo -y de palabra- una serie de consideraciones sobre la situación que se estaba viviendo con el amplísimo operativo bélico sobre Gaza y con el regreso de los rehenes logrado. Podía advertirse nítidamente en los videos difundidos de su discurso el entusiasmo de los asistentes con aplausos en muchos de sus tramos. Cuando incursionó en las acciones militares del caso y dirigiéndose a Netanyahu, en tono cuasi familiar.: Y como tú dices, Bibí, “La paz a través de la fuerza”. Y precisó: “No queremos ser políticamente correctos. Ahí estalló su ego, que conocemos: “Tenemos las fuerzas militares más poderosas del mundo. Puedo decirles que tenemos armamento con el que nadie sueña. Espero que no tengamos que utilizarlo”.
Armas de EEUU
Y seguía: “Tenemos las mejores armas del mundo. Muchísimas de ellas también le hemos dado a Israel”. En este tramo del discurso los asistentes en el Parlamento se pusieron de pie y aplaudieron entusiastamente. La cámara enfocaba a Netanyahu que se podía de pie en gesto de aprobación y reconocimiento a Trump. Luego hizo referencia a los insistentes llamados de Netanyahu pidiendo tales y cuales armas que, confesó, él no sabía que las tenían en EEUU. Ya sin barbijo alguno: “Pero las enviamos aquí y son las mejores. Pero las usaste muy bien, Bibi. Ustedes, obviamente, usaron muy bien esas armas, pero por eso Israel es poderoso y fuerte. Y eso llevó a la paz”. Se confirma aquello de “Por la boca muere el pez”.
¿Cómo leer esto? Además de las armas, ¿la estrategia militar de arrasar todo, todo?
Por los dichos ensoberbecidos de Trump se colige -sin demasiada incisión en la realidad- que no sólo las armas tan sofisticadas y sino con el “Manual de uso y aplicación”.
Al tiempo de una crónica con detalles de la campaña militar ofensiva de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) se podía acceder a múltiples fuentes de núcleos periodísticos apostados en el territorio gazatí. Tan cerca del fuego que sus reportes teñidos de sangre y dolor fueron testimonio de una consagración al periodismo de riesgo de los cronistas de guerra. Baste citar un titular de “El País”, de España del 31 de agosto: “Gaza, el lugar más letal del mundo para periodistas”. Por ese oficio ejercido en medio de la destrucción y la matanza generalizada, 250 periodistas mayoritariamente palestinos fueron víctimas mortales. Gracias a muchos de ellos el mundo todo pudo saber en directo la verdad de esta guerra total contra todo Gaza. Por eso la reacción por el “magnicidio”. ¿Qué otro calificativo, entonces?
Indulto por Nobel
Exagerando el protagonismo Trump ingresó en una zona gris dirigiéndose al presidente de Israel Isaac Herzog, presente en la sala : “Una idea Señor Presidente: ¿Por qué no le da el perdón (indulto) a Netanyahu? Se refería a los juicios pendientes de tramitación por distintos delitos de corrupción y de abuso de autoridad a los que el primer ministro está sometido.
En estos lares de la tucumanía (y tal vez de otras regiones de nuestro país) calzaría “como anillo al dedo” aquello tan definitorio y expresivo como “vaya un pollo por tantas gallinas”. Devolvió Trump el halago de la propuesta “Donald Trump, Nobel de la paz” que Netanyahu hizo unas semanas antes de que el Comité noruego consagrara a la líder de la oposición en Venezuela, María Corina Machado, cuestionado por muchos por manifestaciones de anti soberanía para su país.
La singularidad de la propuesta de perdón (de una sentencia todavía no pronunciada) de un presidente de los EEUU dirigida in voce en el parlamento de Israel al presidente de Israel en un contexto de celebración por la vuelta de los rehenes del 7 de octubre (2023) está congelada en la frase “por qué no le da el perdón” (a Netayahu). Seguramente incomodó al presidente Herzog puesto frente a juicios que no son su competencia mientras culminan en en sentencia. Cabe preguntar; “¿Y si no resultara culpable por pronunciamiento de la sentencia judicial?”. Una lectura desde el más elemental criterio respecto del derecho y los juicios -como los iniciados contra Benjamin Netanyahu- el “perdón” sugerido públicamente en un “tete-a- tete” con el mismísimo presidente de Israel deviene revelador de la culpabilidad del acusado. Que, seguramente, Netanyahu preferiría ser declarado inocente. Se sabe que nada ni nadie le puede asegurar ese pronunciamiento judicial. La imprudencia de Trump, rayana en una colosal (y aquí utilizamos una expresión de buen calce para el tema) “metida de pata diplomática” sólo se entiende por provenir de quien se cree y se estimula -en todo lugar y ocasiones- como un superhombre. Es, se sabe, supermillonario y también súper poderoso como por ser el presidente de una potencia mundial. No decimos “la primera” frente a un contexto mundial con gran predicamento por parte China y, para más, con la eventual alianza con Rusia.
El extenso discurso no leído de Trump en el parlamento Israelí perfila su importancia cuasi fundamental en lo estrictamente bélico. Y ello expuesto como basamento sobre lo que se construye la normalidad para Israel. Si un marciano (nos facilita esta recurrente metáfora) aterrizara con su nave en territorio israelí de seguro que no entendería el contexto terráqueo en el que la posó. Y para ilustrarse lee el acta de la Declaración de Independencia y constata que entre otros considerandos, Israel basa su legitimidad en la resolución de Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1917. El marciano accede a esa Resolución 181 (II) de la ONU donde ve “Palestina”. Y luego de búsquedas con sus aparatos muy sofisticados se encuentra sin saber dónde está el otro estado, el de los árabes que surgió de la partición de la Palestina del mandato británico.
Alcanzó a ver una zona costera que le pareció una especie de Hiroshima. Cuando quiso leer la Constitución de Israel que se cita en el Acta de Independencia, no la encuentra. “Israel no tiene Constitución”, concluyó. El marciano no entendía lo que estaba a la vista. Nada entendía, salvo que Israel era un país muy militarizado, moderno, con infraestructuras sobresalientes en casi todo.
Triángulo de las Bermudas
Muy pronto lanzado el nombre que marcaba una zona definida por las islas Bermudas, Puerto Rico y Miami (sus vértices, en el Atlántico) se instaló en el imaginario mundial el tenebroso “Triángulo de las Bermudas”. Se tragaba barcos y aviones que nunca aparecían. Se los tragaba el agua.
En este tiempo tan convulsionado por las guerras se empieza a dibujar otro triángulo, claro que esta vez de dimensiones continentales. Hay reminiscencia, por sus vértices, de lo que se denominó “Crisis de los misiles”. Sus vértices, al igual que dos de ahora: EEUU y RUSIA. Mutó Cuba por Venezuela. No dependiendo del calificativo que se pueda o se quiera dar al que ejerce la presidencia de Venezuela, es sabido que Maduro está en la mira de la fuerza militar estadounidense. Más precisamente, por las contingencias que lo aproximan, en la mira del mismísimo Trump, al mundo del narcotráfico. El procurante vanidoso por el Nobel de la paz intenta utilizar el estruendoso poderío de EEUU en un accionar contra la soberanía de un país sudamericano, sin reparar que ello desataría respuestas continentales que verían sujetas sus respectivas soberanías al poder político-militar del país vuelto otra vez con su vocación tan bien definida en los años cincuenta: “Gendarme del mundo”.
Si el narcotráfico en escala continental es la razón esgrimida, la gestión “policial” de las poderosas fuerzas militares volcará en las aguas caribeñas fuegos que resultarán difíciles de apagar. Difíciles de impedir su extensión, esa característica identitaria de todos los fuegos.
























