ARA San Juan: el tucumano que estaba enamorado del mar
SOBRE EL CASCO. Luis Esteban García navegó en el ARA San Juan.
Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador
Tucumán, en su extensa historia, siempre rindió homenajes a sus héroes, quienes dieron vida y fortuna en defensa de la Patria y su soberanía. Podemos referir, entre otros, al teniente Benjamín Matienzo, al bravo general Gregorio Aráoz de La Madrid; a Crisóstomo Álvarez; a José María Del Campo, entre tantos. Otros son casi anónimos: tal el caso del cabo técnico electricista Luis Esteban García, tripulante del ARA San Juan.
Resulta pertinente que las nuevas generaciones conozcan acerca de su vida, como ejemplo de superación personal, sacrificio y determinación para obtener un objetivo, venciendo todo tipo de dificultades.
Humilde
Nació en el barrio 11 de Marzo, muy cerca del Canal Sur, en un hogar humilde de gente trabajadora y digna. De sus padres, Luis y María Victoria Morales, aprendió el valor del trabajo fecundo y a no dejarse vencer por las adversidades.
Desde niño mostró características especiales; meticuloso al grado extremo en sus deberes cotidianos; pulcro en el vestir, estudioso al punto de ser abanderado de la escuela Guillermo Griet. Luego estudió en la Enet N° 2, especializándose en dibujo técnico. Como no había dinero para el boleto de ómnibus, Luis iba y volvía caminando los largos kilómetros que lo separaban de su casa, lloviera, hiciera frío o calor. Jamás faltó a una clase. Mientras, ayudaba con los gastos familiares trabajando como delivery en bicicleta.
Sueños
Luis Esteban tenía un sueño recurrente: quería conocer el mar; algo lo atraía de la vastedad oceánica, sin haberla contemplado nunca. Desde niño quiso ser soldado, ser un marinero graduado de la Armada; de alguna manera sentía el llamado del mar y buscaría la forma de cumplir su objetivo.
El destino lo conectó con el ingeniero Gustavo Villagra, oficial retirado de la Armada Argentina, quien lo ayudó a prepararse para el ingreso a la fuerza. Durante un año leyó cuanto libro consiguiera para ser el mejor aspirante. Su preparación fue también física, ya que trotaba varias veces a la semana hasta el dique El Cadillal para estar en forma.
En esos meses, se ayudaba económicamente colocando acondicionadores de aire y haciendo changas para arrimar dinero a su hogar paterno. Villagra lo recuerda: “Esteban era un hombre generoso, serio y dedicado; tenía sueños y estaba enfocado en cumplirlos, no perdía su tiempo en nimiedades”.
Ingreso
El día que fue a inscribirse en la Delegación Tucumán de la Armada Argentina, el suboficial que atendía la oficina, con tan sólo observar su actitud, educación y porte, a viva voz le dijo: “Veo en usted a un militar”. Sus exámenes fueron sobresalientes, ingresando con el mejor promedio de su camada. Luego vinieron los extenuantes tres meses de entrenamiento en el período de selección de personal. En Puerto Belgrano y en Punta Alta, conoció finalmente el mar. Fue un amor a primera vista, y al decir de su madre: “el mar se enamoró de él”.
Ingresó a la Armada Argentina con el grado de cabo segundo en la Base Naval de Mar del Plata; estuvo asignado a la corbeta Guerrico, donde tuvo contacto por primera vez con las inclemencias de la navegación marítima. También participó en la campaña antártica, recibiendo en cada misión las felicitaciones de sus superiores. Por esos años se casó con su novia tucumana, Gabriela Acosta que le dio dos hijos varones, Agustín y Nahuel, quienes eran su mayor orgullo.
El submarinista
Su espíritu inquieto de superación lo llevó a realizar el exigente curso de submarinista, reservado para la elite marinera. Allí también obtuvo el mayor promedio de su clase y de inmediato se lo destinó al ARA San Juan, como técnico electrónico.
En sus comunicaciones periódicas con sus familiares y amigos nunca dejaba de referir que el mar era su vida. Allí se encontraba pleno, además de servir a su Nación, protegiendo la soberanía de sus mares.
Pero no todo era alegría; como electricista de la nave, advirtió en reiteradas ocasiones a sus superiores acerca de fallas en las baterías. Los oficiales, a su vez, comunicaron a los mandos de la Armada acerca de la problemática. A esas alturas, la solución debía ser radical: colocar al submarino en dique seco y allí realizar los trabajos de fondo pertinentes.
Por algún motivo, las sugerencias no fueron atendidas debidamente. En la navegación de julio de 2017, las fallas en las baterías fueron aún más notorias. Todo ello se complicó aún más en la navegación de noviembre, cuando el submarino partió del puerto de Ushuaia el 8 de ese mes rumbo a Mar del Plata. Tan sólo la mitad de las baterías estaban en funcionamiento normal, según nos relata María Victoria, su madre quien se dedicó a investigar exhaustivamente, junto con otros familiares de los marinos del San Juan, las posibles causas del hundimiento.
Sin contacto
El 15 de noviembre, en medio de un mar embravecido, el submarino informó a las 7.30 acerca del ingreso de agua en la nave por el periscopio y un principio de incendio en las baterías. El capitán Pedro Martín Ferreyra, también tucumano, ordenó -siguiendo el protocolo- sumergir la nave 40 metros para realizar las reparaciones necesarias en un mar sin oleaje. Luego de ello, todo fue silencio.
Los padres del cabo Luis Esteban García se enteraron de la desaparición del submarino por los noticieros de la televisión. Desde ese momento fue un interminable peregrinar de los familiares de los 44 tripulantes del ARA San Juan; la mayoría de ellos permanecían en la Base Naval de Mar del Plata, para conocer la suerte de sus seres queridos.
Desde el muelle, el perro Felipe miraba absorto el océano esperando el regreso de su dueña, la teniente de navío Eliana María Krawczyk, la única mujer a bordo del navío. Fue todo un símbolo de una espera que parecía no tener fin.
RECUERDOS. Medallas, placas, diplomas y la bandera nacional evocan al marino tucumano.
Búsqueda
Se inició una búsqueda en la que participaron barcos de diferentes nacionalidades, los que acudieron presurosos con la esperanza de localizar a los tripulantes, que quizás se encontraban aún vivos, con oxígeno para al menos una semana.
Fue la mayor búsqueda en la historia del submarinismo internacional pero, desgraciadamente, todo fue en vano. El ARA San Juan parecía haberse desvanecido en la inmensidad oceánica.
Nunca sabremos cómo fueron los últimos minutos de la vida de los tripulantes. Cuando finalmente se encontraron los restos del submarino, un año más tarde, se observó que la estructura de la nave había implosionado. Siendo así, los marinos fallecieron de manera instantánea.
Investigaciones
Las investigaciones y actuaciones judiciales para determinar las causas del hundimiento y los posibles responsables, fueron extensas. Foja tras foja se cosían en expedientes voluminosos. Todo indica que las baterías de media vida que se colocaron en su momento eran defectuosas. Hubo muchas elucubraciones y veladas acusaciones, quizás nunca sepamos la real causa de la implosión.
Lo cierto es que los cuerpos de los 44 marinos a bordo todavía se encuentran a 907 metros de profundidad, muy cerca de donde emitieron su última comunicación. Si bien algunos de los familiares piden que los cuerpos de los suyos queden allí, en el sepulcro espectral de la nave, la mayoría solicita que se recuperen los restos, para recibir la sepultura que corresponde. Razones presupuestarias y la imposibilidad de la Armada para poder realizar un rescate de esa magnitud, con los medios disponibles actualmente, impiden hacer realidad el deseo de los deudos.
EN FORMACIÓN. La tripulación del submarino argentino que terminó hundido en 2017, retratada antes de una de sus misiones.
Símbolo
Ya pasaron ocho años desde el hundimiento del submarino. El tiempo pasa y comienza a diluirse la esperanza de recuperar a la tripulación desde la profundidad oceánica. Mientras tanto, Agustín (de 11 años) y Nahuel (de nueve) crecieron conociendo acerca de su padre desde la mirada de familiares, amigos y camaradas de la Armada, quienes lo trataron y quisieron.
Tienen un claro oriente de vida, en lo excepcional del espíritu de superación de Luis Esteban. Mientras, como un buque santuario venerado, el ARA San Juan -igual que el ARA general Belgrano, hundido con 323 de sus tripulantes durante la Guerra de Malvinas- continúan en patrulla eterna, y así deben ser reconocidos y honrados. El mar recuerda a los suyos.























